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TRIBUNA

El contubernio de Múnich, II

Juan José Laborda
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1718lamartingmailcom/12/12/18
jueves 30 de noviembre de 2017, 20:15h

El IV Congreso europeísta de Múnich (el famoso contubernio de Múnich) tuvo muchas consecuencias políticas, a medio y largo plazo.

En Múnich se harían presentes los partidos y las ideologías que años después alcanzarían presencia mayoritaria en las Cortes constituyentes de 1977-1978. El consenso que hizo posible la Constitución de 1978 tiene en la idea de Europa una de sus principales causas. El artículo 10.2 de la Constitución declara que las libertades y derechos de los españoles “se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias”, y ese texto es muy parecido al del Acta Final de Helsinki (1º de agosto de 1975), el documento que se aprobó en la importantísima Conferencia de Paz y Cooperación en Europa, y en ese sentido se inserta dentro de la corriente cosmopolita, cuyas fuentes son Kant y Kelsen, y que será una de las bases jurídicas e institucionales que soportarán la construcción de la Europa Unida.

Interesa también comentar quiénes estuvieron ausentes en Múnich o no intuyeron su importancia.

El Partido Comunista de Santiago Carrillo, aunque envió algún observador, no vio con simpatía el IV Congreso del Movimiento por la sencilla razón de que entonces los comunistas consideraban el proceso de unificación europea como una prolongación del imperialismo norteamericano y del capitalismo mundial. Todavía el PCE no había asumido como propia la lógica de la democracia representativa, que era calificada como democracia formal, y por tanto era considerada meramente instrumental. Esa reserva comunista con Europa, y lo que significaba para las libertades y derechos individuales, ocasionará que el Partido Comunista, aún cuando constituía la fuerza antifranquista más activa y mejor implantada en vísperas de la Transición, fuese superado por el Partido Socialista de Felipe González en el espacio de la izquierda política, en las elecciones de 1977.

Mientras el PSOE apareció en España, en su 27º Congreso (celebrado en Madrid, diciembre de 1976), arropado por conocidos líderes socialistas europeos y mundiales, como Willy Brandt, François Mitterrand, Olof Palme, Pietro Nenni, Michael Foot, Simon Peres, etcétera, el PCE de Santiago Carrillo tuvo que conformarse con la presencia en Madrid, en marzo de 1977, de líderes comunistas europeos, como Enrico Berlinguer y Georges Marchais, con ocasión de que en la capital de España estos dirigentes proclamasen el “eurocomunismo” como la nueva ideología y estrategia de esos partidos, que en resumen consistía en prescindir del leninismo y de la obediencia soviética. En ese año, Jorge Semprún (1923-2011), un intelectual y antiguo miembro del PCE, publicó una especie de memorias suyas, “Autobiografía de Federico Sánchez”, en las que el PCE aparecía como partido ambiguo con los valores democráticos y cosmopolitas europeos.

Los socialistas superaron electoralmente a los comunistas porque desde el Congreso de Múnich la anhelada idea de Europa estaba asociada con la democracia representativa.

El Congreso de Múnich supuso que Don Juan de Borbón, el heredero de Alfonso XIII, perdiese ante los europeístas su apoyo como el Rey que pudiese encarnar el futuro democrático de España. El encuentro de Llopis con Gil Robles, de los republicanos con los monárquicos, que Salvador de Madariaga vio como un símbolo de la superación de la Guerra Civil, significó que el PSOE, el principal partido de gobierno de la II República, podía aceptar la Monarquía, “siempre que ésta no fuese un obstáculo para la recuperación de la soberanía del pueblo español”, ideas expuestas primero por Indalecio Prieto (1883-1962), después por Llopis en Múnich, y finalmente por Luis Gómez Llorente (1931-2012), el diputado socialista que al defender un voto particular pro-republicano al proyecto de Constitución de 1978, iba a solemnizar la aceptación del socialismo español al Rey Juan Carlos como Jefe del Estado de la nueva democracia.

Cuando Don Juan de Borbón, arrastrado por las circunstancias políticas de aquellos días, descalificó a los participantes en el Congreso de Múnich, perdió la confianza de los republicanos antifranquistas, pero que eran europeístas por encima de todo. A partir de entonces, el único rey posible para instaurar la democracia era su hijo, Don Juan Carlos de Borbón, que comprendió que lo que amalgamaba democracia con monarquía era Europa como idea cosmopolita.

Juan José Laborda

Consejero de Estado-Historiador.

JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.

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