TRIBUNA
La pobreza cristiana y las virtudes republicanas
Juan José Laborda
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sábado 21 de enero de 2017, 18:38h
Me apetece hilvanar unas ideas sobre un libro del historiador Peter Brown, “Por el ojo de una aguja. La caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550 d. JC)”. Adelanto que se trata de una obra maestra, un trabajo de investigación y de síntesis que cambiará el relato histórico de una época crucial para Europa occidental. En efecto, la parte del imperio romano, sucumbirá como unidad política en el año 476, mientras la otra Roma, el Imperio Romano Oriental con sede en Constantinopla, mantendrá la legitimidad hasta su caída en 1453, cuando los turcos liquiden los últimos vestigios de una historia ininterrumpida de miles de años. (Bizancio fue la denominación que los europeos occidentales, a partir del siglo dieciocho, dieron a los “romanos” que vivieron en esa ciudad, llamada por su emperadorfundador, Constantinopla).
La caída de Roma en 476 es un acontecimiento que sigue electrificando la imaginación de las generaciones cultas desde aquel momento único. Precedida por el saqueo del año 410, cuando el general al servicio de Roma, Alarico, la sometió a pillaje por sus tropas durante días, su caída posterior simboliza todos los dilemas que el pensamiento político occidental ha formulado desde entonces.
Uno de los conceptos que el hundimiento de Roma acuñó fue el de la “decadencia”. A fines del siglo dieciocho, Edward Gibbon (1737-1794) escribió su genial obra: “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano”. ¿Cuándo empieza la decadencia de una potencia mundial y de su civilización? España se comparó con Roma, después otro tanto se hizo con Gran Bretaña, y en nuestros días, especialmente cuando se avizora el ascenso y caída …de Donald Trump, la decadencia parece amenazar a Estados Unidos. Los liberales americanos señalan la pérdida de sus valores, y los conservadores achacan a esos mismos valores la decadencia de los Estados Unidos tradicionales. Es un debate que nos lleva a la Roma anterior al saqueo y de la caída. A diferencia con la parte oriental del Imperio, donde el cristianismo era mayoritario, en occidente, el paganismo continuó teniendo un arraigo importante, a pesar de la conversión religiosa del emperador Constantino del año 312. En ese contexto social, los paganos achacaban a los cristianos la pérdida de las virtudes romanas, y los cristianos decían más o menos lo mismo refiriéndolo a los paganos. La decadencia ha tenido siempre una derivada religiosa. La verdad de los cristianos y la de los paganos se midieron también en términos de veracidad de sus respectivos cultos y teologías.
Sin embargo, Peter Brown desmonta los argumentos de la decadencia, un tópico desde el famoso título de Edward Gibbon. Roma vivía una edad dorada, no sólo económica (con lo que desmiente otra tesis famosa, la de Michael Rostovtzeff en su: Historia social y económica del Imperio Romano, Oxford, 1956), sino en otros varios parámetros. No se hundió porque estaba en decadencia, sino porque se acumularon errores políticos y militares. La decadencia como destino no existió nunca; los desastres no son inexorables, sino consecuencia de decisiones que no se debieron adoptar nunca.
Lo interesante del libro de Peter Brown es conocer que católicos y paganos encontraban en la riqueza y en la corrupción la causa de la desaparición de las virtudes republicanas romanas. Ésta es una de las partes de su libro más fascinantes. Peter Brown se hizo famoso por su biografía de Agustín de Hipona (354-430), el padre de la Iglesia, uno de los intelectuales más potentes del cristianismo de todos los tiempos. Pues bien, Brown nos describe a san Agustín dentro de un formidable debate sobre la riqueza y la política, que desde entonces estará en el centro de las diversas teorías del Estado y de la sociedad. Agustín se inserta en la obra de Brown dentro de una pléyade de escritores y de doctrinarios que discutían de los mismos problemas humanos. Si Agustín es el primer filósofo del cristianismo, Jerónimo, el gran traductor de la Biblia al latín, es el primer crítico de las fuentes documentales. Pero junto a estos dos gigantes, intervienen en el debate otros grandes doctrinarios del cristianismo de aquellos años, como san Ambrosio, Paulino de Nola y Pelagio.
En todos ellos la influencia de Cicerón será patente, y para Agustín será fundamental (también lo será para Jerónimo y para Pelagio). Cicerón era la guía moral del republicanismo clásico. Consistía en mantener un sistema de poderes que impidiera el despotismo. Y aquí Cicerón propugnaba un equilibrio entre las riquezas privadas y las obligaciones públicas. Cuando el materialismo de la riqueza y del dinero domina la política, las virtudes republicanas de la austeridad, la solidaridad y el valor cívico no pueden mantenerse. Para Cicerón, entonces, el equilibrio de la República se rompía, imponiéndose el poder despótico. Hoy vemos que Trump, un republicano de nombre, defiende el poder sin límites del dinero, y sus groserías personales, como si fuese un monarca absoluto, en contraste con un rey constitucional, como Felipe VI, con su ejemplar austeridad personal, que es la expresión de las virtudes clásicas republicanas.
Volvamos a Peter Brown y a Agustín de Hipona. Aunque admiró a Cicerón, Agustín fue más allá de su equilibrio republicano. Fue el primer moderno del mundo clásico, o por decirlo de otra manera, señaló dónde estaba la Edad Media. Las riquezas privadas no eran compatibles con las públicas. El ideal cristiano consistía en unas comunidades cuyas propiedades transcendían a sus individuos, dedicados solo a estudiar y a rezar. Ese fue el inicio de un proceso por el que hombres y mujeres renunciaron a la riqueza y la propiedad, y que hicieron rica y poderosa a la Iglesia. La modernidad de Agustín estuvo en que al tiempo descubrió la “humanitas”, la idea de que todos los seres humanos eran iguales, algo desconocido en el republicanismo clásico.
Consejero de Estado-Historiador.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.
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