Willingdom Duty era un cerdo de competición que disfrutaba por tradición de gran prestigio en la nación y que, ahora, como ya se iba a retirar, convocó a los animales a una reunión para contarles un sueño que había tenido la noche anterior sobre cual sería su futuro (el de todos, no el suyo) si la Granja se salía de la Unión. Y mientras ellos se acomodaban siguiendo esa norma ancestral entre el género animal que dice “primero en llegar, primero en sentar”, Willingdom se subió a la tarima tranquilamente y les atizó el discurso siguiente:
”Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.”
Los animales se quedaron estupefactos, naturalmente, con la cita de emancipación colonial, pero le siguieron escuchando por ver adonde quería llegar con ese punto de vista dialéctico y también por ver si la tarima, que ya se comenzaba a resquebrajar, podía aguantar el peso histórico más el específico de Willingdom.
¿Porqué estamos en esta terrible confusión? preguntó a continuación, pero como ellos entendieron que era un interrogante teórico, digo retórico, y no por el follón que había en el salón, ninguno respondió y para adelante él con su discurso tiró:
“No entran y salen los capitales libremente en los estados nacionales, entonces ¿porqué no somos los animales también libres de salir o entrar?” inquirió Willingdom, dirigiéndose concretamente a un cerdito que estaba allí a su lado, cerca del entablado, llamado Rupert, quien se encogió de hombros y tampoco contestó.
En ese momento entraron en el salón una liebre y un lirón, que parecían salidos de un cuento más que del cercano y cercado royal forest (cercano porque estaba cerca y cercado porque tenía cerca), quienes se acercaron al estrado y como si fueran Tweedledum y Tweedledee al unísono recitaron:
Willingdom Duty se balanceaba sobre una tarima muy fina
y todos esperaban que se partiera la crisma.
¡Ni con toda la caballería ni la infantería de marina
Va a haber luego quien ponga en derecho esta oficina!
En vista de lo cual Willingdon dijo:
”He aquí un punto que hay que aclarar antes de continuar: ¿las criaturas del bosque son amigos o enemigos?” y añadió a renglón seguido sin que nadie se lo hubiera pedido: “Votemos”. Y en medio de la algarabía que allí ya había, se pusieron a votar y el resultado, como cabía esperar, aunque apretado, fue a favor de continuar, quiero decir de la amistad animal.
Entonces, aproximándose arriesgadamente al borde del entablado, tanto que los animales de la primera fila tuvieron que dar marcha atrás, viendo la que se les venía encima, Willingdom prosiguió:
“Adoptaremos medidas de laissez faire como no se han visto igual”. Y los animales como ya habían olvidado el francés, pues no lo hablaban desde la época de William Le Conquereur, ninguno replicó, pese al manifiesto económico contrasentido, y él entendió que habían asentido.
De adoptar tales medidas se encargaría, dijo Willingdom, su sucesor allí presente, el mencionado Rupert, quien para demostrar su destreza normativa cogió la brocha y borró de un brochazo lo de “Granja Feudal” para poner en su lugar “Granja Animal”, lo cual quedó fatal porque todo lo demás permaneció igual y es que así entendían los cerdos eso de la igualdad.
En realidad Rupert era vendedor ambulante de antologías de poesía y libros de manualidades tales como “Mil cosas útiles que hacer en una casa”, “Cada hombre un albañil” o “Como hacer chapuzas con la electricidad sin que te de calambre”. También tenía, aunque nadie los leía, volúmenes de microeconomía, como por ejemplo “Medios de producción con huevos” destinado a las gallinas, “Como no meter la pata en el cubo de la leche” para las vacas o “Pastillas de jabón por la mañana para tener limpia la lana” para las ovejas.
Finalmente Willingdom anunció la construcción de un molino de viento (“como los de Don Quijote” comentó el burro Benjamín) con el cual obtener electricidad para poner una sierra, una podadora y una ordeñadora, las cuales nunca llegaron a funcionar pues no había dónde enchufar. Y a todo esto y como ya era hora de merendar, los animales se marcharon muy desordenadamente como lo hacían normalmente sin esperar a más.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado. Willingdom se quedó en la tarima como si estuviera pegado, la cual al cabo de un rato se vino toda entera, con él, abajo.