En Allí donde se queman libros. La violencia política contra las librerías (1962-2018), Gaizka Fernández Soldevilla y Juan Francisco López Pérez presentan una obra necesaria y oportuna que recorre, de manera exhaustiva, la violencia contra las librerías entre 1962 y 2018. Esta violencia, sumada también a la ejercida contra otras manifestaciones culturales, tenía la firma de radicales de toda índole que se retratan profusa y detenidamente en esta obra.
La bibliofobia no es, desgraciadamente, un fenómeno aislado. Se ha repetido a lo largo de la historia unida a regímenes totalitarios y de uno y otro lado. Muchos autores han sufrido sus consecuencias, se han visto coartados y sus obras prohibidas. La memoria tiende a llevarnos a los más determinantes episodios de la Historia y pensar en el nacionalsocialismo de Hitler o en el comunismo de Stalin, como ejemplos de la más profunda infamia y, por extensión, recordar imágenes de bibliotecas ardiendo, libros quemándose, la destrucción de la razón y la libertad alentadas por el miedo y la ignorancia.
Pero, además de ellos, hay muchos otros en los que los libros, como ejemplos de libertad del ser humano, han sido mutilados o destruidos. Famoso es el incendio de la biblioteca de Alejandría, en época de César, que pretendía ser una especie de colección inmortal del saber para la posteridad. O imágenes más recientes como, durante el asedio de Sarajevo, en 1992, el ejército serbio bombardeo el edificio donde se encontraba su biblioteca. Una imagen parecida se repitió años después, en Irak, ante la impasible mirada de las tropas norteamericanas durante la quema de la biblioteca de Bagdad.
Fernández Soldevilla y López Pérez realizan un extenso estudio donde se combina la precisión estadística con la emoción del relato. Así, en primer lugar, en base a datos, la obra pone de manifiesto cómo de las 225 acciones contra librerías, que los autores han podido confirmar, el 87% pertenece al terrorismo de ultraderecha y parapolicial; otro 7% a ETA y su entorno; el 4% a la extrema izquierda y, un 2%, de origen desconocido (pág. 23). Pero los datos serían solamente, eso, datos, si no fueran acompañados del relato de sus protagonistas y de cómo lo vivieron.
Así, los autores ponen en boca de los libreros, el asedio y el sufrimiento que padecieron, convirtiéndose en uno de los aspectos más interesantes del libro: dar voz a quien no suele escucharse. Se mezcla así, de manera especialmente interesante, la razón y la emoción en un mismo texto.
Asimismo, los autores dedican, una parte importante de su relato, al asedio de ETA hacia las librerías: “Durante los años sesenta ETA sentenciaba qué podía considerarse literatura vasca (escrita en euskera) y qué no: la obra de los autores que no se juzgaban lo suficientemente vascos” (pág. 155). El primer atentado contra una librería fue en 1973 cuando tres jóvenes atacaron la librería Cervantes, esparciendo 20 litros de gasolina por el local y la trastienda y arrojando un cóctel molotov. Pero su tergiversación de la naturaleza del libro aún iría más allá cuando empezaron a usar el libro-bomba como arma para matar, bien conocido es el atentado contra el periodista Gorka Landáburu en 2001. Del mismo modo, otra de las vías en que se utilizó el libro como arma fue mediante la extorsión a empresarios, profesionales y propietarios de pequeños comercios. “Durante casi cuatro décadas empresarios y profesionales relacionados de una u otra manera al mundo del libro fueron extorsionados por ETA. Algunos pagaron y otros no. Unos se quedaron y a otros no les quedó más salida que el destierro para salvar la vida” (pág. 162), explican los autores.
En definitiva, la obra de Fernández Soldevilla y López Pérez es una narración justa y necesaria de un sector, el de los libros, muy olvidado por la Historia. Su libro, además de un profundo análisis de la violencia política contra este sector, también rezuma un canto de libertad a la palabra escrita. Su título, Allí donde se queman libros (se acaba quemando personas), procede de una frase del poeta y ensayista alemán Heinrich Heine. Pero Heine también dijo que “donde se quiere a los libros también se quiere a los hombres”. Conviene no olvidar ambas frases.