Voy a comentar las comparecencias de Eloy García y de Emilio Lamo de Espinosa en el seminario que dirijo en la Universidad Rey Juan Carlos.
Eloy García es profesor de Derecho Constitucional y dirige la colección “Clásicos del pensamiento” de la editorial Tecnos. Está colaborando en la cátedra Monarquía parlamentaria. Hace unas semanas intervino en el seminario (cuyo contenido es “Monarquía parlamentaria y Estado democrático en España, Europa y América”) sobre un tema que Eloy García tituló: “Monarquía y legitimidad”.
La legitimidad es un concepto antiguo pero que ha cambiado con las democracias modernas, a partir del liberalismo y de los Estados de Derecho del siglo diecinueve. Eloy García es un renovador del significado actual de la legitimidad ya que él ha estudiado el pensamiento que sobre ese concepto tuvieron autores clásicos como Benjamin Constant y Guglielmo Ferrero, y ambos dos relacionándolos con Nicolás Maquiavelo y con Alain, el gran escritor crítico del tiempo de la III República Francesa.
El rey de una Monarquía parlamentaria no se define, como los monarcas gobernantes del pasado, porque la jefatura del Estado sea hereditaria, sino por el hecho nuevo de que sus funciones al frente del Estado democrático sean siempre neutrales, es decir, sin depender absolutamente de la lógica de las divisiones ideológicas propias de las democracias. Que el rey no se define por la herencia se comprueba en el artículo 57.3: “Extinguidas todas las líneas llamadas en Derecho, las Cortes Generales proveerán a la sucesión en la Corona en la forma que más convenga a los intereses de España”.
Me quedé con la frase que Eloy García dijo en el seminario: “La rebelión de las masas” es el mejor ensayo de José Ortega y Gasset, y sirve para entender la situación política de este momento nuestro. Leí de nuevo esa obra, y aseguro que hoy tiene significados para este tiempo. Ortega la escribió en artículos para el diario “El Sol” en 1929. Año de la gran crisis, y del ascenso del fascismo y del comunismo, dos movimientos que defendían su legitimidad por encima de la legitimidad de las democracias, dominadas por viejos políticos, una casta -se dijo entonces- de gobernantes corruptos. Yo tengo la 2ª edición de la colección Austral, de 31 de marzo de 1938, que perteneció a mi abuelo, y tal vez por eso leer la “La rebelión de las masas” resonó con sintonías personales. Lo que me deslumbró fue que Ortega apostase en aquellas fechas -1929, primera edición; 1937 y 1938, ediciones con un “Prólogo para franceses y epílogo para ingleses”, años de nuestra Guerra Civil y preámbulo de la Segunda Mundial- ¡por la idea de que era necesaria la unidad de Europa!
En estos momentos de posBrexit se cita la conferencia de Winston Churchill de 1949 como ejemplo de europeísmo. En honor de Ortega y Gasset, taurófilo sin complejos, habrá que decir que Churchill fue europeísta a toro pasado, cuando había terminado la guerra, y no sería extraño que el estadista británico hubiese leído la traducción inglesa del libro de Ortega, con su epílogo para ingleses.
Perecida impresión obtuve escuchando a Emilio Lamo de Espinosa. Lamo es profesor de Sociología y sus publicaciones combinan el análisis estadístico, propio de las ciencias empíricas, con los conceptos de las teorías más acreditadas de las ciencias políticas. Su ponencia se titulaba: “La legitimidad “fría” de la Monarquía democrática”. Con ella sostuvo convincentemente que las Monarquías democráticas actuales no son lujos inútiles de viejos Estados ricos, sino formas nuevas de organizar los poderes políticos. Lamo empleó una frase para explicar la sorpresa científica ante las Monarquías europeas: los Estados monárquico-democráticos tienen unas características que son “contra intuitivas”, en otras palabras, las Monarquías europeas, y en grado notable, la española, son completamente distintas a lo que intuitivamente nos aparecen. Comparadas con otras formas de Estados, las Monarquías parlamentarias se dan en las sociedades más democráticas del mundo, que son las más modernas y tolerantes, y como instituciones públicas, cuestan en proporción menos dinero presupuestario que la mayoría de las Repúblicas. Intuitivamente se pensó, durante miles de años, que el sol giraba alrededor de la Tierra.
Hay una certeza científica: las Monarquías democráticas, al basarse en la estabilidad y en la tradición, hacen que sus sociedades asuman cambios radicales -como por ejemplo las leyes que normalizan las uniones matrimoniales de los homosexuales- con menores tensiones sociales que las Repúblicas. Véase el caso de España en comparación con Francia, o del Reino Unido respecto a Estados Unidos.
Lo fascinante está en que la Monarquía democrática se adapta mejor a los cambios constantes de la sociedad actual. Aunque conserva tradiciones, no teme aceptar la idea de que no hay más fundamento moral que el que las leyes establecen. La historia suele avanzar con paradojas. El rey democrático no es el símbolo de conservación, sino que representa el relativismo que surge del pluralismo que se asienta en los derechos y en las leyes. Sin embargo, la Corona supone estabilidad: “El Rey es Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia”, según establece la Constitución al principio del Título II, De la Corona.