El Decreto de Emergencia Económica incrementa el siniestro realismo mágico de las cuentas públicas de Venezuela.
La situación política en Venezuela evoluciona vertiginosamente de un día para otro. Nada parece previsible, excepto el derrumbe económico a la que está abocada. Una imprevisibilidad que, en esencia, es el resultado del uso irracional del poder. Esa irracionalidad se ha multiplicado exponencialmente desde que el presidente Nicolás Maduro decidió cerrar los ojos a la voluntad ciudadana y embestir de forma ciega contra la nueva Asamblea Nacional, nacida de la última convocatoria a las urnas.

La impugnación de parlamentarios electos, para impedir que en la Asamblea la oposición disponga de los escaños que le permitiría tomar iniciativas políticas de auténtica envergadura y, más aún, la firma de un Decreto de Emergencia Económica que pretende arrogarse poderes extraordinarios más propios de un autócrata, completando la dictadura económica instalada en el Palacio de Miraflores, han desatado una sucesión encadenada de disparates, que de no detenerse, amenaza con desembocar en una implosión colectiva. El presidente no negoció ninguno de los puntos de su estrambótico Decreto de Emergencia Económica. La Asamblea Nacional lo analizó y lo rechazó por su carácter nocivo. El entramado chavista sacó a sus bases a la calle para protestar contra la decisión parlamentaria y en esas mismas calles se dieron de bruces con unas no menos nutridas manifestaciones populares a favor de la resolución del Parlamento. El chavismo ha incrementado todavía más la tensión con la Asamblea Nacional, al declarar Nicolás Maduro su imaginaria ilegalidad, afirmando: “Lo que hizo la Asamblea Nacional fue inconstitucional, así lo digo y me reservo acciones que voy a tomar, en el campo de la Constitución y de la legalidad y le pido al pueblo todo el apoyo.” Lo cierto es que está en la Asamblea la potestad de admitir o rechazar el Decreto. Algo que no ha impedido que los chavistas aceleren el choque de trenes institucional al impugnar, contra toda lógica, la decisión de la cámara legislativa, a través del Tribunal Supremo de Justicia.
Una empresa a todas luces descabellada que suma más irracionalidad al cúmulo de la irracionalidad ya hacinada día tras día, mes tras mes, año tras año. Excepto por una cuestión específica: el alto Tribunal carece de la más mínima independencia y hace tiempo que fue sometido al dominio de la revolución bolivariana. El propio Observatorio de Derechos Humanos (Human Rights Watch, HRW) acaba de reiterar su denuncia del sometimiento del poder judicial en Venezuela. Según su informe “prácticamente dejó de funcionar de forma independiente ante el Gobierno desde que el chavismo asumió el control de la Corte Suprema.” Ahora, los bolivarianos se proponen utilizar esta institución, vaciada de sentido, como arma de agresión contra un Parlamento que ha escapado a su férreo puño por deseo de la ciudadanía.
Esta cadena de sinsentidos políticos se inscribe en un contexto reconocido por todos como inaudito y de tintes catastróficos. En la era chavista, Caracas se ha convertido en la ciudad más violenta del mundo, dentro de una Venezuela donde la criminalidad deja una secuela de víctimas mayor que países en estado de guerra. Con el Gobierno de Nicolás Maduro, la inflación admitida oficialmente es la más alta del planeta, y los organismos internacionales temen que los datos reales sean aún muchísimo más elevados hasta cifras de un descontrol astronómico. El desabastecimiento, en estos instantes, no afecta ya únicamente a productos de primera necesidad en la vida cotidiana, sino que ha generado una Emergencia Sanitaria, pues un altísimo número de pacientes están falleciendo por afecciones perfectamente tratables, pero ante las cuales los hospitales carecen de recursos básicos, como por ejemplo insuficientes jeringuillas. Ministros como el de Alimentación y Salud han sido requeridos por el Parlamento, pero lo más probable es que hagan oídos sordos y simplemente no compadezcan ante la Asamblea.
