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TRIBUNA

Ciudades ingratas y agradecidas (3)

José Manuel Cuenca Toribio
sábado 06 de noviembre de 2021, 18:34h

La otra gran ciudad sureña que secularmente ha disputado a Sevilla la capitalidad de Andalucía en el plano administrativo y cultural, Granada, comparece en este retablo con una faz menos aristada. El culto admirable profesado a García Lorca (1898-936) semeja, en una primera perspectiva, implementar con fuerza tal caracterización. Ciertamente, la vívida memoria del gran poeta del Romancero gitano puede ponerse como ejemplo insuperable, organizativa y socialmente, de los homenajes debidos a las grandes figuras del pasado como vínculo con el ayer y espuela para el porvenir. Si encomiable ha sido y es la postura mantenida por su círculo familiar más próximo, con absoluto y digno rechazo de oportunistas presiones mediáticas, a las veces no demasiado escrupulosas, no es menos laudable el fervor del pueblo granadino hacia el poeta que exaltara mundialmente algunos de los valores más preciados de las tierras y gentes de la ciudad de la Alhambra.

Otro gran granadino del pretérito más cercano, Ángel Ganivet (1865-98), ha recibido igual y elogiosamente del lado de sus coterráneos la gratitud más rendida y dilatada. Estatuas, intitulaciones arquitectónicas y permanentes evocaciones institucionales lo testifican de manera incontrovertible. Pero junto a ello y acaso más importante, la llama incandescente de su recuerdo ha prendido de forma inextinguible en la colectividad granadina, que se enorgullece, a justo título, de ser la cuna de uno los intelectuales españoles contemporáneos con más blasones de hidalguía ética y patriótica y de legado más enriquecedor y fecundo, a pesar de las críticas destempladas de espíritus, entre otros, tan elevados como el de D. Manuel Azaña.

Más cercana a la actualidad se alza otra prueba indubitable del respeto y afecto revelados por la capital de la Penibética cara a las personalidades egregias avecindadas en su censo urbano. Un eximio sevillano, D. Antonio Domínguez Ortiz (1909-2003), catedrático de Geografía e Historia en el reputado Instituto de Enseñanza Media “Padre Suárez” y, ulteriormente, en el “Padre Manjón”, imantó durante medio siglo la simpatía universal de todos los sectores de la antigua capital nazarí, en la que residiera hasta el curso 1967-68, en que se trasladó al madrileño Instituto “Tirso de Molina”, y, luego, al “Beatriz Galindo”. Desde la Transición hasta hodierno su astro intelectual no ha sufrido la menor sombra en el reconocimiento de autoridades, elites y pueblo granadinos.

De este modo, el ejemplo aludido ofrece no pocas semejanzas con el del burgalés D. Andrés Manjón y Manjón (1846-1923), merecidamente entrañado por amplias capas de la sociedad granadina por su esclarecida labor con las clases más desfavorecidas. Adentrado ya el siglo XXI, el P. Manjón es algo más en la conciencia colectiva de la ciudad de los Cármenes que una efigie o una arteria viaria.

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