No hay mejor manera de entender la vida y su transcurso que a través de la mirada de los otros. La mirada del jardinero inglés que explica el final del siglo XIX y la primera mitad del XX, tras superar las dos guerras. Una mirada que recoge la voz del autor inglés Reginald Arkell, cuyo lapso de vida (1872-1959) coincide con el del personaje de Bert Pinnegar en que se refugia para escribir una biografía de lo que no fue su vida en el detalle, pero sí en el proceso de cambio; y en las permanencias. Digo no fue su vida porque mostrará la guerra desde la barrera, desde el jardín que ve partir a los jardineros reclutados (como lo fue el mismo Arkell) mientras nuestro protagonista permanecerá en el jardín, que es su vida, con raíces tan profundas como las de cualquiera de sus plantas.
Old Herbaceous, en su título original, es una obra que Reginald Arkell publicó en 1950, la única actualmente disponible en español, que la editorial extremeña Periférica ha situado en su colección de “Largo recorrido” con mucho sentido. Su autor es conocido en el ámbito inglés como guionista de comedia y de teatro musical, pero tiene un breve catálogo de obras, en el que estos Recuerdos de un jardinero inglés sobresale.
El mundo explicado desde un jardín, porque «el mundo empezó con un jardín», nos dirá el protagonista rememorando la mudanza de los tiempos. Porque la vida que nos cuenta, como la del jardín, surge y florece con él para acabar mortecina y en semi abandono. Un jardín que necesita la voz de alguien diferente, un elemento perturbador quizá para la sociedad, como ese niño del que nos cuenta sus sentimientos, su acercamiento al jardín (como a la vida): plantas un árbol, lo ves crecer, recoges su fruto, y al llegar a viejo te sientas a su sombra; mueres y el árbol sigue creciendo. «Todo el mundo debería plantar un árbol», como todo el mundo debería ser consciente de la vida que vive.
Nuestro jardinero, al que la vida da esa oportunidad que todos merecemos hasta agotarse y disfrutar cada minuto, nos propondrá el jardín como metáfora de triunfo, donde asumir el cuidado de uno mismo y de la vida en todas sus formas, y entenderemos el proceso de la vida, de sus ciclos, de las estaciones del año, la sabiduría del jardín y la belleza de sus logros.
Reflexiona en los cambios que la sociedad, como el jardín, conoce en el cambio de siglo hasta la disolución de su forma. De la época victoriana, a la que califica como de «sofocantes y contundentes atavíos» a la era eduardiana, una «frágil sofisticación». Nos regalará perlas sobre las jerarquías y los niveles en el anclaje de la tradición, la visión patriarcal de la mujer que es capaz de criticar, el esfuerzo individual como único causante de todos nuestros triunfos, todo a la par que recorremos el ciclo de las estaciones. «¿Por qué las flores cultivadas son mucho más delicadas que las silvestres?», se pregunta un jardinero que concluye, como quitando importancia a la similitud del jardín con una vida, justificando sus veleidades en que «los jardineros son todos un poco así».