Todo lo sacrificó al empeño de difundir el alcance histórico de la primera Globalización, el cuño hispánico de la Era de los Descubrimientos transoceánicos. Hoy la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos custodia treinta y seis de obras de Carlos Sanz López (1903-1979); y la Biblioteca Nacional de España, un centenar. Pero fueron más de doscientas, sus publicaciones. Y más de quince mil las cartas que recibió, de autoridades del mundo entero, en reconocimiento a sus esclarecedoras investigaciones y donaciones sobre la primera carta de Colón, el acervo documental que desató el Nuevo Mundo, los incunables hispano-asiáticos o el memorial que anunció en español el descubrimiento de Australia.
Recordemos a este olvidado decano de la bibliografía y cartografía ultramarinas, dentro aún del cuarenta aniversario de su fallecimiento, y año todavía inaugural del V Centenario de la primera vuelta al mundo, a la que también dedicó sus líneas.

El libro como agente
Poco sabemos de la primera navegación de Carlos Sanz. Que nació el 29 de octubre de 1903, en una casa de la calle Murcia de Almería. Que cursó primeros estudios en el Seminario Conciliar de San Torcuato, de Guadix, en Granada. Y que pronto se forjó una sólida posición en negocios de ámbito internacional, que le llevaron a residir en Estados Unidos. Trayectoria a la que dio un giro definitivo, quizá ya como padre de familia, tras la guerra civil española. Siendo esta el desencadenante de una profunda crisis personal, que determinó a Sanz a consagrar toda su fortuna y energía a la especialidad de la que sería referente mundial desde su madrileño estudio de la calle Velázquez.
El método de trabajo que afamó a Carlos Sanz consistió en la reproducción facsímil de libros y mapas, que publicaba en ediciones críticas y cuyas tiradas él mismo costeaba y distribuía, gratuitamente, entre escogidas instituciones y personalidades de todo el mundo. Desarrolló así una poderosa “fenomenología del libro”, que revela a través del trazado de sus estampaciones la auténtica influencia de documentos cruciales.
Libros, mapas, relaciones y memoriales, se manifiestan en el corpus sanziano no solo como soporte o testimonio de lo acaecido, sino como auténticos agentes movilizadores del porvenir. Dicho de otro modo. No es que la historia esté escrita en los libros. Es que hay libros que manifiestan, empujan y condicionan el rumbo de la Historia.
La Carta de Colón
La primera entrega de Sanz fue una reimpresión, en 1948, de la Historia del Obispado de Guadix y Baza, de Pedro Suárez (1696), que editó junto a una relación documental de la conquista del Río de la Plata y de la fundación de Santa María del Buen Aire, luego Buenos Aires, por el Adelantado Pedro de Mendoza, hijo insigne de Guadix.
El nombre de Carlos Sanz irrumpió, sin embargo, en el panorama internacional con motivo del II Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado en Madrid en 1956. Encuentro en el que Sanz presentó las primeras reproducciones facsímiles de la famosa Carta de Colón, impresa en Barcelona en 1493, anunciando el Descubrimiento.
Sanz dedicó numerosos títulos a los papeles del primer Almirante de Castilla a partir de su trascendental anuncio, al que calificó como acta fundadora del periodismo internacional. Realizó además numerosas donaciones de la Carta, destacando los veinticinco mil ejemplares que ofreció al Estado, en 1957, para su proporcional distribución entre escuelas públicas, religiosas y privadas de España; amén de un donativo de quince mil pesetas, como premio en metálico para los maestros y alumnos que sobresalieran por su tratamiento del tema.
Early Americana
Explorado el texto angular del Descubrimiento, se lanzó Sanz a vertebrar el caudal bibliográfico que demostraría las consecuencias universales del partero acontecimiento. Disponía, para ello, de una eximia base con la que se debió familiarizar durante su estancia estadounidense: la Bibliotheca Americana Vetussissima (1866-1872), de Henry Harrisse. Un monumento que describía y reproducía en dos tomos, total o parcialmente, todos los documentos relacionados con Descubrimiento publicados entre 1492 y 1550.
Sanz no sólo reprodujo, tradujo y comentó esta joya, biografiando al propio Harrisse, sino que la corrigió y amplió ¡a siete tomos! Una gesta que le encumbró entre los eruditos estadounidenses como el número uno de la Early Americana, siendo designado Miembro de Honor de la American Academy of Arts and Sciences a propuesta del ínclito Almirante Morison, catedrático en Harvard.
Papeles de Hispanoasia
Pero fue estudiando la temprana bibliografía hispano-asiática, cuando Sanz tomo conciencia de la ambiciosa unidad de propósito del imperio hispánico. América había sido trascendida antes de su descubrimiento, la Historia seguía el camino del Sol, y era en las proyecciones del Pacífico y a orillas de la China donde había que jugar ese partido. Entre libros. Los más codiciados por los bibliófilos: los incunables filipinos. Entre las colecciones, por lo tanto, de Toribio Medina, Pardo Tavera o Pérez y Guelmes.
