En Maquetos. Una historia escrita para que nadie olvide, Rosa Díez nos presenta una obra en la que a través de episodios vivenciales expone la realidad política y social, pasada y presente, de la comunidad autónoma que acogió a su familia al término de la Guerra Civil: Euskadi. Mediante un estilo narrativo novedoso, en función del cual se refiere a sí misma como “ella” o “la niña”, realiza una crítica tan demoledora como bien argumentada del nacionalismo vasco y su tendencia a la exclusión de la comunidad del ciudadano no nacionalista.
Los primeros capítulos del libro están dedicados a mostrar al lector la complicada vida de su familia cuando llegó al País Vasco procedente de Cantabria. Sus padres formaban parte del grupo de perdedores de la guerra fratricida librada en nuestro país entre 1936-1939. Durante estas páginas explica sin revanchismos, algo que heredó de su padre, las penurias materiales que sufrió durante buena parte de su niñez, compensadas todas ellas por el cariño que recibió de sus progenitores y hermanos.
Según avanzamos en la lectura de la obra, el componente político va cobrando protagonismo casi absoluto. Al respecto, cabe señalar la valoración positiva que realiza de la Transición, un elemento fundamental en tanto en cuanto nos hallamos en la actualidad ante un revisionismo que persigue crear una verdad oficial antagónica a la verdad real: “Si bien todos cedieron para ganar, para que ganaran sus hijos, la Transición y la Constitución supusieron la gran derrota del franquismo y del guerracivilismo residual. El pacto constitucional fue la apuesta más luminosa por la reconciliación entre españoles que imaginarse pueda” (p. 103).
A partir de ahí, su trayectoria en el PSE le sirve para diseccionar el comportamiento del nacionalismo vasco en democracia. Por un lado, sobresalen las deslealtades habituales del PNV a la Constitución española, sin olvidar que muchos de sus integrantes pocos años atrás habían reverenciado la figura de Franco. Por otro lado, destaca la presencia permanente de ETA como protagonista del paisaje. Como resultado de la conjunción de estos dos factores, “la existencia de otros vascos peores (ETA) contribuyó a que los demócratas “olvidaran” las traiciones del nacionalismo institucional durante la guerra y su colaboracionismo -por acción u omisión- durante toda la posguerra” (p. 85).
En efecto, PNV y ETA han sido aliados necesarios para expulsar de la comunidad política a quienes no comulgaban con el dogma nacionalista, acusados por los “buenos” jeltzales de “desagradecidos”. Este fenómeno ya lo detectó en tiempo real el padre de Rosa Díez cuando afirmaba que “los mismos que nos llaman maquetos alimentan la idea del conflicto político porque viven de ello” (p.177).
Por tanto, supone un acierto que Rosa Díez recuerde la anomalía vasca: mientras en el resto de España se consolidaba la democracia, en Euskadi eran asesinados quienes defendían aquella, sometidos a la más absoluta invisibilidad por parte de las instituciones públicas. Denunciar este escenario tenía costes personales; de hecho, la propia autora fue objeto, tanto ella como su círculo familiar, de amenazas que traspasaron la mera retórica. Así, formando parte del gobierno vasco recibió un paquete bomba en su domicilio, lo que no sirvió para callarla, sino que impulsó justo el efecto contrario: el incremento de su compromiso con la libertad y de su condena al nacionalismo cómplice de ETA. Con sus mismas palabras: “ETA no mataba a los genuinamente “suyos”, a los miembros del pueblo elegido, ETA perseguía y asesinaba a los que consideraba enemigos de “los vascos”. Y aunque el nacionalismo institucional reprobara públicamente “los métodos” de la banda terrorista, compartía los objetivos” (p. 193).
En la recta final de la obra, la exlíder de UPyD huye del triunfalismo cortoplacista que se ha apoderado de buena parte de la clase política española y que tiene como uno de sus mantras principales el que subraya machaconamente que la sociedad vasca ha derrotado a ETA. Nada más lejos de la realidad. Si bien la aludida banda terrorista no mata, el pluralismo político sigue tan amenazado hoy en Euskadi como lo estuvo hace bien poco, sin olvidar el blanqueo intencionado que EH Bildu recibe en la actualidad, lo que atenta vergonzosamente contra el significado político de sus víctimas.