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TRIBUNA

Diego Muñoz Torrero, un liberal trágico (1º)

Juan José Laborda
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1718lamartingmailcom/12/12/18
domingo 24 de septiembre de 2017, 19:55h

Precisamente porque los dramáticos acontecimientos de Cataluña me llevan a meditarlos con sosiego, pienso dedicar unos cuantos artículos a analizar a uno de los más importantes diputados de las Cortes de Cádiz, el sacerdote Diego Muñoz Torrero.

Diego Muñoz Torrero tenía 49 años cuando el 24 de septiembre de 1810 afirmó ante los demás diputados que las Cortes, como consta literalmente en el acta (no hubo entonces diario de sesiones): “estaban legítimamente instaladas; que en ellas reside la soberanía; que convendría dividir los tres Poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, lo que debía mirarse como base fundamental, al paso que se renovase el reconocimiento del legítimo Rey de España el Sr. D. Fernando VII como primer acto de la soberanía de las Cortes; declarando al mismo tiempo nulas las renuncias hechas en Bayona, no solo por la falta de libertad, sino muy principalmente por la del consentimiento de la Nación.”

¿Cómo un cura pronunció ese discurso revolucionario?

¿Por qué confiaron en ese cura para que pronuncie el primer discurso de las Cortes soberanas?

Voy a ensayar, más que contestar, la respuesta a esas dos preguntas.

¿Era realmente Muñoz Torrero un revolucionario?

Objetivamente hizo un primer acto revolucionario: afirmar la soberanía de las Cortes y declarar la separación de poderes del Estado.

Sin embargo, Diego Muñoz Torrero aparece a lo largo de sus muchos discursos en las Cortes de Cádiz como en el otro polo intelectual de la revolución, incluso en el polo opuesto a la Ilustración.

Diego Muñoz Torrero era un sincero cura católico, cuya fe en Dios sólo era superior a su fe en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Con él no vale la teoría según la cual los liberales de Cádiz camuflaron su intención de hacer una constitución inspirada en la francesa de 1791, mediante el recurso de unas formas tradicionales, historicistas y confesionales, “horrorizados” ante el riesgo de aparecer simpatizando con lo que venía de Francia, y en aquel momento, Napoleón y su ejercito invasor.

Diego Muñoz Torrero es sincero, auténtico y coherente cuando propone, una y otra vez, restablecer el Estado, “que estaba disuelto”, recuperando las antiguas leyes fundamentales de la Monarquía.

No propone la fórmula revolucionaria francesa de romper con el pasado, oscuro y bárbaro según los constituyentes franceses, sino restablecer las leyes con las modificaciones necesarias para que “no vuelvan a caer en el olvido”, pues ese lejano pasado había sido luminoso porque los reyes antiguos de las Españas no gobernaron despóticamente, como en Francia.

Ya conocemos, en esta teoría expuesta por Muñoz Torrero, la influencia que tuvieron los escritos del respetado Francisco Martínez Marina, un clérigo que presidió la Real Academia de la Historia, o los de Antonio Ranz Romanillos, un diputado que había recopilado las leyes antiguas antes de constituirse las Cortes en Cádiz.

Ambos aportaban argumentos históricos a favor de esa visión de una pasada edad de oro de las libertades de los reinos hispánicos, y Muñoz Torrero encontró en ellos el clima cultural apropiado para sustentar las nuevas ideas sobre la soberanía y la división de poderes, como si fuesen olvidados conceptos eternos.

Ese aprecio por antiguas leyes y costumbres, cuya consecuencia tiene que ver con la negación del relato propio de la Ilustración y es, al mismo tiempo, matriz de la reacción nacionalista posterior, ¿fue sólo credulidad de Muñoz Torrero en el historicismo que legitimaba su discurso revolucionario?

De la lectura de sus discursos parlamentarios se comprueba que su visión de un pasado idealizado está en coherencia con su crítica a los más conocidos autores y teorías de la Ilustración. En el debate de 13 de enero de 1813, cuando Muñoz Torrero interviene para aprobar el decreto de supresión de la Inquisición, expone de manera sistemática su concepción antropológica de la sociedad, que en anteriores discursos ya había esbozado.

Es la concepción ortodoxa del catolicismo escolástico. Frente a las propuestas de los filósofos y de Rousseau del contrato social y del individuo con derechos fundamentales, Muñoz Torrero señala que en el Antiguo y el Nuevo Testamento se conoce que: “Dios creador, padre y legislador de los hombres, quiso también ser su primer maestro, y les dio una educación religiosa, proporcionado a los diferentes estados en que se ha hallado el género humano. Cuando no existían sino familias aisladas, la educación de éstas fue verdaderamente doméstica y conveniente a la condición de aquellas pequeñas sociedades. En esta primera época hay ejemplos muy repetidos de la intervención de Dios en la conducta de las familias patriarcales por una providencia extraordinaria y visible. Después empezaron a establecerse las sociedades civiles con un gobierno determinado, se dignó Dios libertar de la cautividad de Egipto a los descendientes de Abraham para que formasen una nación particular y separada de las demás, dandole una educación nacional y dirigida principalmente para conservar para la verdadera religión, sin mezcla de los falsos cultos que entonces predominaban en las otras naciones. Por último, llegó la plenitud de los tiempos en que los demás pueblos conocidos podían ya comunicar entre sí, y vino Jesucristo a consumar el plan, formando de todos los hombres una misma sociedad, que es la Iglesia católica.”

Voltaire, una vez más, es citado y rechazado por Muñoz Torrero. “Nuestros apologistas han demostrado estas verdades -se refiere Torrero a su teoría de la sociedad civil cristiana- contra los incrédulos, particularmente contra Voltaire, que ignorando el verdadero espíritu de la legislación de Moisés, acusa a éste de crueldad, y pretende probar que entre los judíos había habido tolerancia religiosa”. Se refería Voltaire al pasaje en que los judíos vuelven al politeísmo en ausencia de Moisés, pero lo significativo es que un liberal como Muñoz Torrero rechace la tolerancia religiosa, una actitud que, para él, era artificial y extraña entre los pueblos que profesan la religión verdadera. Después me referiré a este asunto de la tolerancia, del relativismo y del pluralismo.

Juan José Laborda

Consejero de Estado-Historiador.

JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.

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