La Mafia no perdona. Bien lo sabe Roberto Saviano (Nápoles, 1979), en el punto de mira de la Cosa Nostra desde que publicó Gomorra en 2006. Con esta obra el escritor italiano no solo debuta en la literatura sino que su vida se convierte en una pesadilla. Porque Gomorra no es “literatura”. Saviano se apoya en su gran conocimiento del mundo mafioso, que había tratado en artículos periodísticos, para servirnos de manera novelada un acercamiento a un universo brutal y perverso cuyos tentáculos alcanzan a todas las esferas. Gomorra tuvo un éxito arrollador, obtuvo un sinfín de premios, fue llevada al cine por Matteo Garrone, y tuvo también sus versiones escénicas y televisivas de la mano, respectivamente, de Mario Gelardi y de Stefano Sollima.
Pero a partir de ese momento, Saviano vive bajo amenazas y con una escolta permanente. Sin embargo, no ha dejado de escribir siempre en la órbita de la denuncia de la letal organización, obteniendo el apoyo generalizado así como la solidaridad de diversos galardonados con el Nobel, como Mario Vargas Llosa que ha recalcado el agradecimiento que debemos a Saviano por “haber devuelto a la literatura la capacidad de abrir los ojos y la conciencia”.
En 2013 publicó Cerocerocero -aparecida en nuestro país al año siguiente-, donde aborda el poder y el impacto de la cocaína en todo el mundo y el inmenso caudal de millones que mueve del que se lucran los diversos cárteles. En 2016 dio a la imprenta La banda de los niños en la que se adentra en el fenómeno de los jóvenes mafiosos, los cachorros de la Camorra, adolescentes que han elegido el camino del mal, aun a sabiendas de que muchos morirán pronto inmersos en una espiral de violencia sin límite.
La banda de los niños se cerraba con una madre pidiendo venganza por la muerte de su hijo. Beso feroz arranca con el intento de perpetrar esa venganza con especial ensañamiento: asesinando a un bebé en la sala de recién nacidos de un hospital. Saviano sigue explorando ese territorio de los siniestros alevines cegados por una vida de dinero fácil, coches de lujo, sexo y drogas. Nicolas Fiorillo, Marajá, y su banda y otras bandas juveniles vuelven a protagonizar una historia de ambición en la que los cachorros quieren desplazar a sus “padres” en el negocio del crimen. Y hacerlo rápidamente.
“Los besos feroces –escribe Saviano- no pueden clasificarse. Sellan silencios, hacen promesas, dictan condenas o declaran absoluciones. Hay besos feroces que rozan un poco las encías y otros que llegan casi a la garganta. Pero todos ocupan el máximo espacio que pueden, usan la boca como acceso. La boca no es sino el orificio por el que penetramos para ver si hay alma, si hay o no hay algo más que el cuerpo; el beso feroz quiere explorar ese abismo insondable o encontrarse un vacío: el vacío sordo, oscuro, que esconde”. Esos pérfidos besos que hemos visto en las películas sobre la Mafia y que tiene una escena tan escalofriante como memorable en el beso que Michael Corleone da a su hermano Fredo cuando ya ha encargado su asesinato.
Son besos que “siempre dejan sabor a sangre”. La sangre que derrama el poder mafioso que se perpetúa en sus cachorros. De nuevo, Saviano nos ofrece una lectura impactante.