Se impuso al guerrero Daniil Medvedev por 7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4. Alzó su cuarto US Open, tras casi cinco horas de épica, y batallará por el número uno de la ATP.
Le está costando bastante encontrar sus límites a Rafael Nadal. Este domingo se proclamó campeón del Abierto de Estados Unidos, en lo que constituye su cuarto entorchado en Flushing Meadows. Doblegó a Daniil Medvedev, la sensación del torneo, imponiendo su oficio, inteligencia y aplomo. El esfuerzo que devino en otra página gloriosa del deportista español más importante de la historia pasaría de las cuatro horas y media (7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4), quedando el balear con el primer puesto del ránking de la ATP a tiro. Y ampliando su cosecha de Grand Slams hasta los 19, a uno de la plusmarca, otrora inaccesible, que posee Roger Federer.
No las tenía todas consigo. A lo largo del campeonato estadounidense no se había medido a ningún rival que estuviera entre los 20 mejores del planeta, hecho que le hacía relativizar la facilidad con la que fue superando fases -sólo cedió un set en sus seis duelos disputados-. Incluso sumó más descanso de lo previsto cuando se lesionó, en la segunda ronda, el australiano Thanasi Kokkinakis. Asimismo, había lucido un juego salpicado de cierta irregularidad, como confesaba su entrenador Carlos Moyá. Todo ello, sumado a la extraordinaria inercia del otro finalista, condujo al manacorí a concentrarse con todo en lo venidero.
Medvedev partía como quinto cabeza de serie y es el único jugador que ha alcanzado las 50 victorias en 2019. Este ruso de 23 años y el icono español se han desnudado como los tenistas más en forma del planeta en la segunda parte del curso, con mucha distancia -Novak Djokovic arrastra problemas físicos y Federer, cansancio-. "Es una final de un Grand Slam contra un jugador muy complicado que viene jugando muy, muy bien y soy consciente de que tengo que jugar a mi máximo nivel", avisó el número 2 de la ATP en la previa de esta cita monumental. Y también compartió una de sus motivaciones esenciales para seguir compitiendo al máximo: demostrar que tiene carrera para rato, a sus 33 años.

"Creo que estoy en condiciones para disfrutar del tenis, aunque a algunos entendidos les parecía imposible. Para mí también era improbable, pero aquí estamos. Desde las motivaciones y desde los objetivos a corto plazo, a medio y a largo se ha ido haciendo el camino y aquí estoy, muy feliz y muy agradecido a toda la gente que me ayuda", proclamó, complacido al mirar en perspectiva las dificultades vividas entre enero y la víspera de Roland Garros. De hecho, pasó de la final del Abierto de Australia -perdida ante Djokovic- a limitar sus esfuerzos. Antes de revalidar el título parisino sólo había ganado el Masters 1.000 de Roma. Mas, la capital italiana le vería entrar en ignición y resplandecer hasta esta fecha.
En esa suerte de cruce generacional y de resurgir compartido en estos últimos cuatro meses se desarrollaría un enfrentamiento que se inició evidenciando su esencia: intercambios largos y de exigente paciencia y precisión. Hubo el español de levantar una pelota de break en el primer juego, todo un aviso de lo pegajoso del estilo del ruso. Medvedev se reafirmó ganando su servicio con comodidad, a base de latigazos. Las cartas ya estaban sobre la mesa, con dos competidores muy completos que mantuvieron las precauciones y aplazaron la soltura para más adelante. Aunque en los tres primeros juegos cada uno levantara al público una vez.
Desde el fondo de la pista se retaron, de tú a tú. Los peloteos se alargaron y el desgaste anatómico se anunciaba extremo. Este último parámetro, el de la erosión física, se destacaría como la hoja de ruta del balear -había jugado tres horas menos en estas semanas que el nacido en Moscú-. En cambio, fallaría Rafael en la tratativa de desestabilizar a su rocoso contrincante y cedería su saque en el segundo turno. Daniil se metió con celeridad en la mente de su ilustre oponente, forzando al isleño a ganar los puntos varias veces. Y lo hizo, recuperando el break de inmediato. En un ajedrez comprimido y táctico. Mezclaba la altura de la pelota el zurdo y tomó algo de aire con el 40-0 que le puso por delante (3-2).
