Hace un par de años, el zaragozano afincado en Barcelona Ignacio Martínez de Pisón (1960) publicó Filek, donde nos sumerge en la figura y la historia de Albert von Filek, un químico austriaco que aterrizó en la España franquista, a poco de terminar la Guerra Civil, consiguiendo engañar a todos, incluido el propio dictador, al venderles un supuesto nuevo combustible sintético, a base de plantas, agua y un componente secreto, que podría sustituir a la gasolina y convertiría a sus productores en un país riquísimo. Filek existió en realidad, apostando en este título Martínez de Pisón por la novela sin ficción, fórmula que, no obstante, ya había empleado anteriormente en Enterrar a los muertos, sobre la desaparición y muerte de José Robles, en los aciagos momentos de la contienda fratricida, amigo de John Dos Passos y traductor de su novela Manhattan Transfer al español. Convencido republicado, los servicios secretos soviéticos le detuvieron en Valencia en 1937 y nunca más volvió a saberse de él. Manejando una copiosa documentación que no entorpecía en absoluto la fluidez narrativa, Martínez de Pisón nos brindó dos excelentes muestras de un modelo que ha alcanzado notable predicamento.
En su nueva propuesta, Fin de temporada, vuelve, sin embargo, a la ficción en un sentido más estricto, así como a un asunto recurrente en toda su producción: la familia y todo lo que ese microcosmos, sin duda complejo y que abarca varios modelos, implica. Un asunto que ya abordó en su debut novelístico con La ternura del dragón y que luego de una forma u otra prácticamente siempre ha estado presente en su obra, que hoy supera ya la veintena de títulos: Carreteras secundarias, El tiempo de las mujeres, Dientes de leche, El día de mañana, La buena reputación y Derecho natural, entre otros, con los que ha obtenido numerosos premios, como el de la Crítica y el Nacional de Narrativa, y el favor del público lector.
Si en Carreteras secundarias, llevada al cine por Emilio Martínez Lázaro, con guion del propio autor de la novela, el eje lo constituía la relación entre un padre y un hijo, en Fin de temporada el centro será el intenso nudo que entrelaza a una madre y a su hijo. Hijo que podría no haber nacido, algo que marca profundamente a ambos y otorga a su vínculo materno-filial un carácter muy especial. Rosa, la madre, se quedó embarazada muy joven y su novio, Juan, le instó a abortar, pues, según él, no podían hipotecar tan tempranamente sus vidas. Estamos en 1977 y la pareja se dirige a Portugal, a una clínica abortista clandestina. Pero un accidente de coche lo cambia todo: Juan muere y Rosa decide tener el bebé y sacarlo adelante sola, tras abandonar la casa de sus padres y su ciudad. Después de transitar por varios lugares, en los años noventa ponen en marcha un camping en la provincia de Tarragona, cerca de una central nuclear, detalle altamente significativo, donde parecen haber encontrado un acomodo definitivo. Pero el pasado, una herida no cerrada, les alcanza. Iván necesita saber, que se abra la caja de los secretos: “Esa es la cuestión: no eres el mismo si sabes unas cosas que si no las sabes. Saber nos hace diferente, nos convierte en otras personas”.
Pero esa caja es también, de alguna manera, la caja de Pandora y les arrastrara a dolorosas situaciones. En Iván y su madre, Rosa, Martínez de Pisón ha construido personajes de carne y hueso que nos llegan al corazón. A destacar la figura de Mabel, una luchadora nata, que se ve envuelta en el laberinto materno-filial: “¡No puedo estar toda la vida arreglando lo que los otros estropean! [...]. Sois como esos árboles que no dejan que crezca nada a su alrededor. ¿Y los demás qué? ¿Y yo qué? Estáis tan encerrados en vosotros mismos que no sois capaces de ver a los que estamos al lado”.