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Biografía

Pablo Ortiz Romero: Antonio Rodríguez-Moñino

domingo 20 de marzo de 2022, 20:28h
Pablo Ortiz Romero: Antonio Rodríguez-Moñino

Almuzara. Córdoba, 2022. 448 páginas. 23 €.

Por Carlos Abella

La lectura de este libro nos permite percibir lo que fue el peculiar tránsito de aquellas personas que pasaron de la adhesión a los ideales republicanos a la rendición y acomodación a los principios de los vencedores de la Guerra Civil. Mientras miles de personas huían en los primeros meses de 1939 por la frontera francesa o en barcos camino del exilio americano, otros, como Antonio Rodríguez-Moñino, especulaban sobre cómo tratar de camuflar, desvirtuar o incluso renegar de sus acciones e ideas.

El autor, Pablo Ortiz Romero, ha escrito un libro muy serio, muy concienzudo y en él ha desarrollado todo un equilibrio para poner en valor las muchas cualidades intelectuales, capacidades organizativas y de gestión cultural del biografiado y contraponerlas a las ya acreditadas sombras de su carácter y a las muy acusadas aristas de su vidriosa personalidad. Por razones que se explican debidamente en este libro, la justicia “franquista” fue tolerante con él y el consejo de guerra que se le instruyó no consiguió acreditar en sede judicial asuntos que habían sido de conocimiento general como fue el saqueo de las monedas de oro del Museo Arqueológico Nacional o el traslado de fondos bibliográficos de Madrid a Valencia a finales de 1936, que se efectuó en parte bajo su supervisión.

A título de ejemplo, en las páginas 187 y 188 de este libro, Pablo Ortiz revela cuál fue una de las muchas peripecias que Rodríguez-Moñino realizó para negar su participación en muchas de los acciones que se le atribuyeron: “Lo que sí hizo Moñino en la posguerra fue negar por completo que él fuera el autor del prólogo del Romancero, pese a que lo habia firmado. Cuando ya la Comisión Depuradora C de Madrid había propuesto que fuera sancionado con la separación definitiva del servicio, el expediente le fue devuelto para que se le formulara un nuevo cargo. ·Haber escrito en junio de 1937 en Valencia el prólogo de la obra Romancero General de la Guerra de España redactada en términos soeces e injuriosos contra el Caudillo y la Causa nacional. Moñino redactó el pliego de descargos en el que atribuía el prólogo a Emilio Prados. Hizo uso de tretas y razonamientos a conveniencia para burlar el hecho innegable de que era su nombre el que aparecía el final del texto, pero eso no hizo mella en la Comisión Depuradora que, sin profundizar mucho en el tema, se percató de la escasa lógica de sus fundamentos”.

En otro punto de este libro -páginas 178 y 179- y referido a cómo pudo Moñino sortear las obvias adherencias a la causa republicana, escribe Ortiz: “Moñino firmó manifiestos, fue el primer espada de varias operaciones propagandísticas, recibió encargos de gran trascendencia para el Patrimonio bibliográfico del país y al tiempo recuperó peso en el proyecto americanista del Centro de Estudios Históricos”. Y más adelante subraya: “En abril de 1937 aparece otra vez el nombre de Antonio Rodríguez-Moñino en un manifiesto republicano y antifascista como ocurriera nueve meses antes cuando figuró en el que presentaba en sociedad a la Alianza de Intelectuales Antifascistas”. Y concluye Ortiz unas líneas después: “Luego, acabada la guerra vendrán las rectificaciones, se negará a sí mismo, y cavará el agujero en el que pretenderá enterrar su militancia y activismo político. Veintitrés años después, en 1960, abrirá cien agujeros más para despistar a la historia, aunque tuviera de que negarse y culpar, señalando a cualquiera que recordara su fe republicana y la pasión entregada con la que asumió el proyecto de salvación del Tesoro”.

Ortiz, en este minucioso relato, ha conseguido recopilar los apoyos sólidos que tuvo en las alturas del Régimen, y cómo su innegable autoridad en la materia bibliográfica le sirvió de escudo -digamos técnico- para unas veces disimular su adhesión a la causa republicana y en otras para disfrazarla de encargo puramente profesional.

Pasados los primeros momentos de la posguerra y con las siniestras sombras que sobre su pasado se tenían, lo cierto es que Moñino -y así lo refleja Ortiz- pudo circular por la sociedad española como una relevante personalidad de la intelectualidad al que todo el mundo otorgaba la autoridad en el mundo de la bibliofilia y la bibliografía, y que cuando en 1960 fue vetado por las autoridades educativas para ingresar en la Real Academia Española, Moñino utilizó con razón su prestigio para marcharse a Estados Unidos, ni más ni menos que a la Universidad de Berkeley, para posteriormente fundar la editorial Castalia. Ocho años después, ya no hubo quien vetara su ingreso en la RAE en cuya sesión de toma de posesión del 20 de octubre de 1968 disertó sobre “Poesía y Cancioneros (siglo xvi)”, respondiéndole en nombre de la corporación, Camilo José Cela, uno de sus “protectores”, junto con el académico Alonso Zamora Vicente, quién en la obra La Real Academia Española le dedicó estas líneas: “El conflicto armado y el régimen franquista le tuvieron alejado de la enseñanza al ser depurado y forzado al exilio, ya que el Ministerio español no reconocía el derecho de Moñino a dar clases”.

Rodríguez-Moñino falleció el 20 de junio de 1970, y fue el propio Dámaso Alonso quien escribió el obituario que se recoge en el Boletín de la Real Academia Española, tomo L, cuaderno CXCI, 1970 y que entre otras cosas dice: “El bibliógrafo y filólogo Antonio Rodríguez-Moñino creció entre libros. El derecho y la historia fueron sus grandes aficiones, aunque su curiosidad no ha dejado extremo alguno por tocar. Su producción copiosa y certera lo demuestra”. Y tal era la afinidad que la RAE tenía con Rodríguez-Moñino que la institución recibió, por disposición testamentaria, la importantísima biblioteca personal que Antonio Rodríguez-Moñino logró reunir junto a su mujer, María Brey, consistente en alrededor de 17. 000 volúmenes, un repertorio de 639 pliegos de cordel y su archivo personal con 7.870 cartas. Entre los libros destacan, entre otros muchos de gran valor, los manuscritos de las Obras de Juan de Mena o la Vida del buscón de Francisco de Quevedo.

En conclusión, Almuzara ha acreditado una notable sensibilidad histórica, al publicar este libro, que es muy revelador, no solo de la personalidad del personaje -porque el adjetivo le cuadra perfectamente-, sino de las muchas circunstancias que rodearon el tránsito de personas de su adhesión a la República y de su idéntico sentimiento al Regimen franquista, mientras muchos se pudrían en las cárceles, malvivían en el exilio, veían aniquiladas sus legítimas aspiraciones profesionales y vitales o desgraciadamente yacían en tumbas de miles de cementerios.

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