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TRIBUNA

Alemania camina hacia Hitler (septiembre de 1930)

Alejandro San Francisco
sábado 10 de octubre de 2020, 19:56h

En septiembre de 1930 Alemania vivía un momento muy delicado bajo la democracia de Weimar, y se aprestaba a sufrir uno de los golpes más duros en las elecciones programadas para ese mes, cuando Hitler logró superar la barrera de los seis millones de votos. Han pasado 90 años de ese decisivo momento de la historia del siglo XX, y conviene repensar algunos de sus aspectos principales.

Para entonces, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, los nazis, eran un conglomerado relativamente pequeño, pero que tenía algunos aspectos que lo distinguían con claridad. En primer lugar, contaba con Adolf Hitler, un líder que había ido creciendo, a pesar del desprecio y las burlas de sus adversarios. Adicionalmente, tenía una doctrina, que se había expresado con singular claridad y transparencia en Mi Lucha (1924), libro escrito por el propio Hitler desde la cárcel tras el putsch de la cervecería de Munich: una obra que reconocía la aspiración a los territorios del este para el denominado espacio vital, el orgullo racial ario, el desprecio hacia la democracia, el anticomunismo combatiente y decidido, además de un antisemitismo cargado de odio, que sería quizá el elemento más distintivo del nazismo con el paso de los años. Para entonces, el nazismo también había logrado contar con un grupo de seguidores convencidos, algunos incluso fanáticos, dispuestos a consagrarse a la causa y a su Führer. Finalmente, en las elecciones de 1930 demostrarían un crecimiento electoral importante, punto de inflexión que eventualmente podría conducirlos al gobierno.

En 1927, Rudolf Hess –colaborador de Hitler en la cárcel– había expresado sus pensamientos más profundos en una ilustrativa carta: “que el führer sea rotundo en sus discursos de propaganda. No ha de sopesar los pros y los contras como una académico, nunca debe dar a sus oyentes la libertad de pensar que alguna otra cosa pueda ser correcta... El gran líder popular se parece al gran fundador de una religión: ha de comunicar a sus oyentes una fe apodíctica”. El servil seguidor de Hitler concluía: “Solo entonces puede ser conducida la masa de seguidores allí donde ha de ser conducida. En tal caso también seguirán al líder si topan con reveses. Pero, siendo así, solo lo harán si se les ha comunicado una fe incondicional en la absoluta rectitud de su propio pueblo” (citado en Ian Kershaw, El mito de Hitler. Imagen y realidad en el Tercer Reich, Barcelona, Paidós, 2003).

Es interesante revisar los temas que dominaron la agenda en esa febril elección, cuya campaña se desarrolló en el verano alemán de 1930. Como destaca Ian Kershaw en su biografía Hitler 1889-1936 (Barcelona, Península, 1998), durante las reuniones públicas el líder nazi apenas se refirió al tema de los judíos, mientras el espacio vital sí ocupó un lugar relevante en el programa del partido. Sin embargo, el asunto clave había pasado a ser otro: el colapso de la Alemania de Weimar, tanto de su democracia parlamentaria como del régimen de partidos vigente, que tenían a la sociedad en una crisis y división que los nacionalsocialistas prometían superar desde el gobierno. El discurso, como bien apunta el historiador, no se quedaba en los aspectos negativos, sino que lograba presentar “una visión, una utopía, un ideal”, especie de “cruzada política” que anticipaba un proyecto de “redención nacional”.

Las elecciones que definirían los 577 representantes en el Reichstag se desarrollaron el 14 de septiembre, en un contexto de recesión económica –había estallado la crisis de 1929, precipitando la Gran Depresión en el mundo–, fragmentación política y deterioro institucional. El resultado le permitió crecer de una manera extraordinaria al Partido Nacional Socialista, desde los poco más de 800 mil votos que había logrado en las elecciones de 1928 (2,6%) hasta casi 6 millones y medio de votos en 1930 (18,2%). El mayor apoyo provenía de los sectores medios, pero también existía un importante respaldo popular, aunque en realidad era la única agrupación que obtenía un respaldo transversal en los distintos sectores de la sociedad.

Otro aspecto relevante en estas elecciones fue el resultado que logró el Partido Comunista, que también experimentó un alza notable: de 3 millones 200 mil (10,6%) en los comicios de 1928, pasó a más de 4 millones y medio (13,1%) en 1930. Esto significaba que dos partidos totalitarios y antisistema, como eran los nazis y comunistas, representaban casi un tercio del electorado en un régimen político frágil y en franca decadencia. Adicionalmente, como resume Niall Ferguson, refiriéndose a ese momento y citando a un líder de Sajonia, “el bolchevismo y el fascismo comparten un objetivo común: la destrucción del capitalismo y del Partido Socialdemócrata. Para lograr dicho objetivo está justificado que empleemos todos los medios” (en La guerra del mundo. Los conflictos del siglo XX y el declive de Occidente 1904-1953, Barcelona, Debate, 2007). Y si bien la Social Democracia seguía siendo el partido más votado –con 8 millones y medio de votos (24,5%) en 1930–, la verdad es que sufría los ataques permanentes desde ambos extremos, en medio de una agresión permanente al régimen político mismo.

El Frankfurter Zweitung denominó estos comicios como “las elecciones de la amargura” y, como sostiene Kershaw, en esta oportunidad se vivió uno de aquellos casos en que los sectores dirigentes no son capaces de entender el lenguaje del pueblo al que teóricamente representan. Por el contrario, Adolf Hitler no había experimentado el desgaste al no participar en los gobiernos durante la década de 1920 y, paralelamente, “podía hablar un lenguaje que cada vez entendían más alemanes: el lenguaje de la amarga protesta contra un sistema desacreditado, el lenguaje de la renovación nacional y el resurgir” (en Hitler 1889-1936).

Mirado en un plazo más largo, resulta claro que esos comicios marcaron un doble punto de no retorno. Por una parte, para la demolición de la República de Weimar, surgida con tantas esperanzas en 1919 y sumergida pronto entre los resultados decepcionantes y el levantamiento de alternativas que buscaban destruir el sistema para levantar sobre sus ruinas el nazismo o el comunismo. Por otra parte, a la luz de los resultados que se darían en 1933, también significó un camino claro de Hitler y el nacionalsocialismo hacia el poder, para llevar a cabo un proyecto político inédito en la historia de la humanidad, y que pronto comenzaría a mostrar su carácter determinado y destructor.

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