DESDE ULTRAMAR
México: renuncia a la residencia oficial
jueves 20 de diciembre de 2018, 20:21h
En efecto, desde su campaña de 2006 el actual presidente de México, López Obrador, señaló que no viviría en la residencia oficial de Los Pinos –por excesiva, costosa– enclavada en el bosque de Chapultepec, robándole floresta –sin derecho a ello, por un simple ‘porque lo ordeno y mando’– y prometió que la entregaría al pueblo de México, retornando él al Palacio Nacional. El opaco y ominoso enclave, más símbolo del presidencialismo priista autoritario, ramplón, esquizofrénico y rocambolesco que otra cosa, torna en acertadísima la decisión. Un priista extraviado, de esos que no acaban de resignarse a que perdieron la ubre del erario público el pasado 1 de julio –que los hay por millares y se entiende su insolidario enfado– le increpó diciendo que no tenía derecho a deshacerse de Los Pinos. Claro que López lo tenía y tiene, solo que estaba entregándolo a quienes lo sufragan. No lo estaba vendiendo a transnacionales. Ni que fuera priista. Punto.
Porque es preciso decirlo y que nadie se equivoque: ninguna ley obliga a contar con una residencia oficial en México ni a sufragarla para capricho del ocupante de turno. Si el Papa ha abierto los jardines y el palacete de Castelgandolfo a los visitantes, que no se desmonte este monumento al inútil faraonismo presidencialista mexicano ¡faltaba más! Figúrese que esa casa presidencial era de una extensión mayor que la Casa Blanca por mucho y Peña Nieto usaba para su seguridad ¡97! furgonetas. Ya ni Trump ni Putin. Eso es a lo que se le está poniendo fin con la medida y yo la aplaudo, sin lugar a dudas. En estos momentos el presidente mexicano reside en su domicilio particular, en tanto se decide si acondicionará finalmente al Palacio Nacional que ya casi es un museo.
Así, debe verse adecuadamente tal apertura. Y sí, hay a quien le ha molestado porque siente que se acaba el autoritarismo y el exceso tan de su gusto. Sí, porque asoma la orfandad de ver cómo se desnuda al presidencialismo caro y corrupto, mientras se evidencia el saqueo de la excasa presidencial por parte de su último inquilino, todo apunta. Imagínese que no dejó nada en la cocina, la planta alta del inmueble donde residía, vacío. Artistas que entregaron obras plásticas al sitio, denuncian su desaparición. Como no había inventario, es difícil saber lo faltante. Que han vaciado Los Pinos, sí, pues. Un semanario mexicano contaba la semana anterior que entre lo que aquellos nos costó, figuran: la ausencia de cubiertos de plata y de la vajilla boutique que nos constaron 28 millones 560 mil pesos o los 40 millones en vinos y licores, quedando nada. Y el PRI detentaba Los Pinos al final y hay que decirlo, también. Y la gente ya se enteró y lo está constatando. Los priistas me dicen que todo esto se afirma por odio. Tendrán cara. La autoridad ya investiga porque no todo paradero es sondable. Los malquerientes de López difundieron el bulo de que los visitantes se robaron flores de Pascua de ornato. Fue desmentido tal, pero la zarandaja refleja su oposición al presidente.
Los Pinos se volvió un fetiche mencionando con voz engolada, impostada como discurso priista. Su nombre coloquial fue una seña de identidad autoritaria idolatrada hasta la ignominia por los agradecidos lacayunos de toda laya. La dejación de la dignidad. Ahora, los ciudadanos han entrado a Los Pinos no tirando rejas, no usando la guillotina, no proclamando la república, sino viendo cumplir una promesa de campaña. Sin más. Apertura que es un símil a la que conocieron los madrileños al abrir la Casa de Campo o los sevillanos el Palacio de San Telmo. El gran público pudo disponer o visitar y allí siguen, tan ricamente, pero más democráticos, más ciudadanos. El conjunto de edificios que conformaban Los Pinos como un terreno vedado a la mayoría, pero pagado por la mayoría –les jode a muchos recordárselo– se convertirán en un centro cultural, cosa loable frente a los excesos allí verificados en manos sobre todo, del decrépito PRI.
No, amigo lector, no se puede limitar el tema a decir que acude a Los Pinos gente resentida que solo va a regodearse en su jodidez. Sería un grave error plantear así el asunto. Desde luego que sí, porque hay de por medio mucha bribonería denunciable. Todo hay que contarlo. El desfalco a la Nación existe, sucedió en el sexenio recién terminado y ha sido permanente en ese lugar. Yo como contribuyente no estoy de acuerdo en seguir pagando por esa situación. Por eso se denuncia y por eso no se calla. ¿Visitantes resentidos? Sería una estupidez sostenerlo olvidándose de que la mitad de la población vive por debajo de la línea de pobreza y eso que a simple vista no parece que haya mayores abusos en ese sitio. Aparentemente, nada más. No es el palacio de Versalles, apunté recientemente. Lo que sorprende es su saqueo y no el que haya un silencio vergonzante y sepulcral desde el PRI, ahora mal aprendiendo a ser opositor.
Y así, los ciudadanos hemos acudido ipso facto a conocer el espacio. ¿Morbo? será nuestro derecho, pero no, la gente quiere ver lo que fue cerrado al público al regresar el PRI en 2012, porque hasta en eso retrocedimos. Mientras gobernó el PAN hubo visitas guiadas y recorridos que cancelaron los priistas, siempre tan opacos y obtusos. Hemos visto más que lo conocido por reporteros de la fuente. ¿Molesta eso a quienes creyeron el páramo como inexpugnable y se sentían los dueños de México? Desde luego que sí, porque se callan que ese morbo, de haberlo, lo generaron sus impresentables ocupantes, disparatados, locos algunos. Así de sencillo. Porque allí hubo excesos como boliche, canchas de tesis, piscinas, un búnker. Vamos, no lo negaremos. Los Pinos nos costó un ojo de la cara. Se comi.tros dicen que hastsa 79– ultepec. iuo mucha brobonerude gente resentida. millones ue no sean mancillados y con un mantenimienó el 10% del bosque de Chapultepec, y su valor se calcula en 1800 millones de pesos.
Yo lo que he visto allí fue a gente curiosa, a gente hacerse videos diciendo en las redes sociales que se abrió algo prohibido a la mayoría y sí, hay quien sostiene lo que muchos pensamos: que es un exceso ese lugar que se ideó como recinto de descanso y se fue degradando ante la faraónica visión del poder y la idea torcida de ser el centro del universo, sin serlo. Solo eran simples presidentes de México. Insensatez y despropósito. Soy de la idea de que la mitad del predio regrese al bosque de Chapultepec para que reverdezca. Por ende, que se le devuelva directo al pueblo de México que vio como se bardeaba y se le enajenaban hectáreas hasta sumar ¡56! –otros dicen que hasta 79–. Un abuso en toda regla. Y al resto del emplazamiento que se lo resguarde como a un museo, es decir, bien señalizado, protegiendo sus espacios, preservando sus jardines para que no sean mancillados y con un mantenimiento mucho menos costoso. Que Los Pinos deje de ser un anhelo burdo.
Tal y como ha sucedido en España de cuando en cuando con los ocupantes de la Moncloa, allá el debate persiste en sus adecuaciones, costos, encaprichamientos. De momento, al otro lado del Atlántico se puso fin a esos desmerecimientos. Confío en que sea una cosa duradera y otros pongan sus barbas a remojar. Mínimo, que se moderen. Y mi deseo es amigo lector en ambos hemisferios, que usted pase unas felices fiestas.