¿Cuándo un grado tal de insensatez se elevó hasta alcanzar estas cotas? El último impulso a este ejercicio irracional del poder lo encontramos en la reacción del chavismo ante la pérdida de las pasadas elecciones. Una vez constituida la actual Asamblea Nacional, el presidente Maduro remodeló su Gabinete con un cambio ministerial esencial: el nombramiento nada menos que del propagandista Luis Salas al frente de la economía venezolana, con el mandato de contraatacar lo que el oficialismo denomina “guerra económica” del imperialismo, que supuestamente estaría orquestada por el triángulo Bogotá Miami y Madrid. Ya un planteamiento de estas características entraría de por sí en lo que podríamos catalogar como “realismo mágico económico”, elevado ahora a la máxima potencia por el exótico nuevo emperador de las cuentas públicas venezolanas, Luis Salas. Las fábulas y leyendas mágicas que hicieron fortuna con lo “real maravilloso” del venezolano Arturo Uslar Pietri o el cubano Alejo Carpentier, y que siguieron haciendo las delicias de los lectores de Miguel Ángel Asturias o Gabriel García Márquez, son una tenebrosa pesadilla cuando se aplican a la ciencia económica, tal como lo está realizando el chavismo hace mucho tiempo y como Luis Salas ha exacerbado hasta extremos insospechados.
Cabría etiquetar benévolamente al flamante gestor de las finanzas bolivarianas como “economista alternativo”.Con la salvedad de que Luis Salas no estudió economía, sino sociología. Nombrar como ministro de Economía Productiva a alguien que no es economista significa ya dar un estrambótico paso dentro de ese “realismo mágico financiero” que se practica hoy desde Caracas. Resultaría difícil comprender todo el significado de la profunda incomunicación entre el Ejecutivo y el Parlamento sin el despropósito que subyace en esta elección. Luis Salas se graduó, en realidad, en Sociología por la Universidad Central de Venezuela convirtiéndose en un fervoroso defensor sin fisuras de las homilías ideadas por Hugo Chávez. Como compensación, Chávez le nombró profesor de la cátedra de Economía Política de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV), en un acto de nepotismo que delata el desprecio íntimo del líder del Socialismo del siglo XXI hacia la vida académica, poniendo al frente de una disciplina económica a un sociólogo caracterizado por sus soflamas propagandísticas. La UBV ha sido una excelente plataforma para divulgar teorías económicas cuya formulación raya en la paranoia, con tal de justificar las decisiones del chavismo y ocultar sus efectos catastróficos.
No existe acción populista en materia económica que no esté sustentada en relatos paranoides y leyendas urbanas, apoyadas más en la fantasía popular que en cualquier hecho probado. Hasta el momento, Luis Salas había volcado la mayor parte de sus apologías en publicaciones chavistas como Aporrea, pero ahora todo ese material populista adquiere una nueva dimensión al ser su autor ministro de Economía y responsable del Decreto de Emergencia Económica que acaba de derribar cualquier puente de diálogo entre el Gobierno de la nación y el Parlamento.
Algunas líneas maestras de sus panfletos hablan por sí mismas. Uno de los más pavorosos retos a los que se enfrenta el ministro de Economía Productiva es la delirante inflación que asola el país. Sin embargo, en múltiples artículos, el ahora ministro ya había llegado a la siguiente conclusión revolucionaria: “La inflación no existe”. Afirmación literal, y casi metafísica, del profesor de Economía Política. Como consecuencia, ya que no existe, puede imprimirse sin límites papel moneda para sufragar el populismo, sin que esto produzca ningún efecto en las finanzas públicas. Por esta vía, Luis Salas se ha convertido en el principal aval para que el Gobierno de Maduro se haya lanzado a imprimir moneda sin tasa. Tales proporciones ha adquirido esta “solución” a los problemas venezolanos que se da la paradoja de que fotocopiar ciertos billetes del Bolívar Fuerte es más caro que el propio valor del billete. Pero la inflación no existe, pues tras pintorescos argumentos, se sostiene que imprimir ingentes cantidades de billetes no sube el precio de las cosas. Se da el caso de que Luis Salas, que no estudió nunca Economía, denuncia a todas las universidades de Economía del mundo porque, controladas por los capitalistas del planeta, enseñan la para él falsa relación entre la cantidad de moneda en circulación y la inflación.
