El Cuellar, símbolo de la resistencia de la España Constitucional, libre y democrática, es un bar, fonda y restaurante de Gerona. Un caserón de regulares dimensiones en cuya fachada ondean dos enormes banderas hermanadas, la roja y gualda de la España constitucional, junto a las cuatro barras de Cataluña, (la de verdad, sin esteladas); en el edificio contiguo, otras banderas con una leyenda plena de sentido común: Som catalans y somos españoles. Y así lo demuestra la clientela, mezclando las dos lenguas, con naturalidad y normalidad, como se hacía antes de que apareciesen “los comisarios de lengua”, dedicados –en flagrante, aun cuando tolerada, violación de la ley- a la censura y acoso de la lengua común, que es además la mayoritaria en Cataluña. Dentro del local en cuestión y al fondo, una larga barra; en el centro, un salón muy amplio, ocupado por numerosas mesas y sillas desordenadas. Entre ellas, se mueve, solícito y enérgico, atendiendo incansable a su numerosa clientela, el propietario del local, Antonio Cuellar. Pero, Antonio garantiza algo más que una sabrosa cocina, porque El Cuellar es un refugio del pensamiento independiente y un bastión de libertad, como en el legendario sitio de 1809 de la ciudad heroica: pues, el azar ha querido que nuestro restaurante esté situado en el Este de Gerona, un barrio periférico llamado Vila-roja (seguramente, en atención al capricho cromático de naturaleza geológica del lugar), contiguo a Font de la Pólvora, ambos parte del dispositivo defensivo frente a los imperiales, novelado por Galdós en su 7º Episodio.
Ese fue el escenario elegido, hace como tres semanas, para la presentación en Gerona del libro Los catalanes sí tenemos Rey: en definitiva, un homenaje a Felipe VI, cuidadosamente editado y compilado por Sergio Fidalgo y Antonio Robles, y donde se recogen artículos, entrevistas y declaraciones de un par de docenas de periodistas, escritores y especialistas de variada condición. Catalanes la inmensa mayoría, republicanos casi todos, pero –y esto es lo curioso e interesante- convencidos de que, precisamente en su discurso del 3 de Octubre de 2017, en las palabras de don Felipe, se encontraba la mejor defensa de sus valores republicanos, plasmados en las leyes y en la Constitución de 1978, masivamente votada en referéndum en toda España, empezando por la ciudadanía catalana.
El libro ha tenido una excelente acogida en ventas y crítica, de modo que no es el propósito de estas líneas insistir en ese aspecto. El motivo que me ha impulsado a escribir esta pequeña crónica es el escenario y el público que se congregó en ese acto de presentación en Gerona. Y también los presentadores: además de los artífices del trabajo, Sergio Fidalgo y Antonio Robles, reconocidos y esforzados luchadores por la libertad de Cataluña, allí oficiaron Albert Soler (destacado periodista del Diari de Girona, y que pronto presentará un libro suyo sobre Madrid), Xavier Rius (el incansable Director de E-Noticies), e Ignacia de Pano (abogada y agricultora, que, a su belleza, une valentía, sentido común y buen gusto literario) Para mi, el acto fue conmovedor: me pareció asistir a una de esas Asambleas de Facultad de los años sesenta en Madrid o Barcelona contra la Dictadura del general Franco. Quizá porque revivir episodios de juventud siempre anima, o puede que porque tenga cierta debilidad por las minorías silenciadas y acosadas, en la misma proporción que me repugna el nacionalismo xenófobo, excluyente e intolerante. Sea como quiera, el caso es que aquel acto me pareció emocionante.
