Buena pregunta. El doctor Hugo Strange, director del manicomio de Gotham, es una mezcla de vileza insaciable y curiosidad impaciente. El interpelado, el capitán Jim Gordon, un héroe frugal, mueve la cabeza con aire titubeante. Nunca se ha interrogado al respecto. ¿Quién puede controlar Gotham? Acaso el Pingüino, ese villano grotesco. Es un demonio astuto, lisiado y vengativo, también un hombre ponderado. El mismo se define como “un delincuente honesto”. Cruel y razonable, sabe que un poco de orden siempre es necesario. Pero el Pingüino no excede su dominio natural: las alcantarillas y los bajos fondos. Tampoco el Jocker reúne requisitos. Un perturbado narcisista con sonrisa de hiena. Su inclinación al espectáculo es patológica. Tan chistoso como malvado, sus chistes ya no tienen gracia y sus ocurrencias causan mayor hastío que daño. En cuanto a la Mafia convencional, anticuada y corrupta, no supieron adaptarse. Los matones obsoletos del padrino Cármine Falcone conforman el pasado. Participan de esa memoria borrosa junto a la llamada Corte de los Búhos, la secta petrificada que acoge a las familias de abolengo, añorantes rutinarios de su esplendor remoto. Los Mafiosos y los Búhos son las dos caras de una misma moneda: la umbrosa ciénaga de los recuerdos. No hay nada que los recuerdos acierten a controlar, y menos el presente. Habría que recurrir a lo nuevo: por desgracia los monstruos recientes carecen de empaque. Son demasiado monstruosos, y algunos se venden fácilmente y a bajo precio. Traicionarían a su madre por un plato de lentejas. Otros, como Luciérnaga o Yedra Venenosa, causan un estropicio inmediato, no retiran los escombros, no son capaces de organizar ni una merienda. Hay criaturas fronterizas y ensimismadas: la Mujer Gato sólo se encomienda a su alma solitaria; el mago Enigma es una inteligencia de primer orden, pero aspira a la perfección. Y Dios nos libre de los buenos chicos. El joven millonario Bruce Wyat, el futuro Batman, es un niñato arrogante, imbuido de esas nobles intenciones que apenas sirven para pavimentar el infierno.
El doctor Strange insiste:
-Vamos, Jim. ¿Quién está detrás de todo esto?
Acuciado, el capitán Jim Gordon recurre a un tópico:
-Los ricos, supongo.
Suspiro aliviado del galeno maléfico:
-Bueno, Jim, me alegra comprobar que usted tampoco sabe nada.
Y es que los ricos no controlan la ciudad de Gotham. Nunca lo hicieron. En los inicios, un hombre riquísimo llamado Craso fue apresado por los bárbaros; le obligaron a tragar oro fundido. Al poco un patricio, empobrecido y endeudado hasta las cejas, confió en sus centuriones luego de haberles pedido prestado; los legionarios siguieron a César por admiración, por lealtad, también por recuperar los dineros que les había sableado aquel jefe gorrón. Debido a internet reparamos en las gansadas de los ricos digitales: Bill Gates, Elon Musk, Zuckerberg. No creo que se arriesguen a engullir un oro quemante. Sólo quieren vivir trescientos años y ser famosos. Son poco más que un pretexto o una anécdota; una excentricidad, como mucho. El emperador Marco Aurelio, que detestaba a los ricos de su época, no habría gastado un instante en recelar de los de ahora. No son ellos porque no es nadie. Felizmente no hay nadie a los mandos y cada vida pertenece a quien la vive. Entre tantas sombras no hay sombra de manejo.
Incluso en Gotham los hombres son dueños de su pensamiento y su palabra, y responsables de sus decisiones. En Gotham cualquiera será libre siempre que entienda que a su alrededor los demás también tienen que serlo. Esperemos que el abnegado Jim Gordon no tarde en enterarse.