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MENÚ DE POBRE

La práctica habitual: ver, oír y cobrar

Diego Medrano
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diegomedranotelefonicanet /12/12/23
miércoles 15 de agosto de 2018, 19:28h

Dos son las preocupaciones fundamentales según encuesta, decíamos ayer, de los españoles: el paro y la corrupción. Desde la presente garita, donde la mili de la actualidad se vive de otro modo, tratamos el tema primero, con medidas gubernamentales mucho más fantasiosas que fantásticas, prestaciones sociales a cambio de votos, sin tener claro todavía, por parte de Hacienda o Trabajo, los ministerios implicados, de dónde va a salir el monto. Ahora me gustaría tratar la segunda: el problema de la corrupción. Sabemos su naturaleza transversal: afecta a todas las siglas, a todas las condiciones, derecha e izquierda, hombres y mujeres, altos y bajos, rubios y morenos. Meter la mano en la caja puede ser completa mascarada: tarda en saberse quién fue, no hay ningún indicativo previo, solo queda el tajo una vez producido el hurto, la amputación del tumor por el bien general. Pero hay otra corrupción mini, no maxi, debidamente instalada, de la que nadie habla, la corrupción del vigía: ver, oír y cobrar, sí, porque el rollo no va conmigo.

Hace días embestíamos desde esta tribuna las artes burdas de cierto poeta laureado, hoy coronado con un cargo oficial, para nosotros nada o muy poca cosa desde sus inicios. Fue una vomitona, porque las tragaderas ya no aguantan más lodo y, a partir de entonces, me escribieron medio centenar de preseleccionadores de concursos literarios. La preselección de un concurso la llevan a cargo profesores, filólogos, becarios… la sorpresa es que siempre gana el premio títulos que no estaban en la preselección y aparecieron por sorpresa, oh fortuna, en la final. Ningún miembro del jurado, por supuesto, levanta la liebre, cobran su cheque y se van con él para casita, bien planchadito y doblado en dos, guardado en la cartera detrás del DNI. Me escribió José Luis Morante, responsable de la antología Ropa de calle (Catedra) del insigne vate, para decirme que preferir escuelas estéticas diferentes no es óbice para no admitir al contrario (se referencia a la ausencia de “joyería verbal” que yo señalé en el mentado lumbrera). Y yo le contesté lo mismo, que estamos cansados de ver, oír y cobrar, y que ese cobrar/callar, porque si hablas se te acabó el chollo, tiene que acabarse.

Tan corrupto es el que se lo lleva calentito, en cualquier orden de la vida social o económica española, como el que lo ve y no lo denuncia. Ver, oír y callar/cobrar debería ser delito, y me parece que lo es; tener o presenciar un hecho delictivo y no dar parte, la omisión, va contra todos y, en primera instancia, contra cualquier noción de ley, estado de derecho o justicia social mínima. Ver, oír y cobrar parece ético, nadie quiere problemas y nadie es nadie para meterse en la vida de otro, pero no es moral. Hay algo por encima de nosotros, que es el bien común, donde prácticas de corruptelas lo único que facilitan es su progresiva dilapidación. La ponzoña del presente, si la vemos, hay que señalarla, hay que barrerla, y no hay que tener ningún miedo al decir bien alto que está ahí, a ojos vista, sin mayores trances. La omertá o ley del silencio es la consigna de la mafia italiana, también su ruina, porque antes o después acaba rompiéndose y ocurre lo esperado que nunca es insólito y sí previsible: todos juntos caen del guindo, esposados y acurrucados como palomas torcaces en el banco del juzgado.

Hay una corrupción mini en cada faceta de la vida pública: la factura con o sin IVA, el funcionario que no ficha o lo hace otro por él, quien tiene otro trabajo además del oficial y no lo declara, quien recibe réditos a cambio de un nepotismo manifiesto, quien sabe dónde está el mal y prefiere no mirar, torcer el gesto, disimular o quedarse in albis con respecto a la cuestión. Esa corrupción es mucho peor: vemos el mar de los grandes saqueos y robos, pero no sus afluentes, todos esos estrechos y diminutos riachuelos que alimentan la corriente con su caudal insignificante que al juntarse en la desembocadura forman el océano mayúsculo. La denuncia te hace mejor. Pensar en voz alta, en todos los órdenes de la vida, es conquistar más y mejores libertades. Gómez de la Serna no se vendió jamás y lo dijo como nadie: “En mi hambre mando yo”. García Márquez, ya de pobre, lo tuvo bien claro: “Si te vendes, véndete tarde” (su mensaje es: lucha, lucha todo lo posible, si en la vejez no tienes para comer, véndete, pero no empieces por aquí la travesía). La facilidad, pese a sus luces y lujo, es siempre un error.

Diego Medrano

Escritor

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