La editorial Lengua de Trapo ha reeditado El largo camino de la renovación. El thatcherismo y la crisis de la izquierda, la obra escrita en los años 80 por Stuart Hall en la cual expone su visión del thatcherismo (orígenes, argumentos y referentes académicos) así como la respuesta ofrecida al mismo por parte del Partido Laborista. El libro contiene los artículos que el autor publicó durante el periodo 1978-88, esto es, una década en la cual la “Dama de Hierro” consolidó su modelo de país, afirmación corroborada por sus espectaculares éxitos electorales. En consecuencia, los tories reverdecieron la escarapela que históricamente los había definido como “el partido natural de gobierno”.
Por tanto, puede sostenerse sin riesgo de error, como el propio Hall admite, que Thatcher ganó la batalla de las ideas. Este hecho provocó importantes repercusiones en el laborismo: desde la radicalización experimentada durante el liderazgo de Michael Foot (1979-1983) que le llevó a proponer el desarme unilateral o el abandono de la CEE (si bien Hall no alude a este hecho de evidente importancia), hasta el viraje ideológico iniciado (tibiamente) por Neil Kinnock y concluido de forma exitosa por Tony Blair. Éste último asumió buena parte del legado del thatcherismo, como certifica la eliminación de la cláusula IV de los estatutos del partido o el protagonismo que concedió al mercado en detrimento del Estado. En consecuencia, perpetuó la victoria del thatcherismo.
Con todo ello, el thatcherismo puso fin al credo socialdemócrata que los gobiernos conservadores y laboristas habían implementado a partir de 1945, cuyo elemento principal descansó en la defensa del Estado de Bienestar. En este sentido, con Margaret Thatcher se inició una nueva etapa que nada tenía que ver con la anterior, provocando una transformación radical que afectó tanto a lo político como a lo económico, social y cultural. Para tal finalidad, recuperó a pensadores que habían sido marginales durante los años de vigencia del consenso de posguerra, tales como Hayek, Milton Friedman o el más lejano en el tiempo Adam Smith. Todos ellos tenían en común su defensa del liberalismo, condenando cualquier injerencia del Estado en la actividad económica, catalogándolo como el principal enemigo del binomio libertad-responsabilidad.
Desde un punto de vista más académico, este fenómeno supuso la victoria del monetarismo frente al keynesianismo. Todo ello se tradujo en una serie de rasgos fácilmente apreciables en el Reino Unido de los años 80: defensa de la competitividad, rechazo de la igualdad y la apelación constante a la ley y al orden, en un momento en el que la conflictividad a todos los niveles asolaba al país, producto de una deteriorada situación económica, en función de la cual era descrito como “el enfermo de Europa”.
¿Cómo y por qué se llevó a cabo este cambio personalizado en Thatcher y liderado por ella? A este interrogante responde Stuart Hall empleando dos niveles de análisis complementarios. Por un lado, el que indaga en las razones por las cuales el thatcherismo fue asumido por sectores ubicados en la izquierda del espectro político. Por otro lado, el que condena sin paliativos el proceder del laborismo, en una crítica no limitada cronológicamente a los años 70 y 80.
Con respecto a la primera de las cuestiones, el autor enfatiza que “esos nuevos conservadores” que irrumpen a partir de 1975 fueron conscientes de la importancia de la movilización popular. Dicho con otras palabras, no emitieron un mensaje dirigido en exclusiva a una clase social concreta sino al pueblo británico en su conjunto y que apelaba a la urgencia de recuperar la antigua grandeza británica. El éxito de este modus operandi, que Hall no cuestiona, radicó en el empleo de un lenguaje fácilmente comprensible por todos los públicos, como por ejemplo la identificación del gorrón con aquel que no trabajaba y, por el contrario, se beneficiaba de las prestaciones del Estado de bienestar.
En cuanto al segundo de los aspectos, la respuesta laborista, es quizás donde la obra adquiere más valor. Hall la condena y expone las razones por las que adopta tal punto de vista. Al respecto, la principal de todas ellas radica en que el laborismo británico había despreciado la movilización popular, siguiendo así una trayectoria de larga data, cuyos orígenes se remontaban a la sociedad fabiana. Además, en íntima relación con la idea anterior, había considerado al Estado como la única herramienta con capacidad para introducir mejoras de calado en la sociedad: “En la idea fabiana de ingeniería social, el pueblo es también el objeto, y no el sujeto de la práctica política. Por muy humano que sea el impulso que yace tras el Estado de Bienestar (…) no hay demasiadas dudas de que el asentamiento de las burocracias asistenciales del estado del bienestar ha acabado por desmovilizar el poder popular” (p. 382).
En definitiva, una obra cuyos argumentos hemos visto explicitados en los últimos tiempos en Europa con la irrupción de un populismo de izquierda, representado por Podemos, Syriza o Jeremy Corbyn en el Reino Unido, en cuya presentación ante la sociedad no ha dudado en estigmatizar a la socialdemocracia, acusándola de haber asumido como propios los presupuestos neoliberales. Tal argumentación no esconde, sin embargo, el adanismo de dichos movimientos, ni el carácter mesiánico de sus conductas, ni la tendencia a arrogarse en exclusiva la representación del “pueblo”.