Y también preocupante. Vila-roja y Font de la Pólvora son barrios obreros, con una nutrida población de origen andaluz, “bastantes de ellos, gitanos” –me precisaron casi disculpándose. Al parecer, por eso los llaman “colonos”. ¡Es fantástico! Debe ser que los nazionalistas indepes descienden directamente de Indíbil i Madoni, los legendarios defensores de Ilerda, frente a los romanos, claro. No me extraña: hace tiempo que aprendí (de una correspondencia con don Claudio Sánchez Albornoz) que a Bosch Gimpera (por otra parte, un gran arqueólogo e historiador) no le gustaba la romanización: del mismo modo -aunque con más ignorancia que ciencia- que los nacionalistas rechazan la nación de ciudadanos. Esa precisamente que nació entre Gerona y Cádiz, y aparece –con el acento catalán de José Espiga, por cierto- en el artículo 2º de la Constitución de 1812. Enunciando, en suma, el sujeto de soberanía (art. 3º) como la Soberanía Nacional (Lluis Roura i Aulinas): principio repetido desde entonces en todas las Constituciones españolas de naturaleza democrática hasta la presente, la de la II República incluida; santo y seña de la izquierda española durante más de dos siglos hasta que…llegaron Zapatero y Sánchez.
¿De colonos, les motejan? ¡Pobres ignorantes! Porque, de colonos, en efecto, está pavimentada la democracia clásica. Ya nos enseñó el Profesor Adrados hace décadas que la democracia ateniense tiene una estrecha relación con el destierro y es, en buena medida, una historia de emigrantes y exiliados, de out-siders y marginados, empezando por los balbuceos pre-democráticos de Hesíodo y Arquíloco, que son unos perseguidos. Y siguiendo por el propio Solón, un noble eupátrida, pero –nos cuenta Plutarco- que llevó una vida atípica como viajero, comerciante y político en Egipto y Chipre; para terminar esta pequeña muestra con el ejemplo de Temístocles, jefe del partido popular antes que Perícles, extranjero por parte materna, e impulsor de la superioridad marítima ateniense, como constructor del Pireo y de la gran flota naval con la que logró la victoria de Salamina sobre los persas. ¿Y qué otra cosa que colonos eran los Founding Fathers americanos, pioneros de la primera democracia moderna? Pero, no, los indepes no están en eso. Los colonos sólo les gustan para sojuzgarlos, silenciarlos y explotarlos: lo suyo es la tribu, el Blut und Boden de estirpe germana. Porque tampoco saben que la primera organización democrática rompió con los intereses tribales y locales para dar a más gente protagonismo en los asuntos públicos, leemos en la Constitución de Atenas. Y, desde entonces –se nos cuenta- los generales se eligieron ex-hapántôn, de entre la multitud, en lugar de hacerlo por tribus. Como en la América del setecientos, en que la Constitución de 1787 cambió, con la federalización, la soberanía de los estados confederados por la soberanía del ciudadano individual, la democracia clásica también nació mystós, mestiza: un hecho –y un derecho- revolucionario, en la medida que colocaba al individuo en el centro de la organización social.
Lo sorprendente no es que la neurosis nacionalista regrese al infierno del tribalismo territorial. Lo asombroso es que esa construcción nazional-populista, basada en la desigualdad, el privilegio y en la diferencia supremacista, cuando no racista, en lugar de provocar rubor filosófico y confrontación política, esté apoyada y sostenida por el partido Socialista, en apócrifa versión Sanchista, (y cuya pobre coartada y pretexto de “apaciguamiento” ya desmonté en un artículo anterior). Los acólitos de Calígula llevan años agitando el espantajo de la extrema derecha, disfrazada de VOX: un trapo que nunca definen, pero que muchos de mi generación tienden a embestir. Démoslo por bueno. Pero, si aplicamos la misma vara de medir a sus seráficos socios nazionalistas, Sr. Bolaños, ¿dónde colocaremos una tropa que define al público de la gente –que dice el corrido- según razas, colores y procedencia geográfica? ¿A la derecha de Gengis Khan, quizá? ¿O nos quedamos cortos? Con esta partitura que vds interpretan, la más reaccionaria desde el Fuero de los Españoles, Sr. Bolaños, se comprende la incomodidad de Felipe González, la contrariedad de Alfonso Guerra y la irritación de Joaquín Leguina, en silenciosa representación de millones de socialistas honestos, pero burlados.
Por lo que a mi hace, me he sentido muy bien entre los “colonos” gerundenses. Y, si me invitan otra vez a visitar y hablar en El Cuellar, pienso repetir.