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TRIBUNA

Los años ochenta

domingo 26 de febrero de 2023, 19:17h

No es que hagan mención exclusiva a los de la jodía Movida, tomando prestado el calificativo que le gustaba a la pintora Maruja Mallo. Cada uno vivió los suyos, huelga decirse, con las coincidencias y las particularidades que, después de atenuarse por regresar a ellos una y otra vez, acaban por no parecerse tanto a los verdaderamente ocurridos. Y es ese matiz el que posibilita una narración, el que da permiso a la invención para completar lo que ya no sabemos si sucedió o si hubiéramos deseado que pasara.

Fueron años de efervescencia que alcanzaron cualquier capa social, política y cultural. Un ambiente de fiesta, pero también con su decaimiento formando parte de lo que les caracterizó y la mitología con la que se les ha ido adornando, no siempre aceptable.

Víctor Colden, en su última novela, Tu sonrisa sin temblar, ha querido contar su parte de aquel todo. La adolescencia de un grupo de amigos, las clases en su instituto, las salidas, los primeros amores y los primeros de muchos desengaños, que puede sean igual de volátiles que los otros, pero más resistentes en cambio. Colden venía avisando con su anterior libro de esa revisitación que merecían los años ochenta de su juventud. Ha buscado en ellos los primeros latidos de lo que más tarde definirá a su protagonista, Michi Torozón, preocupado en los enamoramientos que le supusieron Virginia, Sara, Eva, además de la importancia de las amistades con Mario, Quique, Fredo, Rubén, Luis Baeza. Los nombres y los muchos paseos solitarios que obsesionan y hacen los días de un chaval que crece entre las estéticas más refinadas y gamberras, entre la red turbia de tejemanejes políticos, la violencia de los atentados y la que madura en el silencio entre dos amigos que no saben qué decirse o callar. En la novela, por supuesto, no es tanta la seriedad. Se mantienen iguales dosis de desenfado que de importancia por la buena prosa, como ha demostrado en sus anteriores obras.

Me gusta el paisaje sentimental que dibujan las canciones. Y no puedo olvidarme de ese otro que hace las veces de homenaje al barrio de Argüelles. Las menciones de continuo a unas y otro son el auténtico tejido de esta novela que, como una moderna noche blanca, nos relata los años en que uno debe ir acumulando conocimientos y sinsabores para más tarde aprender a quitarles gravedad, a valorar más el hecho de apasionarse en querer relatarlos de nuevo que de cerciorarse por si fueron o no vividos. ¿Hay que aceptar esa adicción nostálgica? Cuanto menos, reconducirla sin intención de elevarla a los altares. Se entiende mejor, entonces, ese poso esperanzado en el vaivén incansable de los recuerdos. A ratos usurpación de una vida, otros un estribillo que tararear.

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