Cuenta Franck Planeille, en el prólogo a este volumen, que la primera vez que René Char (Isle-sur-Sorgue, 1907-París, 1988) oyó hablar de Albert Camus (Mondovi, hoy Drean, Argelia, 1913-Villeblevin, Francia, 1960) se encontraba enrolado en la Resistencia francesa en la población de Céreste. Alguien le llevó la novela de Camus, El extranjero. Sin embargo, como señaló tiempo después el propio Char, no le prestó apenas atención pues no eran las circunstancias adecuadas. No obstante, apunta igualmente Planeille, “el río que compartirían ya había empezado a correr”.
Así, el 1 de marzo de 1946, el poeta le escribe a Camus una carta en donde le dice: “Estimado señor: Agradecería la ocasión de poder reunirme con usted. Me gustaría decirle de viva voz que coincido plenamente con su Calígula, además de manifestarle la afinidad que creo existe entre nosotros”. Esta es la primera misiva que se recoge en esta correspondencia, nunca antes publicada en nuestro idioma, y que ahora podemos disfrutar gracias a la feliz iniciativa de la joven editorial madrileña Alfabeto, que tiene como objetivo, confiando en que aún hay sitio para la lectura, la publicación de buenos libros de no ficción.
A esta carta le responde positivamente Camus a los pocos días, emplazando a René Char a verse esa misma semana. Este encuentro “se produjo -explica Planeille- entre dos hombres, ciertamente, pero sobre todo entre dos inmensos artistas, muy diferentes y, sin embargo, avecinados por ese ‘río subterráneo’ al que solo sus obras permiten aproximarse”. Es el comienzo de una sólida amistad -que únicamente segó la trágica muerte de Camus en un accidente de coche-, llena de empatía y complicidad, en la que, en efecto, se pone de manifiesto la afinidad, que existió entre el gran poeta francés, autor de una de las obras líricas más deslumbrantes de la poesía del siglo XX, y el escritor y pensador que dio un sesgo especialmente lúcido y personal al existencialismo en novelas -El extranjero, La peste…-, ensayos -El mito de Sísifo, El hombre rebelde-, y piezas teatrales -Calígula, Los justos…-.
La edición a cargo de Franck Planeille, especialista en Camus y Char, y excelentemente traducida por Ana Nuño, está elaborada con rigor y pulcritud, con profusión de notas que nos aclaran y sitúan muchas cosas de esta relación epistolar que incluye ciento noventa y dos cartas, ordenadas cronológicamente entre 1946 y 1959, junto a unos anexos, formados por algunos escritos de Camus sobre Char y de este sobre el primero, y un comentario sobre La posteridad del sol, el libro que nació de un proyecto compartido entre ambos, y que, tras la muerte de Camus, retomó Char en homenaje a su amigo. Igualmente, el volumen ofrece varios apéndices con una Cronología, una Orientación bibliográfica y una Bibliografía de René Char y Albert Camus en español. Todo ello un material complementario muy útil.
Camus y Char se veían con cierta frecuencia, si bien no tanta como les hubiera gustado, por lo que la correspondencia suple la ausencia de encuentros personales. El lugar de residencia habitual del Premio Nobel era París, mientras que René Char vivía en la Provenza francesa. Precisamente, la petición de Camus a su amigo de que le ayudara a buscar una casa en esa zona para pasar temporadas centra varias de las cartas. En ellas no se ahorra la situación personal, y, así, por ejemplo, Camus le comenta a Char sus problemas de salud, aquejado de tuberculosis, enfermedad que le impidió ser futbolista -“Prometo escribirle más detenidamente cuando me sienta menos débil”; “Escribo esto desde la cama. Una recaída de mi vieja dolencia. Seis semanas en posición horizontal y después, varios meses de montaña”-, y sus dificultades y dudas en la preparación de sus libros: en el periodo en el que escribe El hombre rebelde le expone: “Desde hace un mes el trabajo no me deja levantar cabeza […] Es un parto largo y difícil, y temo que el niño saldrá poco agraciado. El esfuerzo es agotador”. A lo que siempre Char le responde con gran interés y amabilidad: “Cómo me gustaría ver sus problemas disolverse en lugar de aplastarle. Me preocupa no saberlo ‘contento’ (¡contento de ley!)”: “Nada ‘me gustaría más’ y despejaría mis temores que tener la certeza de que está recuperándose y que a ello contribuye esa bella región”. Por su parte, por ejemplo, Char le confiesa: “Gracias por su pensamiento, que me ha llenado de cariño. Es usted de las pocas personas cuya aprobación me ayuda a trabajar, a seguir avanzando. Furor y misterio también es un libro suyo”.
Por otro lado, entre los numerosos asuntos que se plantean, se aborda, por ejemplo, la cuestión de la revista Empédocle, impulsada por los dos y en la que ambos colaboran hasta que no están de acuerdo con el rumbo que va tomando: “Me temo realmente -le escribe Char a Camus- que no hay nada que hacer con Empédocle”, y con la que uno de sus principales motivos de conflicto es el tema de la tauromaquia. Señala Camus, quien era aficionado a la fiesta e incluso fue torero de salón: “No puedo aceptar el ostracismo de los toros, puesto que soy miembro del Club Taurino de París”. Y Char protesta por el rechazo de un texto sobre tauromaquia escrito por el helenista Yves Battistini, un “colaborador de lujo”, certifica Char, que es tratado con desconsideración y zafiedad. Y no son escasas sugerentes reflexiones: “Lo cierto es que hay que encontrar el amor antes que la moral, si no, ambos están condenados a muerte. La tierra es cruel”.
Desde el inicial “estimado señor”, empleado por ambos, se pasa pronto a encabezamientos y despedidas llenos de cercanía y afecto: “Querido”, “Con todo mi cariño”, “No dude un instante de mi cariño fraterno y fiel”, “Hasta pronto, con todo mi cariño”, “Un cálido abrazo”… consignados por los dos. Curiosamente, en ningún momento cambian el usted por el tú, quizá, además de que en ese momento no estaba extendido masivamente el tuteo, como signo de respeto mutuo.
El epistolario Camus-Char no encierra interés solo para los seguidores y admiradores de ambos escritores. Entre otros aspectos, es un modélico ejemplo de que es posible una sincera amistad y un decidido apoyo entre dos grandes de la literatura, una imborrable lección frente a lo mezquino que no pocas veces preside estas relaciones.