El mito de Sísifo, fundador y rey de Éfira, es una metáfora que Homero en el “Canto XI” de la Odisea dedica al esfuerzo inútil y a la venganza de los dioses: condenado por Zeus a empujar por toda la eternidad una enorme roca hasta la cima de una gigantesca montaña del Tártaro para que, en cada intento, esta volviese a caer rodando, Sísifo representa la fatalidad de las cosas, que se tuercen cuando osamos cuestionar las acciones que se toman en el Olimpo sobre nuestras vidas. A partir de ahí, la espiral de desgracias está servida y resulta –dicen los griegos– poco menos que imposible escapar de ella.
Ante la imposibilidad de un entendimiento entre un PSOE que se niega a entenderse con Unidas Podemos, que desea una coalición, está pronta la repetición electoral el 10 de noviembre en este “laberinto español” a lo Gerald Brenan en que se ha convertido nuestro escenario político, con el consiguiente retraso presupuestario para las comunidades autónomas. Las derechas no se han entendido, pero –oh, sorpresa– las izquierdas tampoco se avienen a una concordia en España. El Ejecutivo en funciones ofrece a Pablo Iglesias un “programa común progresista” y dejarle entrar en “estructuras de poder”, una indefinición que viene a ser tanto como no decir nada.
Vetado el podemismo en el Consejo de Ministros por mor de los hilos invisibles que llegan hasta el progresista PSOE –lean La élite del poder de Ch. Wright Mills–, el país empujará una vez más su voto hasta la cima de la montaña, donde está depositada la urna, para asistir a un resultado idéntico, una y otra vez… Así que la voz que susurra en el oído presidencial decide los destinos de la patria para ascender a los cielos una vez más. Los barómetros coinciden en que seguirá siendo presidente por aquella moción de censura.
Don Ximo y don Emiliano, claros varones socialistas, a fin de evitar la procesión del domingo electoral, proponen un acuerdo y un arreglo programático revisable a mitad de legislatura, a cambio de que Podemos apoye los presupuestos. El jarrón chino de la izquierda, cuyos cachitos tratan de pegar con denuedo los barones, no resuelve del todo la gobernabilidad ni los 5.000 millones de euros que han dejado de ingresar en las regiones de esta nuestra España y olé, que está más traspasada por la incertidumbre que hace veinte años.
Antes de que Pedro Sánchez hiciese su entrada triunfal en el hemiciclo, don Mariano había dejado gran parte de sus huestes inflándose a casos de corrupción: caso Bárcenas, trama Púnica, tarjetas Black, caso Auditorio, Operación Lezo, trama Gürtel… hasta que en junio de 2018 unos cuantos ardieron en las hogueras de la justicia y el presidente se refugió a darse con los suyos la gran comilona pantagruélica en el Arahy de la calle de Alcalá, un signo de estos tiempos: trató de combatir la crisis de Estado y de su partido con salmorejo, solomillo y dos botellas de whisky. Y le salió mal. A Sánchez también se le está poniendo el rictus autumnal y ojeroso del desgaste, a la espera de la investidura, los aplausos, los besos y las firmas de gobernabilidad.
Mientras, Torra se frota las manos a la vez que siembra de su particular higroscopia amarilla el firmamento electoral. Nos esperan unas contundentes tormentas de otoño: habrá que abrigarse bien. También él, sin saberlo, se ha convertido en un Sísifo con barretina empujando la roca bruñida del juicio del “procés”: si se descuida, podría arrastrarlo en su caída. La emigración a países democráticamente más razonables es una opción que no descartamos, amore. Por aquello de no hacer el Sísifo, que va camino de convertirse en una moda.