1) El ojo no se ve a sí mismo. Contra la obsesión actual del observarse a sí mismo en exceso, hiperreflexivamente, deberíamos practicar la derreflexión, olvidarnos un poco del egocentrismo y callar respecto de nosotros mismos, y darnos a otros. El temor hace real aquello mismo que teme, y el excesivo deseo egolátrico hace imposible aquello mismo que tanto anhela.
Si el neurótico angustioso intenta salir de su angustia huyendo atropelladamente de ella, el neurótico obsesivo potencia sus obsesiones combatiéndolas, y en ambos casos los resultados son igualmente negativos: demasiado ego tanto para alabarlo como para censurarlo. Frente a eso, y “por cuanto la logoterapia se dirige, no al síntoma, sino a introducir un cambio, una conversión personal del paciente frente al síntoma, se puede decir de ella que es una auténtica psicoterapia personalista”(1).
La intención paradójica consiste en tomarse a broma al yo para tomárselo en serio; gracias a ella el paciente llega a ser capaz de mirar con ironía su propia neurosis, como de algún modo lo intuyó Bernanos en su Diario de un cura rural: “Es más fácil de lo que se piensa el odiarse; la gracia consiste en saberse olvidar”. Más importante que menospreciarse a sí mismo o sobreestimarse sería olvidarse más y mejor de sí mismo, sin seguir para ello el ejemplo de Kant quien, en cierta ocasión, habiendo tenido que despedir a un criado de poca confianza por su propensión a robarle, tras venirle luego grandes remordimientos hasta el punto de que no era capaz de pensar en otra cosa, tomó la forme decisión de olvidar completamente el asunto, y para ello colgó de la pared de su habitación este letrero: “Mi criado ha de ser olvidado”. Con lo cual logró el efecto completamente contrario el bueno de Kant, tan poco parecido a Gengis Kahn.
2) Cuando hablamos de olvidarse de sí mismo no nos estamos refiriendo a entregarnos al vacío sin más, obviamente, pues eso sería un remedio iatrogénico, es decir, algo introducido por la medicina supuestamente destinada a sanar.
Tener tiempo libre no quiere decir sólo estar libre de algo, sino también libre para algo, pues la persona existencialmente frustrada se encuentra con que no sabe cómo llenarlo. La crisis de no pocos jubilados viene a ser una neurosis de falta de trabajo continua, pero también las hay de falta de ocupación fluctuantes y periódicas, las neurosis dominicales, que afectan a quienes se hacen conscientes del vacío existencial de su vida cuando descansan los domingos de su actividad.
El horror vacui u horror al vacío es horror al vacío de uno mismo, el cual no puede ser colmado con fiestas y diversiones estupefacientes, ni con barra libre para el sexo y las borracheras, que luego se desploman sobre la almohada. Este vacío pone de manifiesto un estado depresivo psicótico por indigencia espiritual. Y, aunque semejante mona se vista de seda, y cada vez más estrambóticamente, ya no es tan mona, sino una ruina biográfica.
3) Pero el vacío es, pese a sí mismo, al propio tiempo afirmación, afirmación del imperio de la nada. Víktor Frankl, que como es bien sabido padeció los campos de concentración en su propia carne, escribía al respecto: “Créanme ustedes, señoras y señores, ni Auschwitz, ni Treblinka, ni Maidanek fueron preparados fundamentalmente en los ministerios nazis de Berlín, sino mucho antes en las mesas de escritorio y en las aulas de clase de los científicos y filósofos nihilistas. Nunca me cansaré de advertir, sea en el extranjero, sea en ultramar, donde quiera que sea llamado con motivo de mis conferencias, que también existen filósofos y científicos nihilistas allí donde, por ejemplo, un autor, un premio Nobel, diga que él, en definitiva, no ve en el hombre otra cosa que minúsculos aglomerados de carbono y agua, los cuales se desintegran de nuevo en sus elementos constituyentes una vez que hayan rodado por unos decenios sobre la superficie terrestre”(2). El homunculismo, plenitud del vacío.
4) Por lo demás, no pocas euforias preprogramadas para llenar con garrafón el vacío responden al pánico a sufrir y a afrontar el dolor, por lo que no pocos de los fármacos antidepresivos devienen fármacos predepresivos. Es precisamente, y no por paradoja sino por causalidad, esa ineptitud para el sufrimiento y para la muerte lo que más hace sufrir y más mata. El homúnculo de la pasarela, de la fama, del éxito, del poder, en definitiva la tontorrona metafísica del homo triunfans, el escapismo, son la antítesis del homo patiens. Conviene que alguien diga que el triunfador, el supremacista, con sus correspondientes hipocresías, pasan a convertirse en más que una forma de neurosis: en una patología psicosomática.
Poco enseña la vida a los supuestos triunfadores de la nada y de la espuma de la que emergen, con su ineludible cohorte de miméticos, pues el problema no es el estar enfermo, sino el modo en que se enferma y se sufre. En épocas pretéritas cuando algo malo ocurría se echaba la culpa a Dios (teodicea), ahora se echa la culpa al mal mismo (que somos nosotros mismos demasiadas veces), algo a lo que podríamos denominar patodicea. Con esto no deseo proclamar ningún eticismo en forma de sermonazo.
5) Detrás del sermonazo hegemónico sobre la fiesta sólo hay necesidad de fiesta en donde se malogra el sentido real. ¡Qué tentador e irresistible resulta la moda de la realización y de la consumación de sí mismo, como si existiésemos sólo para calmar la angustia del vacío particular, y como si los objetos que sirven para ello no fuesen otra cosa que un simple medio para lograr tal fin! Cuando semejante implantación del yo vacío malogra la existencia se concita el beneplácito de la sociedad, olvidándose que “consumación y realización de sí mismo son el resultado de la consumación de un sentido y de la realización de un valor”(3). Pues “el amor es cosa que sin roeos se puede definir como un poder decir ‘tú’ a alguien y también en poderle decir ‘sí’; el amor personal tiene que adueñarse del instinto sexual de la persona espiritual, hacer de él también algo personal. Solamente el ‘yo’ capaz de tender a un ‘tú’ es capaz de integrar el ello’”(4).
Sólo de un modo condicional es el ser humano un ser incondicionado. Para salir de la ciénaga del Ello no debe el Yo agarrarse a las ramas del Superyo. Lástima que, en lugar de inmunizar contra el nihilismo, le inculquemos nuestro propio cinismo, mecanismo de defensa o formación reactiva construida contra el propio nihilismo. En este camino, bienvenida sea toda degurificación. Si hemos tratado dos casos de neurastenia de la misma forma, hemos tratado mal al menos a uno de ellos.
(1) Frankl, V: La idea psicológica del hombre. Ed. Rialp, Madrid, 1999, p. 75.
(2) Ibi, pp. 93-94.
(3) Ibi, p. 108.
(4) Ibi, p. 155.