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DESDE ULTRAMAR

Trump, nueva plaga de Egipto

Marcos Marín Amezcua
jueves 10 de noviembre de 2016, 20:16h
Premisas merecedoras de ser pronunciadas. 1) Trump ha vencido, aunque no haya convencido; 2) Ha ganado la democracia, pero a un alto costo, apadrinada por el racismo, la mentecatez y una esquizofrénica reacción conservadora e irresponsable; 3) Los EE.UU. han elegido a un sujeto impredecible y peligroso; 4) No augura buenos tiempos su elección, por su inexperiencia y su egolatría desbordada; 5) Su elección nos importa porque el mundo se juega mucho poniendo su seguridad en manos tan inadecuadas; 6) El imperio norteamericano apuesta peligrosamente a una idea reaccionaria que promete, al más puro estilo hitleriano, devolverle a “América” (EE.UU.) su “grandeza”; 7) Vimos un panorama político estadounidense propuesto avejentado, exhibiendo a dos candidatos insulsos, insípidos y con muy poco que aportar, revelando la pobredumbre de su política, de su realidad y demostrando que ni hay mejores relevos generacionales ni hay mucho nuevo que decirle ni a sus electores ni al mundo; 8) Trump es una desdicha mundial; 9) No le extrañe que EE.UU. quiebre, con su déficit económico que causa su declive, incapaz de crear algo nuevo que no sea el clan republicano detrás de Trump y los Clinton, o sea 45 años de lo mismo y contando; 10) Los estadounidenses eligieron con los pies, no con la cabeza.

Con la soberbia propia de quien se sabe poderoso, Obama dijo semanas atrás en un mitin, que el mundo no comprendía lo que realmente se estaba jugando Estados Unidos en esa elección. La gala de parroquialismo norteamericano que lució, cortedad de miras de quien no ve más allá de sus fronteras, pues, permite responderle que Estados Unidos ignoraba y no entendió lo que el mundo se juega con una mala decisión como la del 8 de noviembre de 2016. No solo ha tenido en vilo al planeta entero, sino que su elección definitiva fue pésimamente recibida al elegir a un verdadero burro puesto en una cristalería. Un troglodita en toda regla.

La noticia del triunfo de Trump no es buena ni para los Estados Unidos y lo saben bien. Es un acto desesperado por recuperar lo perdido a cualquier costo. Donald Trump es el presidente electo de la gran potencia y nos deja tantas preguntas que es imposible no ponerse nervioso. Para los que toda la vida han defendido a ese país, negándose a proferirle la más mínima crítica, no ha de ser sencillo aplaudirle semejante decisión, la peor de las que pudieron tomar.

Desde luego que Clinton no era garantía de más y mejor. No puede soslayarse que el hartazgo por un gobierno Obama de impericia y amarrado permanentemente en sus proyectos, habrá inducido a un cambio necesario –normal en los vaivenes de las preferencias electorales estadounidenses– y poco importa sus encuestas. Esa insana manía de basarnos en ellas, aunado a su producción amañada atendiendo intereses poco claros y a una lectura carente del más mínimo cuestionamiento y carente de apreciaciones necesarias por parte de los analistas y del público, que solo repiten cual tarabillas lo que aquellas ”creen que arrojan”, explica en gran medida porqué hubo ese resultado. El peso de su pasado poco lustroso ha hundido a Clinton y a su clan. ¿Qué Michelle Obama es su relevo? Nadie lo sabe y merece no hacerse cábalas con ello. Es irrelevante.

Fue un resultado tan apretado, donde Clinton obtuvo más votos persona a persona, pero el colegio electoral lo ha ganado Trump, que mostró su sistema ajado, obsoleto, que desde el fraude de 2000 prometió cambiar y no lo hizo; que no es que deje claras evidencias de un país dividido, es que deja evidencias de un modelo desgastado y una república que va en declive, por más esforzados análisis defensores que apuestan por vender la peregrina idea de que no pasa nada. Ambos candidatos nos han dibujado un estado carente de proyecto y con pérdida de esperanzas, que solo apostó a la añoranza de recuperar los años dorados que se fueron en los sesenta y de los que ambos candidatos son hijos y beneficiarios, lo cual no es ya el común denominador de su poblada nación. De ello lleva una década hablando la Clinton. De recuperar esa grandeza perdida.

Desde ya, el mundo tiene un problema nuevo llamado Donald Trump. El pésimo resultado eligiéndolo nos advierte de un hombre de setenta años que carece de experiencia política y es experto en quebrar su propias empresas, bobalicón, iracundo, visceral, antimexicano, guarrete como le gusta al estadounidense promedio que habrá visto en él al bravucón exaltador a lo Jackson, carente de las maneras de un Adams, es bisoño en política exterior, inapropiado para la alta investidura que obtuvo bajo un alud de lodo nunca antes visto. Enfrentará un país muy dividido, un legislativo con aparente mayoría republicana, pero fracturado tras de una ríspida campaña donde sus correligionarios le han dado la espalda y a quienes ahora les da la vuelta y les restriega en su cara que es el presidente electo. Reclama para su país cosas que ya no podrán ser, pero que son muy evocadoras y nos alertan contradiciéndolo, acerca de que no es un país decadente y pese a su discurso ahora conciliador. Mantengámonos alerta ya que nos dificulta imaginarlo distinto del candidato, ya como jefe de Estado.

Es complicado suponer qué clase de gobierno ejercerá Trump. Frivolidad e irresponsabilidad como en la época de los Reagan, quizás. Auguro que no resolverá un solo problema de su país y creará muchos otros. Al tiempo. Como babyboomer lloriquea, reclama un pasado que no volverá. El de la posguerra con un país ganador y un talante irrefrenable sin broncas raciales por la imposición de la supremacía blanca. Pero se acabó, pues la pluralidad estadounidense actual es incorregible e imbatible. Ya no es un país de mayoría blanca e impune arrinconando minorías, monolingüe, ni podrá serlo más. Su etnicidad multicultural hace rato que se fracturó para favorecer la integración plena y su mejor muestra es el conflicto permanente con el nocivo monolingüismo, que nos recuerda que ni el saber estorba ni hace daño saber dos lenguas ni sería siempre lo mejor, pese a que sistemáticamente se muestre la sociedad estadounidense excluyente, racista, retrógrada y sí, paradójica, porque al mismo tiempo contribuye al progreso de la Humanidad.

Crédulos han señalado que Trump debe pedir perdón. El hombre más poderoso del mundo ya empoderado, no requiere hacerlo. Está para que se lo pidan. Los que lo insultaron sí que deberían de hacerlo. No nos equivoquemos ¿Qué no se manda solo? Ya lo veremos, porque como es un vendedor de humo, típico charlatán estadounidense, puede ser un encantador de serpientes. Ya lo verán. Para México no pinta bien el resultado. Está amenazado hasta con una guerra y nada bueno augura el triunfo del republicano. Mal horizonte por contar con un blandengue y pusilánime jefe de Estado que es un espantapájaros de papel. Triste nuestra condición con Peña Nieto al frente. Propongo que México cierre filas con Canadá para equilibrar América del Norte. Solo así aminorará un poco los efectos de esta victoria. Malos tiempos los que corren, ya les dijo. Of course, my hourse.
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