La escritora escribe, como los gatos, con todos los dedos de las dos manos. Su mirada, negra en la noche, bajo una selva de bucles, vive encendida por las palabras ardientes, crujientes, nuevas. Su lenguaje elástico, repleto de diálogos sugerentes, renueva el género negro sin perder aroma criollo. Une a Borges con Roberto Arlt, alta cultura y bajos fondos, en una novela herida como la luz rota de la tarde junto al precipicio: Medialuna de sombras (Velasco). Contemos, temblones, la bohemia de Marcia, salida de las sombras azules con el pelo encendido, donde su fuga huele también a Piglia.
Marcia Álvarez Vega desciende de un refugiado español tras la Guerra Civil y de una familia holandesa sefardí. Nace en Chile (1968) y es nieta de Luis Vega Contreras (Baruj Vega), amigo de Pablo Neruda y estrecho colaborador de Salvador Allende. Se exilia tras el golpe de estado de 1973, instalándose en Israel en el 1975, posteriormente en España hasta 1991, cuando regresa a Chile, tras haber vivido en Israel y Argentina. El exilio, como a Cristina Peri Rossi, le enseña a vivir con lo indispensable. La literatura es un chubesqui junto a la ventana en la habitación fría. Vio la luz Salve aeternum, Ausencia en la playa de Liguria, Música ligera, Poemas de vino de Luna… pero Medialuna de sombras es otra perfección de puro aullido.
Por un lado, asistimos a una obra militante con los derechos de las personas homosexuales; por otro a la corrupción de tantas oenegés, cuyo negocio oculto no brota al exterior. Un policía gay, engolfado en una noche de sombras alargadas, perfila el conjunto con su cadáver caliente. Marcia Álvarez Vega desenvuelve húmedos silencios, el vaho de las mejores confidencias, el vino áspero de algún descaro, la luz de bombilla pelona de las mejores relaciones clandestinas. Munizaga, Cataldo, Heller y Femenía son perros de presa empeñados en borrar las huellas de su viaje. Ariel, cadáver y mártir, canta por la boca de Valeria Lynch el veneno de los besos húmedos y los pasos que nos convierten en sombras del puro deseo.
Marcia Álvarez Vega cuenta con más de cien obras escritas, riesgo y ventura de su propia leyenda, papeles que son archivos y han rodado de computadora en computadora para salvar la vida a amigos y así embridar un milagro compartido ajeno a vanidades superfluas. La escritura es para ella un destino y no una meta. No discurre un libro tras otro sino todo un movimiento, una forma de vida, un pulso contra su tiempo, la vida en las palabras que no puede escapar y convertirse en lo que no es. Medialuna de sombras, género negro, vida al raso, desmenuza la verdad de un crimen pasional, aderezado con intereses privados, donde corrupción y prejuicio, donde secreto y lucro van de la mano como los mejores amigos. El asesinato brutal del policía travestí (Ariel) enciende la búsqueda del comisario Munizaga, sabueso con el hocico pegado al suelo para quien encontrar la verdad es la mayor hazaña. María Zambrano aroma el introito con casi un pareado de harapos: “Solo en soledad se siente la sed de la verdad”.
Una breve chispa de mechero hace de poética en el interior del túnel: “El proceso de creación de una novela se inicia con un oxímoron: la negrura de una página en blanco. Después viene un largo peregrinar de imaginación, trabajo, investigación, borrado, mejora, avances y retrocesos hasta que se coloca la palabra fin. Pero es solo la composición del texto. La novela solo alcanza el nombre de tal cuando sale de la oscuridad y es compartida con el público”. La novela negra vuelve a ser el apunte al natural, el boceto pictórico más inmediato y útil de los tiempos actuales contemporáneos. Su misión es subestimada a diario. Borges escribe siempre desde una intriga o búsqueda, nunca más de seis folios por entrega, y Arlt busca barras pegajosas donde el carmín sobre una servilleta es otro mapa.
Malena, Leonor, García, Mercedes, Brenda, Cynthia son mujeres de agua a quienes otros moldean desde una perversa escultura interior. Los archivos ocultos, los archivos secretos, desvelarán el tráfico de almas y cuerpos, donde la ausencia es otro humo cuyo diálogo pausado lo hace siempre inolvidable. Medialuna de sombras es una gran tarta blanca y gigante a la que el Facebook, en lo alto del todo, coloca su guinda y corona roja. Todos los asesinos fueron antes violadores y el mayor burdel es la corrosiva oenegé.
El idioma español es un peligro entre los dedos de Marcia Álvarez Vega: gasta la suave seda del secreto que sobre las yemas, en ocasiones, tiene temperatura y ritmo del frío metal. La novela de apariencias vuelve a ser la de gestos a los que Windows, alfabéticamente, sitia con collar y cadena. El río del idioma es hoy otro pendrive en la noche oscura. Benito, Lucero y Ocampo son otra juerga bajo la salva de tiros al aire y algunos aplausos para muchos. Todo cadáver, indefenso y desamparado, pide venganza. Marcia Álvarez Vega es orejera, ladrón de oído, y así la novela Medialuna de sombras es otro río de bocas calientes, vino tinto, asados, tangos, bares malos, pasados que van por delante y futuros que retroceden. El grito sagrado vuelve a ser el de la libertad tras las cadenas rotas. Velasco Ediciones, taller de sedería, cuelga una canción diferente en cada título publicado y esas páginas de musgo comienzan a crecer en los oídos lectores hasta romper los labios de las mejores sonrisas crecientes. Marcia Álvarez Vega, pulso y puntería.