Vivimos una época obsesionada no por la verdad; menos aún por lo poético y humano. Ni hablar de este asunto ubicado demasiado al margen, tan al margen que ni siquiera se puede imaginar. Toda la balanza se inclina hacia “el relato”, por lo general, altisonante, pomposo y -para andar sin eufemismos- vulgarmente charlatanero. Decía Ortegas y Gasset que “cultura es lo que nos queda cuando olvidamos todo lo demás”. Cierto. También ahora ante esta situación de peste que nos abarca indiscriminadamente más allá o más acá de ideologías y razas. Podríamos agregar que en estos momentos extremos “el relato” es acaso lo que queda -¡Qué triste, no!- de un singular acontecimiento histórico; sobre todo, cuando lo que de histórico había en él ha sido borrado o, por espurios intereses, borrado con el codo si se escribió con la mano. Y así nos tiene acostumbrados esta politiquería mundial que no nos da tregua.
Ahora bien, si somos estrictos, aceptemos que Napoleón no fue un invencible general (Waterloo, lo demuestra) sino un brillante narrador de batallas ganadas. Luego, el inexorable León Tolstói, lo escribió con profusos detalles en Guerra y Paz. De ahí que quizá las batallas son ganadas por quien explica mejor sus derrotas, hasta otorgarles la populosa categoría de victorias, y hasta el punto de convencer al fascinado enemigo. Es así que hoy todos los que ejercen el poder pretenden hacerse con el reluciente trofeo del “relato”; eso sí, cargado de promesas contrapuestas que navegan entre dos aguas sobre un mismo engañoso mar. Tanto es así que lo que ayer se llamaba “demagogia” hoy se escuda bajo la suavizada expresión “populismo”, que recorre un amplio espinel que, a veces encubiertamente, va de lo neo liberal hasta la izquierda más recalcitrante. Pues bien, entre estas dos corrientes se encuentra el periodismo actual, titubeante y a veces naufragando, o perdido como un turco en la neblina. Hablamos, por supuesto, del periodismo serio y responsable; no del militante.
Aunque el delicado asunto es estrictamente confidencial, la fuente de información es confiable y nos alienta, con la debida prudencia, para hacerla pública. No revelaremos el nombre del protagonista porque estamos lejos de querer comprometerlo. Nuestro amigo es asalariado de un medio y para seguir trabajando, debe responder a dichos intereses. Vayamos a lo concreto del asunto. Los hechos, al parecer empezaron hace tres días cuando el Presidente de los Estados Unidos, por una indisposición, no brindo, como lo hace todas las tardes, su conferencia de prensa habitual; en su lugar, ante el asombro de todos los representantes de la prensa, lo hizo Mike Pence, el vicepresidente, que con palabras imprecisas y vagas no explicó de manera convincente la ausencia del Jefe de la Casa Blanca.
Sin embargo, todos sabemos que las noticias siempre se filtran y que alguien (en este caso de manera anónima) la dio a conocer. Al parecer, para congraciarse con el New York Times, que viene castigando a Donald Trump desde su llegada al Gobierno (y más ahora con la cantidad de muertos que suma el Estado de Nueva York), accedió a recibir en privado por unos minutos, antes de la conferencia de prensa, a un periodista de esa corporación informativa. Durante el diálogo, surgió al parecer una pregunta que resultó incómoda al Presidente y lo llevó a perder el control; de tal manera que con un manotazo, hizo volar por el aire todo lo que había en su escritorio.
¿Qué fue lo que provocó la reacción de Trump? Al parecer una pregunta que el periodista le hizo sobre una reciente encuesta que afirma que no tiene ninguna chance de ganar en las próximas elecciones, y esto se debe a la guerra comercial que los Estados Unidos mantiene con el gobierno Chino, y a las muertes que ha ocasionado el Coronavirus.
“Sepa usted, señor, que yo me resignaré a perder una elección por culpa de una peste y de esa gente que es la mayor peste del mundo –vociferó completamente alterado-. Estamos investigando para saber quién fue el infectado número “0” en ese país, y que se sabe fue inyectado en un laboratorio para hacer una prueba que directamente iba a perjudicarnos en nuestro enfrentamiento comercial. Luego, cuando empezó el contagio se hizo desaparecer al pobre desgraciado y así borrar los rastros de la posibilidad de conseguir el contra virus; es decir, que no haya vacuna posible y que el fin sea contagiarnos a todos como una forma de venganza. Hasta el momento, si somos realistas, nadie sabe algo concreto sobre este maldito agente patógeno. Pero, le repito, nuestros servicios, por una indicación mía, están investigando a fondo este asunto. Si llegáramos a comprobar que fue intencional, tenga por seguro que yo no dudaré un instante en hacer desaparecer del mapa a esta gente que me perjudica. Tengo aquí, en esta meza, el mando de muchos misiles nucleares que apuntan hacia ellos. No tengo más apretar el botón”.
La noticia, después de ser evaluada, por New York Times, se decidió no hacerla pública. Si esto hubiera sucedido el pánico sería general. Al parecer el presidente Trump quedó tan alterado, que suspendió su conferencia y envió a Pence en su lugar.
Todos recordamos el dramático episodio que desató en 1938 La guerra de los mundos, un programa de radio conducido e interpretado por el célebre actor Orson Welles, que correspondía al falso noticiario, donde el locutor terminaba en la azotea de la CBS, falleciendo a causa de los gases mientras describía el ataque de los invasores extraterrestres. Ese teatralizado capítulo provocó un pánico que llevó al suicidio a mucha gente.
Si se apretara el botón mencionado por Donad Trump, seguramente el planeta tierra desaparecería de la faz de la tierra". Lo cual resultaría hacernos desaparecer a todos. O sea que no quedaría nada en pie; seguramente porque el enemigo replicaría de algún modo y esto desataría la tan temida guerra nuclear.
No creemos que se llegue a tal nivel de disparate; tampoco queremos alarmar ni sembrar el pánico; pero sucede que conociendo al protagonista, nos quedamos con la duda. Trump es un mercader devenido en político con ambiciones desmesuradas. Entendemos así la discreción del New York Times, que lo conoce muy bien. No queremos alarmar, pero los políticos que nos tocan en estos tiempos son de alto riesgo para la humanidad. Sobre todo con líderes como Jair Mesías Bosonaro, por citar a otro energúmenos de la política de nuestros días.
¡Ojalá todo quede ahí y esto no resulte nada más que una anécdota!