Voy a comentar el contenido de un libro titulado: “La Comunidad Ibérica de Naciones”, editada en la Editorial Vasca EKIN, de Buenos Aires, el 20 de diciembre de 1945 (lo de “patética” viene después).
Su principal autor fue Manuel de Irujo (1891-1981), dirigente del PNV, ministro por dos veces de los gobiernos de los socialistas, Francisco Largo Caballero (1869-1946) y Juan Negrín (1892-1956), durante la Guerra Civil. También escriben en el libro personajes de esa época: Armando Cortesao (1891-1977), cartógrafo y funcionario portugués, y políticos de la II República, como Luis Araquistain (1886-1951), ideólogo del ala izquierdista del PSOE, y Carlos Pi Sunyer (1881-1971), destacado escritor y líder de ERC. Todos ellos estaban exiliados en Londres, y se hacían ilusiones con el final de Guerra Mundial, y con el mundo que se estaba configurando; respecto a esas ilusiones, 78 años después, viene bien recordar la frase de un famoso filósofo: “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.” Olvidar el pasado, y repetir los errores como si fuesen ideas nuevas, producen risa, pero a veces disgustos notables.
A Manuel de Irujo le conocí personalmente en la mesa de edad del Senado, elegido en las primeras elecciones de Junio de 1977. Yo era el senador más joven, y don Manuel (así le llamé respetuosamente en esa ocasión histórica) el de más edad. Entonces él me pidió que le escribiese en una papeleta el nombre de Ramón Rubial (1906-1999), el candidato socialista a la presidencia del Senado, frente al de la UCD, que era Antonio Fontán(1923-2010), catedrático de latín y director del Diario Madrid, que fue poco después elegido presidente del Senado constituyente ( Fontán había sido mi profesor de periodismo en la Universidad de Navarra).
Cuando le dije a Manuel de Irujo que Ramón Rubial, a la sazón presidente del PSOE, era el candidato de mi grupo parlamentario, y que yo no sabía a quién iban votar los miembros del PNV, el veterano nacionalista vasco me respondió: “escríbame el nombre de Rubial, porque nos tenemos que entender”. Esta anécdota no forma parte de unas pintorescas memorias mías; por el contrario, creo que resume dos circunstancias de aquel momento: la tendencia hacia el entendimiento de los principales partidos, y el oportunismo que subyacía detrás del consenso que se estaba anunciando, a la vista de unas Cortes constituyentes en las que nadie tenía mayoría, y que podían acabar como el rosario de la aurora, o con el caballo de Pavía.
Manuel de Irujo tenía entonces 86 años, y su vida había sido la de un personaje barojiano, un hombre de acción a lo Aviraneta. También era un ideólogo, que había cursado dos carreras universitarias, culminada una de ellas con un doctorado en la Universidad de Salamanca. Cuando se exilió en Gran Bretaña, y antes de la derrota republicana, Irujo ya se estaba moviendo políticamente, con el propósito de sumar fuerzas contrarias a Franco.
Manuel de Irujo, y Juan de Ajuriaguerra (1903-1978), representan, junto con el primer lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960), la evolución doctrinal del PNV. De ser una formación clerical, de ideario derechista, reaccionario y contrario al Estado liberal, esos dirigentes del PNV, porque sufrieron la misma o parecida suerte de exilio y persecución de los líderes republicanos, experimentaron una transformación cosmopolita, y su partido se adaptó a las ideas democristianas, abierto a las diversas iglesias y también a los laicos, lo que significó que ya no era un movimiento confesional -como había sido hasta entonces- ultramontano; pronto se convirtió en un activo miembro de la internacional democristiana, muy influyente en Europa occidental tras la Guerra Mundial (de la que fue expulsado a instancias del PP, un gran error de José María Aznar del año 2000).
Pero volvamos al libro que Irujo hace imprimir en Buenos Aires, en una editorial propiedad de nacionalistas vascos, y cuyo “proemio” está fechado en “Londres, julio de 1945”, o sea, que Irujo lo escribe -y hace constantes referencias a la nueva época- cuando se acaba de fundar la ONU, y todavía sigue la guerra en Japón, y la bomba atómica es un secreto.
El contenido del libro, La Comunidad Ibérica de Naciones, es una versión ampliada, con la inclusión de Portugal, de la vieja propuesta de los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos de unir sus respectivas naciones o nacionalidades, para obtener la independencia de España, a partir de las ideas de “autodeterminación de los pueblos”, surgidas tras la Primera Guerra Mundial. Esa propuesta, conocida como Galeusca, consistió en que Galicia, Euskadi y Cataluña, naciones soberanas, formarían con Castilla, la otra nación soberana, una “república confederal” (“España, ce ça qui reste”). La primera Galeusca es de 11 de septiembre de 1923, y la última, de esa época, es de 9 de mayo de 1941. Ante esa última, los máximos dirigentes del nacionalismo vasco y catalán, no la aprobaron, entre otras razones, porque creen que los aliados, en la nueva ONU, no están a favor de la doctrina de la antigua “autodeterminación”. Irujo, que es un hábil agente del lehendakari Aguirre, prescinde de los nacionalistas gallegos -Alfonso Castelao (1886-1950), sigue con la idea de Galeusca-, y los sustituye con un opositor a Salazar, el portugués Armando Cortesao; Irujo, y los demás autores del libro, creen que Salazar y Franco caerán cuando termine la guerra.
El libro sustituye la autodeterminación de la Primera Guerra, por la autoridad de los vencedores de la Segunda, que podrían apoyar una idea de una Comunidad Ibérica de Naciones, un artefacto estatal tutelado por la ONU, cuando Salazar y Franco sean expulsados del poder, en el momento que la guerra haya terminado definitivamente. Irujo, al igual que el dirigente nacionalista catalán, Carlos Pi Sunyer, esperan que el libro ofrecerá a los aliados una imagen de unidad de los demócratas ibéricos, al publicar conferencias y discusiones habidas en Londres entre 1944 y 1945. Por eso califico de “patética”( penoso, lamentable, ridículo, según la RAE) esa propuesta. Dentro de ese patetismo, ¿qué pinta el socialista Luis Araquistain? Araquistain había sido siempre un patriota español, incluso cuando fue el mentor del giro revolucionario del PSOE. Pero cuando Largo Caballero fue sustituido por Juan Negrín, en la presidencia del Gobierno, Araquistain se convierte en enemigo intelectual de los comunistas y de Negrín, a los que responsabiliza del cese de Caballero, y de la derrota de la II República. A Irujo le interesa que Araquistain participe en las discusiones, para dar la imagen de unidad ibérica, sobre todo porque Araquistain tiene amigos en la parte laborista del gobierno de Churchill. Y a Araquistain, por su parte, le interesa participar para cerrar el paso a Juan Negrín, exiliado también en Londres, y que posee la legitimidad de la República. Irujo y Pi Sunyer quieren incluir a los comunistas en su proyecto de Comunidad Ibérica, porque creen que Stalin todavía forma parte de la categoría de leal aliado. Araquistain se cierra en redondo, y afirma que los comunistas carecen de fuerza en España, pero lo más importante, afirma que sólo España y Portugal son naciones soberanas.
El 16 de julio de 1998, los nacionalistas de Galicia, Euskadi y Cataluña firmaron la Declaración de Barcelona. Era reivindicar la soberanía para esos territorios, volviendo al proyecto de Galeusca. Hasta hoy, 100 años después. ¿Cuándo se jodió la democracia? ¿Y por qué? En España pasan cosas de novela.