La profundidad del golpeo del ruso indigestó el trasiego a un favorito que no descartaba las dejadas desde la red para sorprender. El desafío también comprendía la parcela mental, pues batallaban dos de los tenistas con mejor encaje del error propio. Y la excelencia, carácter y variedad de movimientos del aspirante se añadirían a la fórmula para eludir tres bolas de rotura que habrían encarrilado el set para el manacorí. Acudiendo al saque y a la agresividad cuando se veía arrinconado. Sin complejos. Eso sí, Rafael, silente, concatenaba tres juegos en blanco seguidos, con lo que la presión circundó al debutante en semejante altura con 5-4 en contra y saque. Pero, con hielo en la sangre, apagó el incendio resaltando su pegada y clase.

Volvería a estar al límite minutos después, cuando el español defendió su servicio con tenacidad y colocó el 6-5. El triunfo en el primer set se había uniformado de un aparente punto de inflexión valioso y el ruso, que arribaba a este momento renqueando en sus servicios, naufragaría al ceder su segundo break. Sus segundos saques le habían salvado hasta que el zurdo desenfundó un ganador terrible, tras desplazar de lado a lado al gigantesco moscovita, que moriría de pie. A la segunda logró adelantarse Nadal, con una efusiva celebración mediante. Sólo permitió tres 'aces' a su rival. Tras una hora y dos minutos intensivos, certificó el primer paso (7-5). Entonces se examinaría la compostura del veinteañero Medvedev.
Y el quinto de la ATP reaccionó rozando la rotura del saque del manacorí en la subida del telón del segundo set. Ese respingo ambicioso, acompañado por un intento por acortar los puntos, sería anestesiado por la afinada lectura del tempo que ejecutó Rafael. El zurdo afiló su servicio y apostó por desplegarse hilvanando el perfil paciente -defensa maravillosa- con el ardoroso. Se fue soltando el histórico tenista balear y constriñó a Daniil a eludir los callejones -en forma de bolas de break-, tirando de calidad agonística (3-2). Tanto tensó la cuerda el tres veces ganador en la pista Arthur Ashe que arrancaría una escapada hacia el 5-2. Exhibió una ocupación de espacios quirúrgica, que rimó con la ausencia de imprecisiones, para granjearse un colchón emanado de la estrategia.
La competitividad de Medvedev, que persigue con éxito cada bola, sufriría vaivenes que amortizó el español. El peso de las piernas se empezaba a notar, con Nadal disfrutando sobre la cancha de una velocidad deliciosa. Las derechas características del astro nacional se multiplicarían a medida que la confianza de su autor se disparaba. En el entretanto, la segunda manga se resolvía con un horizonte mucho más despejado que lo vivido en el parcial anterior. Desprovisto de 'aces', una gran noticia para Carlos Moyá y su pupilo. Un revés paralelo estupendo del moscovita serviría de telonero exquisito del trabajado lazo del manacorí a una segunda manga (6-3) de 48 minutos.

Le urgía al novato detectar una convulsión que fracturara la inercia. Rafael había encontrado con facilidad el cauce de su derecha, con saques funcionales y una mixtura de golpeos y ritmos que le habían transformado en el gobernador de una final que se desniveló. En coherencia con esa necesidad, mostró jerarquía con su saque inicial del tercer set y no aflojaría nunca su derroche defensivo. Ni cuando se cruzaban las dos horas y tenía la estadística y las sensaciones en contra. Esta actitud, que es su adn, le proporcionó el reconocimiento del público que le había pitado días antes, pero no le valió para llegar a los ángulos que trazaba el español.