La teoría “alternativa” no acaba aquí. Si los bienes cuestan más caros -hasta aquí el profesor chavista no se ha atrevido a negar la evidencia-, es simplemente porque los empresarios suben el precio de sus productos para robar a los asalariados y al mismo tiempo declarar una “guerra económica” contrarrevolucionaria frente al chavismo. Sus escritos no dejan el asunto en esos términos, sino que la explicación paranoide se remata sosteniendo que los artículos aumentan su importe porque la oligarquía empresarial acapara permanentemente las mercancías. Entra en juego aquí la leyenda urbana del oligarca que va a unos grandes almacenes y lo compra todo para dejarlos vacíos, o de aquel otro que paga a los ciudadanos para que hagan larguísimas colas. También la de los oligarcas que bajan deliberadamente la producción, y, por supuesto, la de los que se adueñan de lo fabricado y lo esconden.

El mito del acaparador cobró una fuerza inusitada en la historia moderna durante la Revolución Francesa, de donde lo toma el chavismo y Luis Salas. Los señalados como acaparadores terminaban colgados de la farola o bajo el suplicio de la guillotina. Nunca los revolucionarios analizaron el impacto de dislocación que tuvo la emisión de billetes firmados a cuenta de las futuras ventas de los bienes eclesiásticos, verdadero origen del derrumbe definitivo de una economía francesa ya herida de muerte por el gasto público en las fechas que precedieron a la Revolución. Pautas demasiado análogas a lo que hoy verdaderamente ocurre en Venezuela.
Naturalmente el realismo mágico paranoide de la nueva autoridad chavista va todavía más allá. Quien se moleste en repasar sus “estudios” encontrará que para Luis Salas esa oligarquía empresarial resulta, en esencia, fascista. Para demostrarlo cita un par de casos de mandos nazis que tras la II Guerra Mundial buscaron refugio en Venezuela. Por ensalmo, extrae la conclusión de que a los empresarios venezolanos se les adoctrinó en las ideas nazis hasta convertirles en los acaparadores contrarrevolucionarios de hoy. Como ejemplo de su racismo cita un artículo de opinión que leído atentamente, es solo la denuncia de un periodista contra las redes clientelares del chavismo extendidas entre los sectores sociales más humildes. El chivo expiatorio interior está servido, como vía de exculpación de la debacle económica a la que el chavismo ha arrastrado a Venezuela, y justificación de las agresiones antidemocráticas contra la oposición, calificada en su conjunto como prototípicamente fascista.
En cuanto a las emergencias humanitarias, como la que hoy hace morir a un alto porcentaje de la población en un sistema sanitario desabastecido, el ministro de Economía Productiva simplemente las niega. Cierto es que el chavismo hace años que no da cifras sobre estas circunstancias, carencia suplida por la información de las ONGs. Para el inspirador del Decreto de Emergencia Económica, esas emergencias no solo son falsas, sino una invención para defender una intervención exterior. Una intervención del fascismo norteamericano, colombiano y español, conjurado con el empresariado fascista venezolano. El chivo expiatorio exterior ya está así señalado en este realismo mágico siniestro que se abate sobre la economía de Venezuela.
Las soluciones son, pues, encarcelar a los líderes fascistas de la oposición, perseguir a los empresarios e imponer precios justos a las manufacturas a golpe de decreto. ¿Alguien puede extrañarse de que la Asamblea Nacional no aprobase el Decreto de Emergencia Económica? La oposición llegó al Parlamento tendiendo la mano al Gobierno para hacer frente a la implosión de la economía. Pero la irracionalidad con la que opera el chavismo seguirá generando disparatadas sorpresas a un ritmo vertiginoso.