Y muy especialmente entre los fondos de la más selecta y completa colección de todos ellos, la de don Antonio Graiño. Repositorio que Sanz tuvo ocasión de catalogar desde 1949, y cuya adquisición por el gobierno de España terminó gestionando; además de regalar todo su fichero de notas al historiador que publicó la relación de los libros de Graiño en 1976.
Sobre este asunto destacan publicaciones como Primitivas relaciones de España con Asia y Oceanía (1958), y sobresalientes reproducciones de obras como el primer libro chino traducido a una lengua occidental, en 1592, por Fray Juan Cobo (Beng Sin Po Cam, 1959); la descripción con la que Bernardino de Escalante descubrió a los europeos, en 1577, el imperio de la Dinastía Ming (Primera historia de la China, 1958); o el pionero repertorio hispano-asiático de León Pinelo (1629) y González Barcia (1737): el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental (1973).
Todo ello sin olvidar la imprescindible participación de Sanz en la gran exposición Oriente-Occidente celebrada en la Biblioteca Nacional, en 1958, como aportación española a un proyecto de la Unesco.
Memorial de Austrialia
El elenco asiático Sanz se manifiesta como una formidable extensión oriental del compendio de Harrisse. Aunque fue en el capítulo de la exploración española de Oceanía donde Sanz planeó arracimar toda una Bibliotheca Austrialiana Vetustissima. Austrialiana con la i de Austria, porque fue al rey español Felipe III, de la dinastía austriaca, a quien el capitán Pedro Fernández de Quirós dedicó su hallazgo de aquellas tierras.
Pues aunque en puridad fue su piloto, Luis Váez de Torres, el primero en divisar la costa australiana, Carlos Sanz demostró que el descubrimiento y denominación de Australia, el año de 1606, corresponde indudablemente a Fernández de Quirós. El Cristóbal Colón de los Mares del Sur. El hombre que durante años peleó y murió por la realización de aquella empresa, completando el pensamiento de geógrafos clásicos como Ptolomeo y el hispano-romano algecireño Pomponio Mela. Siendo el Memorial nº 8 de Quirós, como probó Sanz a través de sus inmediatas traducciones y múltiples reimpresiones, la noticia que desencadenó entre las cortes de Holanda, Francia e Inglaterra, la fiebre por conquistar aquella última y habitable parte del globo; algo que no acaeció hasta doscientos años después.
Derivaciones del Descubrimiento
Cualquiera de estas investigaciones habría bastado para inmortalizar a don Carlos Sanz. Que no satisfecho supo placearlas en periódicos como el ABC y a través de la Revista Geográfica Española, nuestro primer National Geographic. Y que además pespunteó con todas ellas una fascinante obra doctrinal sobre la Globalización, tronco unitario del proceso histórico, desde el parteaguas de su vertiente hispano-católica.
Pergeñó así, Carlos Sanz, meditaciones de impactante belleza y hondura como Concepto histórico-geográfico de la Creación (1960), Actitud del hombre ante lo desconocido (1973) o ¿Hacia el descubrimiento del verdadero ser de la historia? (1974).
También ensayos de abrumadora potencia como “La bibliografía y la cartografía restablecerán el prestigio y la grandeza histórica de España” (1959) o “Consecuencias del descubrimiento de América deducidas de la bibliografía y tomando como eje los descubrimientos geográficos” (1965). Y elocuentes artículos como “Los grandes escándalos de la Historia” (1968) o “La ciencia moderna, ¿consecuencia directa del Descubrimiento de América?” (1970). Extraordinario texto, este último, admirado y traducido al inglés por la ilustre profesora de la Universidad de Yale, dra. Ursula Lamb, para su publicación en el Journal of Inter-American Studies.
La humildad erguida

A principios o mediados de los años 70, sufrió Carlos Sanz un accidente que dejó su cuerpo tan inválido como mermadas habían quedado sus arcas después de tantas donaciones. Como aquella en la que renunció, en 1961, a los más de veinte millones de pesetas de la época que habría conseguido en subasta internacional, de no haber entregado al Estado español los ciento sesenta y nueve dibujos originales que apoderaba de la Expedición Malaspina. Y que ofrendó para su exposición permanente en el Museo de América. No porque le sobrara el dinero, pues aquello supuso su ruina. Pero como le carteó al entonces Director General de Bellas Artes:
“En modo alguno puedo consentir, en cuanto de mí dependa, que salgan de España estas reliquias ultramarinas que no sólo pregonan la gloria de una sección universalmente inigualable, sino que además son testimonio irrecusable de la deuda que el mundo tiene contraída con nuestra nación”.
Carlos Sanz López fue agraciado en sus postrimerías con los más altos nombramientos. Académico honorario de numerosos institutos de España y América, recibió por condecoraciones la Orden y la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la de Isabel la Católica, los Méritos Naval y Militar con distintivo blanco y la máxima distinción del CSIC como su Consejero de Honor. Había donado ya todos sus documentos a la Casa Museo de Colón, y vivía como huésped en un dormitorio de la calle Duque de Sesto. Donde falleció un día de los corrientes de 1979.