El actual presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE viene protagonizando, desde hace tiempo, multiplicidad de hechos que justifican el amplio rechazo que, a pesar de tantas presiones adormecedoras de toda índole, ha expresado la ciudadanía española en los últimos comicios autonómicos y locales. Lo que ha provocado unas reacciones por parte del Sr. Sánchez que lo acreditan como verdadero y peligroso autócrata, reacio a cualquier reflexión y deliberación sobre las verdaderas razones de ese rechazo, incluso en el seno de los órganos de su partido, al que impone lisa y llanamente sus propias determinaciones sin miramiento alguno, adoptadas con el escaso acompañamiento de un muy reducido número de colaboradores adictos al jefe.
El precipitado anuncio de la nueva convocatoria electoral quedará para los anales de su historial autocrático. Dice la Constitución, en su art. 115.1, que la posibilidad de proponer al Rey la disolución de las Cortes le corresponde al presidente bajo su exclusiva responsabilidad, pero previa deliberación del Consejo de Ministros. Pero él salió a la puerta de La Moncloa para decir que había comunicado al Rey que se proponía convocar un Consejo de Ministros para disolver las Cortes. Es decir, todo al revés, y sin el menor respeto institucional al Consejo de Ministros, por él mismo nombrado.
Nos convoca además para elecciones generales en plena canícula estival, un domingo que para muchos formará parte del puente de la fiesta de Santiago apóstol, y, en fin, en unos días que se ha sabido que, cerca de la mitad de la población, suele estar fuera de su domicilio, por vacaciones. Todo un ejercicio de respeto a la ciudadanía. Total ausencia de la menor atención a la situación y razonables conveniencias del común de los convocados a votar. Menos aún de la que habrán de padecer los miles de ciudadanos que deban formar parte de las mesas electorales, en muchos casos obligados a pasar un día entero en locales sin acondicionamiento adecuado para las temperaturas que son de esperar y que estarán ya cerrados y sin limpiar, en más de un supuesto, por las vacaciones escolares. Pero, claro, todo esto son minucias para quien, como el Sr. Sánchez, solo piensa, según ha dicho, en salvar cuanto antes a este país e incluso al mundo de la gran amenaza que revela el resultado electoral que le ha resultado adverso.
Su comparecencia el miércoles, 30, ante los diputados y senadores del PSOE, solos o acompañados de algunos fieles más del Partido, ha sido verdaderamente patética y recordaba escenas que a veces vemos de Corea del Norte o de China. Todo aquel encendido aplauso de acogida, que estimulaban los/las propios/as acompañantes del Jefe, ¿era por el resultado conseguido en las elecciones del 28-M? ¿O quizás por el acierto de su decisión de mandarles a todo a casa y convocar nuevas elecciones? ¿A qué todo aquel entusiasmo? El aplauso cerrado -que se repetiría para ensalzar algunas de las ocurrencias o afirmaciones de más efecto del líder-, como en las autocracias -por emplear un término más suave-, ¿sustituía al debate interno colegial, riguroso y responsable?.
El discurso del Dirigente justificó su decisión de convocatoria electoral en la imperiosa necesidad de plantar cara a lo que calificó de "derecha extrema y extrema derecha", formada de consuno por el PP y Vox, que no sería sino una muestra del movimiento reaccionario mundial que amenaza a la democracia, del que él quiere salvarnos.
Una de las cosas curiosas de ese discurso -amén de las abundantes tergiversaciones y apreciaciones sesgadas- es que trató de explicar la necesidad de las nuevas elecciones para tratar de evitar que el PP y Vox hicieran lo que, desde luego, de proponérselo en serio, sólo podrían hacer logrando una mayoría suficiente en las Cortes Generales y alcanzando el Gobierno en el Estado, pero no, en modo alguno, desde las posiciones que hayan podido lograr en Comunidades Autónomas, Provincias y Municipios. ¿O es que van a poder suprimir el salario mínimo, por ejemplo, mandando en Madrid, en la Comunidad Valenciana, en Aragón o en la ciudad de Sevilla? Como podrán hacerlo es, precisamente, ganando las elecciones que el Sr. Sánchez ha convocado, pero no de otro modo.
Llegó a decir que no podía permitir que España diera la malísima imagen que darían el PP y Vox representándola en la presidencia de la Unión del semestre europeo próximo. Pero eso es precisamente a lo que su decisión de convocar las elecciones puede conducir. ¿O no? Otra de las pruebas de la despreocupación real del Sr. Sánchez por otra cosa que no sea su mantenimiento en el Poder, es precisamente organizar estas elecciones del 23 de julio en medio de la presidencia española del Consejo de la Unión, por mucha que sea la relatividad de la importancia que esto tenga. Solo esto ya hubiera más que justificado que las elecciones, al no haberlas hecho coincidir con las demás del 28-M, se hubieran hecho agotando la Legislatura.
Pero, en fin, no cabe alargarse ahora mucho más. Oyendo al Sr. Sánchez pareciera que la Unión Europea la ha construido él o, bueno, el Partido socialista -¿en coalición con los comunistas, que durante decenios trataron de impedir el proyecto?- y que el PP nada tuviera que ver con los más de los verdaderos padres de la integración europea, ni., sin ir más lejos, con Úrsula von der Leyen -por no remontarnos al pasado y hablar de alguien con quien el Sr. Sánchez cruza sonrientes saludos- ni con quien en este momento preside el Parlamento Europeo, una y otra del mismo partido europeo que el Sr. Feijóo, curiosamente. Y, por lo que se refiere a Vox, quien, por lo demás, hasta ahora que se sepa no ha cuestionado en punto alguno la Constitución española, a diferencia de varios de los que han sostenido a Sánchez en el Gobierno, forma parte del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo, cuyos objetivos pueden verse fácilmente en la voz que le dedica Wikipedia, todos ellos perfectamente legítimos en democracia.
Esos y otros muchos son los hechos, que pueden desmentir tanta descalificación demagógica como parece que vamos a escuchar en las próximas semanas, al estilo de quienes aspiran a perpetuarse en el gobierno marginando toda alternancia y, en lo posible, toda oposición; eso sí: "en beneficio del progreso del pueblo". Como el Gran Hermano orweliano.