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TRIBUNA

La Esperanza ignorada de Dios

miércoles 06 de octubre de 2021, 20:11h

1. La persona desesperada lo está porque no encuentra sentido ni esperanza a la vida, ya sea dentro o fuera de la misma. Dios podría alzarse como la última esperanza, un Dios capaz de salvarnos de toda desesperanza o/y de dar sentido a las desesperanzas. Y tiene que serlo, porque de lo contrario no sería Dios.

2. Ningún ateo en su sano juicio rechazaría la existencia de un Dios que pudiera dar sentido a su vida y al propio tiempo evitarle las peores amarguras y desesperanzas. Nunca sentimos tanta necesidad de que Dios exista como cuando algún ser humano a quien queremos necesita salir con éxito o sin horror del gran atolladero. Eso lo comprobamos en nosotros mismos: incluso a los más tibios de entre nosotros mismos nos viene a la boca el “¡Dios mío, ven en mi auxilio, socórreme!” Al propio Jesucristo también se le llenaron sus labios de hiel con el salmo del justo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

3. Aunque la gente que ha oído hablar de Dios se limite a decir su Nombre en la noche triste, para los mejores creyentes, que no siempre son los más buenos, sino los que más necesitan a Dios, éste está presente no solamente en el ocaso, sino también en las duras y en las maduras: Dios es su presencia y su ausencia, su todo y su nada, lo visible y lo invisible para él, pues se mueve existe y es en presencia del Señor todos los días de su vida.

4. La presencia de Dios, ignorada o no (pues ante Dios todos somos ignorantes, tanto los que se sienten ignorados y lo ignoran, como quienes se sienten amados por Él y lo aman) se ejerce según la identidad de cada persona. Unos necesitan un Dios que satisfaga su egoísmo, otros apelan a un Dios-Providencia que se parece a Santa Bárbara para que les libre de los truenos, mientras siguen remando egocéntricamente. La gente superficial no puede amar a Dios a quien no ve, porque su horizonte de percepción no va más allá de lo inmanente hedonista, un Dios con el formato de Centro comercial donde depositar sus cenizas de consumidores.

5. Aquello de “aunque no hubiera cielo yo te amara, aunque no hubiera cielo te temiera”, amor a Dios en sí mismo, sin recompensa ni castigo, es una experiencia extraña, que a los místicos les parece sin embargo la máxima certeza: ven a Dios entre los pucheros. En él aman al prójimo como a sí mismos en la unidad de quien les amó primero. De este modo el tú forma parte de su yo, y ambos forman un nosotros incluyente desde el Amor fundamento. No hay sacramento que no enraíce en el amor divino,

6. Hay también, aunque en un sentido completamente contrario a los santos, los cuales dan la vida en lugar de quitarla, sicarios “muy creyentes” (según propia confesión) que dan gracias a su virgencita a la que guardan devociones telúricas, o al “Cristo de la buena muerte”, porque les ha salido bien el homicidio que acaban de perpetrar. Esto ocurre también a los individuos y a las “civilizaciones” de mercachifle que pasan por devotas, y hasta por devotísimas, algo que se remonta a las guerras de religión con su comisión hasta el extremo (que no al límite -límite es más que extremo-) de matanzas nefandas.

7. Dicho esto, ¿cómo hemos de entender el “perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen?” A algunos nos resulta extraordinariamente difícil pensar que pueda existir gentes que no sepan lo que hacen ni siquiera cuando perpetra crímenes, violaciones, masacres y aberraciones contra la entera humanidad, aunque parece que las hay por haber caído en un grado máximo de degradación, embotados moral e intelectualmente. Cuando un verdugo quebranta y taladra todos los huesos de las manos y de los pies de sus víctimas inocentes ¿no está sabiendo lo que hace? ¿Es que son bestias en la selva, homines homini lupi? ¿es eso el misterio de iniquidad. Si no lo son, ¿serán capaces de redención por sí mismos? Todo ello constituye una enorme perplejidad para algunos de nosotros, que no podemos hablar ni pensar en un Dios ignorante.

8. Así las cosas, aquello que se denomina presencia ignorada de Dios desde el primer siglo del cristianismo ¿no podría denominarse presencia de Dios ignorante, de un Dios que cegado por su amor no puede procesar el consorcio maldad-inteligencia de sus criaturas? Si así fuera, todo intento de objetivar racionalmente el problema culminaría con una grandísima derrota.

9. Si son todas ellas cuestiones teológicas demasiado elementales, reconozco humildemente mi limitación, tal vez porque no ser capaz ni de entender el amor de Dios y ni siquiera el odio de los seres humanos entre sí, ni ambas cosas juntas, que suelen concitarse.

10. No dando más de mí, llevemos la cuestión al terreno de la presencia ignorada de Dios entre las personas esperanzadas/desesperanzadas.

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