Se dice que Honoré de Balzac (Tours, 1799-París, 1850) tenía la costumbre de seguir en la calle a algunos transeúntes e imaginarse quiénes eran y cómo podría ser su vida. Y que esto le servía en ocasiones para crear a los múltiples personajes que pueblan su monumental Comedia Humana. Ahora, su compatriota David Foenkinos (París, 1974) lleva este método a sus extremos y le añade un plus en su última novela, La familia Martin.
Su protagonista y narrador en primera persona es un autor en horas bajas que se encuentra en dique seco: “Me costaba escribir; no avanzaba. Había pasado años imaginando muchas historias y nutriéndome muy pocas veces de la realidad. Estaba entonces con una novela relacionada con los talleres de escritura. La trama transcurría durante un fin de semana dedicado a las palabras. Pero quien no tenía palabras era yo.”, nos confiesa al principio. En esta situación, intenta no caer en una angustia todavía más bloqueante y se le ocurre una posible solución: bajará a la calle y a la primera persona que se encuentre le pedirá que le cuente su vida y que le permita utilizarla como material para su novela.
En un primer momento, modifica un tanto la idea, pues piensa de antemano quién podría ser: una empleada de una agencia de viajes que hay debajo de su casa y a la ve a menudo salir fuera del local para fumar a la vez que mira el móvil. Así, ya lo tiene decidido: “Como esté ahí fumando, va a ser la protagonista de mi libro”.
Pero -¡cuántas veces aparece un pero ante los planes!-, la joven no está. El escritor no puede dar marcha atrás, sino que ha de seguir con su insólito proyecto. A la primera que ve es a una anciana. Así, entra en escena Madeleine Tricot, que se convertirá en la protagonista de la novela con la que el escritor superará -¿o no?- su falta de inspiración. Aborda a la anciana y sorpresivamente, se muestra muy dispuesta a colaborar: “A la gente le gusta hablar de sí misma. Un ser humano es un condensado de autoficción”.
Madeleine Tricot es viuda, y trabajó muchos años como modista, sobre todo con el célebre diseñador Karl Lagerfeld. Tiene dos hijas: Stéphanie, que vive en el extranjero y para disgusto de su madre solo se comunican por Sype, y Valérie, que vive en el mismo barrio y con la que puede tener una relación más cercana. Y será precisamente Valérie quien introduzca un nuevo elemento.
A Valérie le resulta extraño que quieran convertir a su madre en un “proyecto literario” y desconfía de las intenciones del que plantea algo tan extraño. No obstante, le dice que tiene la impresión de que su presencia le ha sentado bien a su madre, pero le produce un cierto miedo que esta sienta el peso de llevarlo en solitario, máxime cuando le revela que está empezando a sufrir alzheimer. Y le hace una contrapuesta: ampliar el proyecto a toda la familia, aceptar que su novela trate de todos los miembros de la familia Martin.
Y, en efecto, así será. Conoceremos a todos los componentes de una familia que se nos presenta como típica de nuestros días. Junto a quien se propone escribir su historia, iremos descubriendo sus temores y anhelos, un microcosmos diseccionado con una mirada en la que se mezcla la ternura y la ironía, el humor y la reflexión sobre cuestiones muy actuales -asoman las redes sociales, internet, el especial desconcierto de los adolescentes...-, o de siempre: “La vida es una secuencia de crisis. Bien sean individuales o colectivas (económica, ética, sanitaria)”
Con el propósito de escribir su novela, hurga y hurga en los avatares y sentimientos de los Martin: “Al inmiscuirme así en la vida de una familia, me situaba en la encrucijada de todos sus problemas”, aunque debe hacerlo con cuidado: “Tenía que andarme con ojo para no implicarme demasiado. No estaba allí para opinar, sino para escribir su vida”.
¿Conseguirá no implicarse y salir indemne de un experimento que no deja de abordar también el trabajo creativo? El escritor -¿es un álter ego del propio Foenkinos?- está convencido de que “cualquier vida puede ser apasionante”. Sin duda, es así, sobre todo si nos la sirve una pluma tan hábil como la de Foenkinos. El autor de la celebrada La delicadeza, que le alzó al éxito y la fama, vuelve a demostrar que su estilo muy fluido y su visión amable y optimista –“siempre veo al niño en el adulto y el resplandor de la pasión en las sombras de las parejas que se aburren”-, no deja de esconder aristas. Porque quizá, en el fondo, todo remite “a la soledad absoluta de cada uno de nosotros”.