En Enrique Casas. Un socialista entre balas, Pedro Ontoso nos acerca a la trayectoria vital y política de uno de los grandes referentes del socialismo vasco y español: el senador Enrique Casas. A través de una narración dinámica y periodística, en la que sobresalen abundantes entrevistas y conversaciones mantenidas por el autor con compañeros de “su objeto de estudio”, también refleja con claridad el escenario que existía en Euskadi a finales de los setenta y comienzos de los años ochenta.
Ontoso es un excelente conocedor de lo que fue el País Vasco durante los “años de plomo” y los primeros compases de la Transición, esto es, una comunidad autónoma en la que el miedo y la cobardía caracterizaban el comportamiento de una inmensa mayoría de su población, así como de algunas de sus principales instituciones. Enrique Casas no se encontraba entre los que por acción u omisión aceptaban la dictadura impuesta por el terrorismo. Por el contrario, formaba parte del sector que lo combatió como representante destacado del PSE, partido que sufría ataques verbales y agresiones físicas frecuentes por parte del entorno de la izquierda abertzale.
En efecto, precisamente esa valentía mostrada por Enrique Casas hizo que los Comandos Autónomos Anticapitalistas decidieran asesinarlo. Esta organización terrorista no eligió una fecha al azar para poner fin a la vida del senador (vísperas de las elecciones autonómicas de 1984), lanzando así un mensaje amenazador al resto de la familia socialista y constitucionalista.
A partir de ahí, Pedro Ontoso disecciona con precisión de cirujano el comportamiento equidistante mantenido por la iglesia vasca, en particular por parte de su máxima figura, el obispo Setién, más interesado en dar publicidad al mensaje del nacionalismo peneuvista que en atender a las víctimas del terrorismo. En íntima relación con esta idea, encontramos toda la retahíla de mantras con los que ETA y la izquierda abertzale legitimaron el atentado, destacando al respecto la tendencia a asociar a Casas con el binomio PSOE-GAL, dando lugar a una perniciosa inversión de los roles de víctima y victimario.
Esta sucesión de acontecimientos Pedro Ontoso la desarrolla de manera sobresaliente. Así, muestra los testimonios de compañeros de partido de Enrique Casas (Eguiguren, Jáuregui, Urchueguía, Huertas…), que nos permiten conocerlo como persona y como político. En este sentido, encontramos una suerte de narración cronológica a partir del tercer capítulo de la obra que nos traslada a su infancia en Guadix o a su estancia en Alemania, país en el que cursó la licenciatura en física nuclear y en el que accedió al ideario socialdemócrata, un credo que nunca abandonó y sobre el que cimentó su posterior andadura en el PSE.
A partir de este instante, la militancia política de Casas se convierte en el núcleo central de la obra. El lector hallará brillantes intervenciones en sede parlamentaria en las que desenmascara al PNV, poniendo de manifiesto su victimismo y el intento de patrimonializar a Euskadi por parte de los Xavier Arzallus o Carlos Garaicoechea. Además, frente a las acusaciones maliciosas de Francia, país que en aquel momento servía de santuario para ETA, difundió en todo momento la imagen de España como un actor comprometido con la democracia y con el Estado de Derecho.
En la parte final del libro, el mayor espacio corresponde a su esposa, Bárbara Durkhop. Ésta, como eurodiputada, ha realizado una ejemplar labor a la hora de mantener viva la memoria de su marido y de combatir el blanqueamiento que de ETA han intentado hacer determinadas formaciones en el Parlamento Europeo: “El único conflicto que tiene el País Vasco se llama ETA y tiene que desaparecer. La única que ataca la libertad es ETA” (p. 229).