Que la literatura es un viaje de ida y vuelta lo sabemos demasiado bien quienes nos dedicamos a ella. Compañera fiel o amiga titubeante puede acompañarnos de forma constante a lo largo de nuestras vidas o, en cambio, hacer mutis durante años, incluso décadas. Es su regreso, el retorno del buen autor, el que importa. Esto es precisamente lo que sucede con el escritor barcelonés Pedro Zarraluki, que nueve años después de su última novela, El hijo del virrey, retorna al escaparate lector de la mano de su última propuesta narrativa, La curva del olvido.
¿Y qué es una novela sino una indagación informal, un experimento que trata de reproducir una serie de fenómenos -los mejores, casi siempre, son los cotidianos- para, en su esbozo, aspirar a comprenderlos? Más allá del placer que produce leer un libro bien estructurado, con un tiempo narrativo adecuado y un ritmo ágil en el desarrollo de los acontecimientos, en La curva del olvido se suma a todo ello, además, un costumbrismo que resulta acogedor.
La novela conduce al lector a 1968, año de revulsión y, por tanto, de crisis. Las nuevas heridas sociales que se abrirán, alimentadas por las viejas, alcanzan tanto la esfera pública como la privada. Es el caso de los dos protagonistas del libro, Vicente Alós y Andrés Martel, quienes han sufrido su particular descalabro: el uno acaba de separarse de su esposa y el otro sufre la viudedad. Los dos amigos viajan desde Barcelona a la isla de Ibiza persiguiendo un reencuentro imposible con la memoria, con la despreocupada libertad de otro tiempo, el de la juventud, que se esfumó de sus existencias hace tiempo. Quizás es la compañía en el viaje de sus hijas, Sara y Candela, también amigas, divergentes en su carácter, quienes les recordarán con entusiasmo que la vida, a pesar de todo y de todos, siempre se abre paso. Sin embargo, no habrá paz para los dos amigos: la tragedia les asaltará de nuevo y la alianza se resquebrajará mientras las jóvenes se dirigen a un futuro que sienten cada vez menos apacible y ellos rememoran, con la violencia del trauma, los desencuentros del pasado.
Ante una novela como La curva del olvido es difícil no dejarse llevar por sus apacibles capítulos. Se trata de un relato que sin ningún reparo podría trasladarse al lenguaje cinematográfico y que de hecho se lee de la misma manera que se ve una película de thriller. Las páginas de este libro se disfrutan mientras la tensión envuelve durante la lectura y el devenir -sólido, calmo, bien trazado- de los sucesos agitarán y cambiarán la vida de los personajes. La novela, más allá de interpelar aspectos puramente humanos, también dibuja una época, en concreto la idiosincrasia española del tardofranquismo, con la implosión atenuada del aperturismo económico del régimen y de la esperanza como horizonte (¿inalcanzable?) de los españoles, que comenzaban a percibirse de nuevo cada vez más europeos y menos aislados. Una época que nos recuerda en cierto cariz a la que estamos viviendo en estos momentos, con un panorama geopolítico cada vez más incierto, bajo el azote de una pandemia y una Europa que, tras décadas de un luminoso idilio de hermandad, parece comenzar a agrietarse peligrosamente.
Pedro Zarraluki nos tiene acostumbrados a los lectores a buenos libros que bien merecen la espera. Éste es el caso de La curva del olvido, editada con el mimo habitual por Editorial Destino dentro de la colección Áncora y Delfín en un formato de calidad a la par que manejable. Un viaje que, de recorrerlo a través de sus páginas, les encantará.