José Antonio Zarzalejos (Bilbao, 1954) es un periodista de larga trayectoria y acreditada experiencia y por ello su decisión de abordar las circunstancias que han rodeado el reinado del rey Felipe VI y la adversidad en la que se ha visto y está envuelto, ofrecía garantía de ser tratado con rigor analítico, histórico y dialéctico. Y este libro era un reto difícil. Escribo esta reseña -lo admito- condicionado con la coincidencia de la inmoralidad registrada estos días y cometida por el Gobierno de Pedro Sánchez, que ha pasado a la firma del rey el texto del Boletín Oficial del Estado que incluye en su preámbulo una crítica a la gestión del anterior Gobierno en una disposición para comunicar la derogación del apartado de un artículo del Código Penal, que castigaba a quienes coaccionen a otros a iniciar una huelga. La disposición, que firma el rey Felipe VI, puesto que a él corresponde sancionar las leyes aprobadas por las Cortes Generales, promulgarlas y ordenar su inmediata publicación, como establece el artículo 91 de la Constitución Española, se publica con la siguiente entradilla: “Felipe VI Rey de España a todos los que la presente vieren y entendieren. Sabed Que las Cortes Generales han aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente ley orgánica”-
Y en el Preámbulo en el tercer párrafo se ha incluido la siguiente afirmación: “….Con la crisis como oportunidad, desde la llegada al Gobierno del Partido Popular en diciembre de 2011, se inició un proceso constante y sistemático de desmantelamiento de las libertades y especialmente de aquellas que afectan a la manifestación pública del desacuerdo con las políticas económicas del Gobierno. La reforma laboral, que prácticamente excluyó la negociación colectiva de los trabajadores y que devaluó o directamente eliminó otros muchos de sus derechos, no pareció suficiente y por ello se reforzaron, con ataques directos, todas las medidas que exteriorizaron el conflicto, utilizando la legislación en vigor, como la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana, y el artículo 315.3 del Código Penal, en el corto plazo, y trabajando, en el medio plazo, para desplegar un entramado de leyes que asfixian la capacidad de reacción, protesta o resistencia de la ciudadanía y de las organizaciones sindicales, hacia las políticas del Gobierno”.
Evidentemente, esta intolerable manipulación de la figura del Jefe del Estado -es decir, el rey, de su firma, que le hace copartícipe pasivo de las afirmaciones del preámbulo- no figura en este libro entre las adversidades que Felipe VI viene sufriendo desde su ascenso al trono en junio de 2014, pero es una muestra muy actual y demoledora de las que con copioso detalle ofrece Zarzalejos y a las que se van a añadir otras muchas de este jaez, y no imputables -según la tesis del autor-, a la traición de su padre, a la “pasividad” del Gobierno Rajoy, a la responsabilidad de Albert Rivera en no apoyar a Sánchez y a la virulencia de” los embates republicanos de la izquierda populista y los independentismos vasco y catalán” (página 264)´.
A la traición del padre y a sus errores continuados en el tiempo, dedica el autor la gran parte del libro y produce tanto dolor la descripción de los mismos como las decisiones tomadas para atajarlas hasta que fueron descubiertas en su cruda y penosa circunstancia. El elogio al rey de dotar a su reinado de ejemplaridad en la gestión de la Corona y en la presentación pública de su institución, han estado lastradas por esta herencia que Zarzalejos describe con pluma implacable. Menos severa es la descripción de las otras amenazas que ya han acreditado su animadversión real y su solapado propósito de acabar con la Monarquía lentamente, por eso resulta de una enorme ingenuidad que en el relato de la génesis del discurso real del 3 de octubre de 2017 el autor revele recelos del presidente del Gobierno y en cambio consultas de ciertas partes del mismo al entonces jefe de la oposición Pedro Sánchez que en palabras de Zarzalejos –página 205- “sugiere que se incluya una llamada al diálogo. Ni el rey ni el jefe de la Casa consideran que esa expresión debe ser incluida en la disertación pero se añade una referencia a la entrega del rey a la conciliación y el entendimiento”. Y Zarzalejos concluye: “Felipe VI desea aproximarse a la sugerencia de Pedro Sánchez aunque no pueda asumirla literariamente por entero”.
