“Quietamente sentado sin hacer nada, llega la primavera y crece la hierba”. Así reza el proverbio zen que Pedro Sánchez, probablemente sin conocerlo, cumple a la perfección. Nada hizo antes de la sesión de investidura para cerrar el pacto con Podemos y sus socios de moción de censura. Todos se quejaron de que nadie del PSOE les había siquiera llamado por teléfono. Y, ahora, después del batacazo en el Congreso de los Diputados, con el único voto a favor del pintoresco Miguel Ángel Revilla, sigue bamboleándose en la hamaca de La Moncloa sin mover un dedo.
Porque, según sus voceras principales, Calvo y Narbona, los responsables de una supuesta repetición de elecciones son Podemos, el PP y Ciudadanos. En este orden o en cualquier otro. Ni el PSOE ni su secretario general tienen la culpa del bloqueo ni del fracaso en el hemiciclo. La vicepresidenta lo dejó bien claro: “Pablo Iglesias tiene el honor de haber impedido por dos veces la investidura de un presidente de izquierdas”. Se le olvidó que Pedro Sánchez tiene el “honor”, o el récord histórico, de haber sido tumbado en las dos sesiones de investidura a las que se ha presentado. Como dicen ahora, son cosas del relato.
Y el relato socialista sigue anclado en que “no hay alternativa” al PSOE. Se les olvida que hay una alternativa: repetir elecciones. Y, por lo que se ve, va a resultar inevitable. Pues Pedro Sánchez pretende gobernar en solitario. Quietamente sentado sin hacer nada, espera el apoyo de Podemos “a la portuguesa”; esto es, gratis. Y manipula al pobre Alberto Garzón para que presione a Pablo Iglesias, como si el líder de Podemos tuviera en cuenta al representante de IU, cuyas siglas ya nadie recordaba. Y también quietamente sentado, Pedro Sánchez espera que algunos periódicos insistan en que el Ibex presiona al PP y a Ciudadanos para que dejen gobernar a Pedro Sánchez, como si Pablo Casado y Albert Rivera fueran tontos o como si España fuera Nigeria. O como si Pedro Sánchez fuera un dirigente sensato y moderado que se alejara de Bildu en Navarra y permitiera gobernar a la lista constitucionalista que ha arrollado en las elecciones: 20 a 11. Por ejemplo.
Según Pedro Sánchez, no hay alternativa. Ocurre, sin embargo, que nadie se mueve de su sitio, que nadie piensa cambiar su voto en la supuesta segunda sesión de investidura de Pedro Sánchez. Si así fuera, hay que prepararse para celebrar las cuartas elecciones en apenas cuatro años. Probablemente a estas alturas no es lo peor para España. La opinión pública parece estar escandalizada con tal posibilidad. Pero, sin duda, es mejor que se abran de nuevo las urnas a sufrir un mal gobierno del PSOE, apoyado con desgana por Podemos. Porque ni el PP ni Ciudadanos cambiarán su voto. Y si, al final, Pablo Iglesias lo consiente, por aquello del progresismo, va a marcar muy de cerca a Pedro Sánchez. Pues con 123 escaños, el PSOE necesitará el apoyo del partido morado durante la entera legislatura. Y el líder de Podemos se zampará en plato frío al líder socialista. Solo hay que esperar a que llegue la hora de elaborar los presupuestos.
Es verdad que entre campañas electorales, sesiones de investidura, viajes en Falcon y simple apatía y sinvergonzonería política, España lleva buena parte de los últimos cuatro años sin Gobierno, con el Congreso de los Diputados cerrado y el Consejo de Ministros dedicado a jugar al parchís. No es tan grave como algunos dicen. España funciona mejor cuando los políticos están de vacaciones, cuando no se inventan leyes tan estúpidas como caras y, en estos momentos, cuando por fortuna siguen en vigor los Presupuestos del denostado Rajoy. De haberse aprobado las cuentas que elaboraron Sánchez e Iglesias, la economía ya se habría desplomado y el paro, disparado. Los dirigentes socialistas de esta hornada son como los malos entrenadores de fútbol. Cuanto más intervienen, peor juega el equipo. Y si se repiten elecciones, aquí nadie gobierna hasta Navidad. Pues aquí paz y después gloria.