No seguirá en el club francés la próxima temporada. Su rendimiento allí no es ensalzable: Catar no sabía lo que estaba fichando.
En agosto de 2021 el Paris Saint-Germáin anunció a bombo y platillo lo siguiente: "Fichamos al mejor jugador de la historia". Nasser Al-Khelaifi, presidente y representante del Estado catarí que reina en el PSG, se mostró así de exultante durante la presentación del siete veces Balón de Oro en el Parque de los Príncipes parisino. Sin duda, se trataba de un golpe de efecto. De un argumento muy poderoso para conseguir que su club fuera favorito número uno para ganar la ansiada Liga de Campeones y, además, un elemento de seducción contundente para que Kylian Mbappé se quedara en la capital francesa. Los focos del planeta pasaron, al fin, a dirigir su mirada hacia la entidad insignia de los petrodólares en el fútbol.
Sin embargo, la perspectiva del tiempo sugiere que la cúpula directiva catarí no tenía del todo claro lo que estaba contratando, en términos estrictamente deportivos. Porque en las dos temporadas que ha estado en París, Lionel Messi ha sido fiel a su último tercio de estancia en Barcelona. Si se trataba de una temporada que concluiría con la disputa de la Copa América o del Mundial, este zurdo legendario pasaba de correr a caminar por el césped; de involucrarse, con la motivación en plenitud, a ni siquiera tratar de disimular su ausencia de implicación en el colectivo. Esa es la versión que ha visto una hinchada parisina que ha terminado por pitar y abuchear a un genio que no ha sudado lo suficiente por el equipo. Ni mucho menos.
Contrataron al mito y se encontraron con el jugador real, de 34 y 35 años. Ese talento descomunal que lleva seleccionando bastantes años los momentos de derroche de energía. Que cuida su físico y concentra su mente en los objetivos que verdaderamente le empujan a seguir compitiendo. Unas metas que no son otras que las que desafían a la selección argentina, porque en la esfera de clubes no le queda nada por conquistar desde hace mucho tiempo. Entre otras razones de tipo coral, por eso ganó su última Liga de Campeones en 2015. En los estruendosos naufragios continentales del Barça y del PSG no ha marcado diferencias ni opuesto resistencia. No ha mostrado su carácter ni ha ido al límite, vaciándose desde el prisma físico y mental, en esos partidos trascendentales. Un debe demasiado alto.
El mito indolente
Las debacles azulgranas en el Calderón (2016), el Juventus Stadium (2017), Olímpico de Roma (2018), Anfield (2019), el 2-8 ante el Bayern (2020), y las catástrofes parisinas en el Bernabéu (2021) y en Múnich (2022) le han visto siempre del mismo modo: caminando. Paseando por el campo a la espera de la inspiración. Con una actitud de brazos caídos. De saberse rodeado de jugadores de menor nivel que él mismo y no rebelarse. Esa apariencia, que acabó por provocar que parte de la hinchada barcelonista se mostrara a favor de su salida -amén de por su colosal salario-, también ha desembocado en el rechazo de parte de los aficionados que hace sólo dos años le colocaban el rol de salvador. De guía para llegar a la orilla en el ansiado triunfo en la Liga de Campeones.
Nada de eso ha ocurrido. Messi confesó que en su primera temporada en el PSG acusó el cambio de aires. Salió del Camp Nou llorando amargamente y tener al lado a Neymar y a Mbappé no le motivó lo suficiente para ir con todo para recuperar la gloria. Con el paso del tiempo mejoró su adaptación a la urbe francesa -pasó de vivir en un lujoso hotel a una espectacular mansión a las afueras-, pero su juego no ganó en intensidad, en energía. En ganas. Le ha bastado, eso sí, para dominar la Ligue 1. Dos títulos domésticos ha conseguido Lionel en una aventura que ha resultado negativa para todos los intervinientes, salvo para su padre y para su cuenta bancaria. En lo deportivo no ha conseguido reinventarse y demostrar que es capaz de brillar fuera del ecosistema azulgrana. Mauricio Pochettino y Christophe Galtier no han podido disfrutar de su excelencia y les ha costado el puesto de entrenador.
Si se revisa la tabla estadística se encuentran números que explican el fracaso. Ha disputado cuatro partidos de octavos de final de Liga de Campeones con el PSG, con un saldo de ningún gol y ninguna asistencia. No ha aparecido en esas citas, las más importantes para el club francés en todo el año. Su indolencia ha sido castigada desde la grada con sonoras pitadas, sobre todo después de los fiascos frente a Real Madrid y Bayern. Su rendimiento ha estado muy lejos de lo esperado, de las expectativas generadas a su llegada. Y las críticas se han multiplicado en las redes sociales por parte de hinchas parisinos que han visto a Messi sobresalir -en actitud y en relevancia- en el Mundial de Catar.
De nuevo héroe a cabeza de turco
Messi y Neymar se han convertido en los recurrentes nombres a los que la hinchada ha culpado de las debacles europeas en este par de años. Y se ha extendido la opinión de que Al-Khelaifi ha completado un fichaje negativo en lo deportivo pero exitoso en lo relativo al marketing. Se han disparado las voces que acusan al dirigente catarí de pensar en las cuentas más que en el césped cuando contrató a Lionel. Hay datos que corroboran esa teoría: las ventas de camisetas crecieron un 50% en sólo un mes y el PSG usó su nombre como carta de presentación para elevar los contratos de patrocinio. Y funcionó.
Su falta de vínculo con el club y la masa social -ni lo ha intentado- ha ensombrecido su mejoría en el rendimiento. En esta segunda temporada lleva 16 goles y 16 asistencias en la Ligue 1 -por los 6 goles y 14 asistencias de su primer curso en París-, pero su explícita desconexión ha culminado en los insultos que le ha dedicado la facción ultra de la hinchada del PSG tras la enésima derrota casera del equipo. No fue a agradecer el apoyo de la grada en varios partidos jugados en casa e incluso viajó sin permiso, con la consiguiente sanción disciplinaria, durante este curso. En todo caso, desde 2008 no marca tan pocos goles en una temporada. Cuando tenía 16 años. Ahora queda por ver cuál será su siguiente paso. Un regreso al Barça -esta vez con Xavi a los mandos, discutible si se atiende a su encaje futbolístico- o una estancia millonaria en Arabia Saudí se antojan como las opciones más plausibles.