Apurado, y pulido desde lo físico, Medvedev se vaciaría. Era el momento clave de la final. Respondió con servicios atronadores, reveses venenosos y un juego en blanco (1-2). Sin embargo, Nadal, serio, sostuvo su multiplicidad de lanzamientos. Todos ellos conectados con pericia. Con una paleta de creciente sabor estético. Su superioridad en ambas fases del juego ya había sido refutada y la relación de fuerzas, explicitada. Y en el quinto juego haría germinar un break de pelaje definitivo (3-2). Pero perdonó en lo consiguiente, para mayor honor del corazón del ruso. El admirable pundonor de Daniil, no en vano, remontó (3-4) y corroboró que él no iba a dejarse ganar. En ningún caso. Su técnica rebosaba cada vez más.
Sobrevino, en este periodo, el oasis de mejor tenis de la noche. El acierto en la red de Rafael le acolcharía, mas el quinto mejor jugador del mundo se revolvió. Ganando tiempo, dejándolo todo y posicionándose con el resto para recortar distancias (4-5), con el recinto en pie. Aún así, a pesar de la complejidad general, el balear supo filtrarse para empatar (5-5). Y hasta ahí, porque el moscovita propulsó un fogonazo cegador de juego que le catapultó a sumar otro break y la merecida victoria en la tercera manga (5-7). Le estaba pegando muy fuerte y todo entraba. El golpe energético, cuando se cumplían tres horas de esfuerzo, se nutrió de 4 'aces' (sólo ocho errores no forzados) y minimizó la autoridad del zurdo. Su explosión llegó, incluso, a contaminar de dudas el aguante anatómico del favorito.

El imprevisto vendaval de Medvedev se estiraría hasta el 1-0 y pelota de rotura, en el cuarto set. Sufría el manacorí para descifrar cómo superar a su rival, con su saque desinflado. Cometió una doble falta y sollozaba ante la presión en la red del coloso oponente. Pero asomó y salvó su servicio, en el peor trecho de su jornada. Y firmó un juego en blanco para tomar oxígeno (2-2). Y escudriñó una rotura que se le escapó dos veces. Sólo debía ir sobreviviendo, en cada punto, ante el lapso más exigente en meses. Nada más y nada menos. Se aplicó y sacó otro juego en blanco, equilibrando las sensaciones (4-4). Mas, Daniil se lo devolvió sin pestañear y se prestó a restar para empatar el combate.
Visualizando las cuatro horas de final, el desenlace de la cuarta manga vio al ruso seleccionar más su agresividad, sus subidas a la red, y los fallos mermarían a Nadal hasta encajarle un break que reinició la pugna por el título (4-6). Sin síntomas de agotamiento del lado moscovita. El debutante refrendó su dureza psicológica y aliñó su rendimiento con golpes geniales, remangándose para asaltar el cielo en el quinto set. La responsabilidad descansaba, con todo su peso, sobre los hombros del brillante tenista de 33 años. Que ha perdido más que ganado en las finales a cinco mangas de Grand Slam disputadas. Y que empezó en desventaja -se había abierto un desierto sin que alcanzara a romper el saque ajeno-.
Se abocó Rafael a estar con 1-0 y tres pelotas de rotura en contra. No le quedó más que abrazar la épica, fuera del guión estudiado desde la conclusión del tercer set. Y atacó a tumba abierta para escabullirse, bien asentado en la red y en el fondo. Medvedev ajusticiaría, con factura industrial, a la refrescada irregularidad del español. Llegaba a responder cada reto del manacorí, o casi, pues Nadal todavía podía brotar irrefrenable. En ese cara a cara descarnado, con el tenis de nuevo en el techo, empezó a sobresalir el zurdo. Remontó un 40-0 para recobrar el mando (4-2) in extremis. En el punto más bello del día. Inaccesible para la desconcentración, salió a flote cuando no tenía margen de maniobra y terminaría abrazando el paroxismo, no sin drama -break en contra y tres pelotas de campeonato-. Perdió el control global del partido (impío en lo táctico) pero salió adelante y la sentencia le fue brindada (6-4). El ejercicio de resistencia mental, en su mejor partido del torneo, ampliaría el hueco en la eternidad de un tenista español irrepetible. En otra página dorada de este deporte, que descubrió a un ruso con aspecto de estrella.