No hay que escandalizarse por los broncos enfrentamientos entre los portavoces de los partidos que se han producido en la sesión de investidura. Ocurre en todos los Parlamentos, incluso, forma parte de la tradición. En Wenstminster, por ejemplo, conservadores y laboristas se abuchean constantemente, se enfrentan con dureza dialéctica. Los insultos personales, sin embargo, hay que erradicarlos. El duelo dialéctico debe ser político o ideológico.
En la sesión de investidura, muchos diputados aprovecharon la dureza de algunos portavoces para tacharlos de antidemocráticos. Al PP y a Ciudadanos les acusaron de no saber perder por el mero hecho de criticar a los aliados del Gobierno, cuando esa actitud forma parte del papel de la Oposición. Pero en ningún momento, los partidos de centro derecha cuestionaron la legitimidad de la investidura de Pedro Sánchez, como algunos sugerían.
La bronca parlamentaria continuará durante la legislatura. Pero el PSOE y el PP, aunque ahora parezca imposible, están obligados a entenderse en las cuestiones de Estado. El Poder Judicial, por ejemplo, está en funciones desde 2018. Es urgente renovarlo y para ello se requiere el apoyo en el Congreso de 210 diputados. Sin el acuerdo entre los dos grandes partidos no podría aprobarse. También el PSOE y el PP habían acordado reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial para que los jueces elijan a 12 de los 20 vocales, aunque el resto siga dependiendo de los partidos. Asimismo, el nuevo Consejo de RTVE está a la espera de un pacto entre Pedro Sánchez y Palo Casado para su renovación.
El enfrentamiento político entre los dos grandes partidos no puede ser un obstáculo para alcanzar los pactos de Estado más urgentes. Ahora resulta impensable. Pero cuando baje el tono de la crispación, el PSOE y el PP están obligados a entenderse.