La historia ya nos ha dejado el implacable hecho de que solo meses después, Sánchez formaría gobierno con el apoyo de los que fueron objeto de la justa y democrática recriminación política del rey, que -según la Cataluña oficial y ciertos sectores de su población- tanta decepción causó por -según ellos- haber omitido cualquier referencia a la violencia que se vivió en algunas calles de Barcelona el 1 de octubre, con motivo del ilegal referéndum. La declaración real estaba inspirada en que no solo habían vulnerado la Constitución por la violencia legal sino que proponían un cambio de régimen, una monarquía por una república.
Esta perversión política - yo pacto con los “golpistas” que el rey ha denunciado- ha sido la antesala de los muchos desaires, protocolarios y de otra índole, a los que el Gobierno ha sometido al rey, tan inconcebibles como el de la prohibición del presidente del Gobierno de que Su Majestad hiciera entrega en Barcelona -como es tradición- de los despachos a los nuevos jueces, maniobra urdida solo y exclusivamente por los innobles acuerdos que Sánchez tiene con el independentismo catalán y con Pablo Iglesias y sus ejemplares representantes en Cataluña, como la alcaldesa de Barcelona Ada Colau que tiene a gala despreciar al rey en cada visita a la ciudad de Barcelona.
Zarzalejos detalla el daño que ha causado Juan Carlos I a la Monarquía -ni uno de sus muchos aciertos- y a su hijo Felipe VI, pero apenas se detiene en el que soterrada y premeditadamente está causando la coincidencia del reinado de Felipe VI con un gobierno de Pedro Sánchez -no de socialistas- y su alianza con los ya mencionados “podemitas” y otras formaciones de inspiración republicana. Y resulta triste y políticamente desacertado que frente a estos enemigos, el autor achaque a la derecha lo siguiente: (página 230-231- 232). “El sentido de apropiación de la monarquía por la derecha política es uno de sus vicios más incorregibles”. Más adelante afirma: “La Corona es de todos y no es de nadie y constituye un error de percepción absoluta y radical que sea el PP, sea Vox, los que traten de acreditar -en la forma que lo hacen- la defensa auténtica de la monarquía parlamentaria ante los ataques que recibe de los separatismos y de las izquierdas radicales”. Párrafos más abajo insiste: “No se trata de que la derecha política quiera mucho al rey, sino de que le quiera mejor, es decir, con expresiones de afecto y adhesión más inteligentes y contundentes. Y por desgracia no ha sido así”.
Conclusión. Este es un libro escrito con la loable intención de defender las innegables cualidades de Felipe VI y su nobilísimo objetivo de modernizar la Corona y hacerla ejemplar, y de argumentar cómo puede la Monarquía y este rey remontar la herencia recibida y cómo puede articular y garantizar su presencia futura en el arco constitucional e institucional de la España del siglo XXI, pero que adolece de una parcial y sesgada políticamente visión de la realidad y de sus actores, que le impide percibir que la adversidad de este rey no está ya tanto en el pasado como en el presente y en su futura coexistencia con fuerzas políticas y políticos que con tal de permanecer en el poder son capaces de minar y demoler -si es preciso- el marco constitucional de la Transición. Episodios como el del BOE con el que inicio esta recensión serán habituales por el poco respeto que la institución inspira a quienes prefieren para gobernar estar asociados políticamente con quienes causaron tanto dolor a la noble España de la Transición, desean la independencia del País Vasco, de Cataluña, el cambio de régimen y optan por mantener acuerdos con quienes gobiernan alejados de las democracias occidentales.