Es de suponer que para alguien que pretenda hacer una primera incursión en el panorama editorial, el género negro puede revelarse como una carta de presentación sumamente atractiva. En España proliferan las historias de inspectores -por suerte, cada vez más de inspectoras- atenazados por un pasado traumático que amenaza con alcanzarles, asesinatos violentos respaldados por ejecutivos de gemelos en los puños y broche en la solapa y periodistas que buscan salir a flote en un mar de morbo y sobreinformación agarrados a un tablón ajado que lleva escrito “deontología”. Poco se altera la fórmula, y aunque así ocurriera, la mejor y más cuidada ficción se seguiría viendo superada por esta disparatada realidad que nos ha tocado vivir. Por todo esto, resulta estimulante encontrar obras originales, artesanía escrita con mimo y alejada de la producción en serie, como es el caso del último trabajo de la autora Clara Peñalver, Las voces de Carol.
Por fin, la novela nos acerca a suelo andaluz, a una Málaga consagrada como capital del turismo playero y escenario de negocios turbios a cargo de mafias europeas que desembarcan a probar suerte en la Costa del Sol. Allí, la inspectora Carol Medina deberá enfrentarse a un nuevo caso, la muerte de Abril Zondervan, afamada escritora y rostro visible del movimiento de los “escuchadores de voces”. Como si de fractales se tratase, nos adentramos en la psique de Carol de la mano de su artífice, y en la de Zondervan a través de la inspectora, creando Peñalver diferentes niveles narrativos que a veces se concretan hasta en cambios de formato tipográfico, momentos en los que al lector se le permite acceder a las páginas de la última obra de la novelista asesinada. Se da una aproximación muy respetuosa a la intimidad de ambas mujeres, revelándose conforme avanza el caso el vínculo que las conecta y las separa al mismo tiempo.
Dentro del cuerpo policial, existe un afán de romper con el esquema clásico Batman-Robin, el héroe y su sidekick, dos personas que se entienden con mirarse y golpean a la vez. En un divertido ejercicio de creación, Peñalver “fuerza” a Carol a trabajar junto a la “Hiena”, un subinspector que, a priori, provoca repulsa en la protagonista. A esta pareja, que sufre una evolución cómica y entrañable, se le suman una decena de personajes que actúan como motor de la trama y sin los que sería imposible la resolución del macabro crimen. Y, en toda esta vorágine de indicios, cámaras de vigilancia y miembros mutilados, brilla con luz propia un elemento que trasciende a la inspectora, a la investigación e incluso a la misma novela: un alegato en contra del estigma asociado a la enfermedad mental y una reivindicación de la complejidad que entrañan tanto quienes la padecen como quienes la tratan.
Finalmente, y para orgullo de Carol, la muerte de Abril, la “escuchadora de voces”, es vengada, y sus culpables, condenados. Ahora que ha exorcizado los fantasmas de la enigmática escritora, queda enfrentarse a los suyos propios. Una segunda entrega y una nueva misión sería el vehículo perfecto para que tal cosa ocurriera.