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LA BÁMBOLA

“De profundis”: Flores a la caza de Extremoduro

Diego Medrano
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diegomedranotelefonicanet /12/12/23
miércoles 16 de noviembre de 2022, 19:36h

Javier Menéndez Flores, ángel negro de la crítica musical española, dandy sin espejos, cronista barroco, periodista cultural ajeno a palmeros y tribus, reedita y amplía su tocho legendario: Extremoduro: De profundis (Libros Cúpula). Seiscientas páginas, ladrillo mágico, y casi un regalo, poco más de veinte euros. Morder la verdad, siquiera rozarla, es una hazaña, y Menéndez Flores, a quien Umbral adoraba, cuyas entrevistas en la desaparecida Interviú son hoy camafeos, no separa el hocico del suelo un segundo, pura tensión y prosa rocosa al natural.

Extremoduro cumple 35 años, lleva en la reserva desde el 2019, pero se prevé gran traca de fin de fiesta en el WiZink Center, aforo reventado, como colofón a la gira Ahora es cuando (2022), presentación del disco Mayéutica, con cuarenta conciertos desde hace seis meses, además del madrileño en junio, hasta elevar el monto a casi setenta. Tres horas sobre el escenario, a piñón, sin bajarse de la bicicleta, y fans que recorren todos los kilómetros imposibles con tal de ver a sus ídolos. Robe Iniesta, demiurgo total de la formación, retirado en su Plasencia natal, dedicado a actividades agroturísticas y mucho verde bueno.

Javier Menéndez Flores (Madrid, 1969), como hizo en casi todos sus libros anteriores, rompe los géneros, parte el bacalao, rompe la pana, así no sabemos si estamos frente a una novela, crónica, hechizo, poema, farra o beso largo. Empieza en la definición de “rock transgresivo”, sigue por las veredas de satánicos y anarquistas, habla de “lírica robeana”, pasta menudo por los campos de Plasencia, separa influencias, menudea el monolito sonoro de Iñaki “Uoho” Antón mientras le guinda imágenes jamás vistas del grupo y, el cenit de la montaña, es el desnudo entero del poeta Iniesta, muestra al lector infatigable y voraz, entiende a Extremoduro dentro de una cultura de la palabra encendida, sin imposturas, dobleces ni trampas.

Drogas, peleas, curdas, farras, reyertas, movidas: “Me juego el tipo mirándote a los ojos,/ salgo corriendo, voy a meterme en remojo./ Me has alterado poniéndote a mi lado,/ yo que vivía tan feliz en un tejado”. Versos con el veneno de la anáfora en la punta blanca de la lengua: “Por el día ando siempre despistado,/ por la noche en sus brazos se me olvida./ Por el día voy ciego de lado a lado,/ por la noche casi todas de movida./ Por el día hoy me siento acorralado,/ por la noche en sus brazos se me olvida./ Por el día “perdona haberte asustado”,/ por la noche, todas, todas, de movida”. Menéndez Flores –como hizo en su fecha con Sabina- va explicando en la pizarra canciones, tonos, letras y, de un modo originalísimo, preceptiva literaria, buen hacer, luz de la mirada: “Se apagó el fogón, no funciona nada. / ¿Dónde está la luz que hay en tu mirada?”. Un puto genio.

Salpica Flores los capítulos con versos e introitos de Neruda, Vallejo, Cernuda. Visita, navaja y grabadora en mano, a contemporáneos como Melendi, Fito, Marea. Pega la hebra con los padres como Sabina, Serrat, Silvio. Baila con los desaparecidos llamados Hilario Camacho, Leño, Antonio Vega. Va separando a rockeros de metaleros, y uno no deja de darle vueltas a páginas pasadas, artilugios irónicos como “Mama”: “Se sentó, / las patas en alto/ y el chichi asomando,/ pidiéndome amor./ Se cansó,/ y el chichi lloraba,/ mientras lo encerraban,/ diciéndome adiós”. Lo de Sabina: “Siempre cojo el lenguaje de la calle para devolverlo ligeramente dignificado”. Nada que ver con el facilón “caca-culo-pedo-pis”. Otro rollo guay.

Flores nos trae un Iniesta en pildorazos, un libro donde la vida salta y moja: “Ella era la reina de las aves/ y yo le puse cara de ratón:/ me desabrochó algo que no sabes/ y me comió el corazón./ Chup-chup”. Cada escalón del libro nos lleva a una velocidad de páginas que son otra guerra: “Si me espera la muerte traicionera/ y antes de repartirme del todo/ me veo en un cajón,/ que me entierren con la picha por fuera/ pa que se la coma un ratón”. Vuelve con Sabina, al confesarle el maestro que jamás pudo meter polla/coño/tetas/huevos en una canción y que fuera natural, a la manera de Bukowski o Miller. Incluso “semen”, tuvo problemas para entrar, a lo que Flores añade y por qué no “lefa”: ¿Cómo voy a poder decir lefa que es el semen más obsceno?, responde el cantautor. Extremoduro salta todos los obstáculos siempre en un lenguaje llovido sobre el texto, sin guerra literaria y con cicatriz verbal.

Identifica Flores la pluma a machete de Iniesta/Extremoduro con la del propio Umbral: “El sexo tiene días de cuchillo,/ de violar a una virgen con un sable,/ de beber las entrañas a una mujer morena,/ de montar a una madre mientras reza a su hijo”. Su libro, su tesis, su milagro, su locurón y su brebaje, sí, amalgama todo eso: la vida o carrera tras la letra peligrosa, la gramática bajo incendios con sabor a chutes, las litronas como metralletas, los caídos en el frente por un disparo o penuria económica. El caminar –no siempre lento- por el alambre. Si hubiera libros inolvidables, Entremoduro: De profundis sería uno de ellos. La superación de toda calamidad por el talento, ese animal que no descansa, domado aquí por Javier Menéndez Flores con un palo, sin la menor inseguridad, mucha voluntad, ninguna indolencia, un darlo todo que solo puede acabar en aplauso y copas de nitroglicerina. El trueno (Extremoduro) tras el relámpago (Flores): ambos cegadores. Uf.

Diego Medrano

Escritor

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