De las tres citas con las que empieza Hiposujetos (Holobionte, 2023), una plasma especialmente bien la promesa del título: «No te hagas grande cuando crezcas. Crece hacia abajo» (Chris Robertson). Nos hemos acostumbrado a vérnoslas con hiperobjetos, como la COVID-19, el capitalismo, el plástico en los océanos o el calentamiento global, que saturan el espacio, que no se dejan aprehender ni experimentar en su totalidad; de igual manera, los hipersujetos no nos son ajenos, se manejan en la escala amo-esclavo propia de la dominación vertical y han perpetrado aquellos hiperobjetos de manufactura humana. «Esgrimen la razón y la tecnología, ya sea de forma cínica o sincera, como instrumentos para hacer las cosas» (p. 19). Se trata de la dialéctica de la Ilustración. Sin embargo, Timothy Morton y Dominic Boyer plantean que la era de estos sujetos inflados está llegando a su fin (de ahí el negacionismo o las promesas tecnoutópicas como clavos ardientes a los que aferrarse) gracias a la conciencia de cuidado global: ¿acaso no hizo esta acto de presencia en el acontecimiento universal de ponernos una mascarilla para proteger al otro, en los levantamientos contra el racismo o la resistencia frente al cambio climático?
Estos nuevos procesos de subjetivación abren las puertas al tiempo de los hiposujetos, que serán quienes deban lidiar con los hiperobjetos heredados, pues el hecho de saber que están ahí, poder apelarles (decir tú y tú y tú), ya nos da un cierto control sobre ellos, los saca de su estatus opaco. Aprender a nombrar es una primera victoria y un paso en la recuperación agencial. Los hiposujetos, señalan, son nativos del Antropoceno, subscendentes y no trascendentes (nada saben del conocimiento absoluto), feministas y ecológicamente comprometidos, saben negociar en su justa medida con la utopía y la distopía, trabajan desde el fragmento, convocan revoluciones y hackeos del sistema. Y es que «los hiperobjetos son finitos» (p. 39): podemos combatirlos, hemos de jugar con ellos (lo lúdico es aquí una categoría importante), aunque a veces parezca que, cuando estamos cerca de vencer, de deshacer el entuerto, se produce una reabsorción en otro sistema depredador (por ejemplo, el vectorialismo como sistema superador del capitalismo según McKenzie Wark, basado en nuevos sistemas e ideas con las que jugó el pensamiento hacker, que pasa ahora abajo en la reconfiguración vertical).
El camino hacia un mundo mejor tiene entuertos, supone darse cuenta de que uno es una entidad débil y que la hiposubjetividad ni siquiera es del todo nuestra, ya que nosotros, per se, no somos solo nosotros, sino que nos encontramos integrados con otras entidades; el hiposujeto se vincula a la materia vibrante de Jane Bennett. Recuperan la OOO (ontología orientada a objetos) y la discusión entre Graham Harman y Meillassoux en torno a lo que podríamos llamar omnipresencia subjetual, es decir, al hecho de que todas las entidades sean sujetos, que, claro está, vuelve débil la categoría y la des-aliena, en tanto que el sujeto es intrínsecamente afín a una manzana, también en lo que respecta al acceso a su esencia misma. Incluso la fenomenología husserliana deja espacio a egos no-humanos. «De hecho, un hiposujeto podría no ser definible como un ser vivo o muerto» (p. 52). Se plantean si la noción de hiposujeto se halla en condiciones de incluir a los no-humanos aunque solo sea mediante una reducción de la trascendencia en pos de un ascenso de la vulnerabilidad: «volverse más susceptible a una mayor variedad de cosas que no son tú, la mayoría de las cuales son no-humanos, incluido tu propio cuerpo» (p. 96). Basta con pensar en el volumen de seres vivos no-humanos que nos componen y con los que interconectamos, o cómo los intereses de ciertas especies pueden coincidir con los nuestros en lo que respecta a la degradación de la naturaleza y sus implicaciones; así, cabe la posibilidad de alianzas con los no-humanos, pero ¿tiene sentido esta noción de alianza que lleva consigo su finitud, su saber que terminará? ¿Y la vida como criterio? Hablamos del hiposujeto como una entidad sustractiva, que saca ciertas características del sujeto con el objetivo de que «se filtre en dominios normalmente no permitidos» (p. 91). Es como si a un racimo le fuéramos quitando uvas de una en una: ¿en algún momento alcanzaríamos ese punto de indistinción donde nos costara afirmar que, en efecto, estamos ante un racimo? ¿Si, por ejemplo, descubriésemos que Aristóteles no es el autor de la Metafísica ni de la Ética a Nicómaco ni discípulo de Platón ni fundador del Liceo ni tan siquiera oriundo de Estagira, qué nos queda? ¿Nos encontraríamos en condiciones de mantener la categoría «Aristóteles»? Pues algo parecido sucede con el hiposujeto de Morton y Boyer.
En su antitrascendentalismo, en esa lucha contra el sujeto excesivo e inflado, promueven «una subjetividad que no esté constantemente buscando alcanzar el más allá» (p. 100). Morton y Boyer entienden que todo el plan de la trascendencia, el volcarse en una máquina, el fin de la muerte, etc., conlleva un diferimiento político; es decir, algo así como «todos esos problemas están mal y hay que solucionarlos. Lo haremos una vez consigamos esto». En cambio, «la contraparte hiposubjetiva implica empezar las cosas demasiado pronto» (p. 108), un caminar sin trazabilidad ni mapa, un ir viendo y admitiendo el error. Esta estrategia subscendente es afín al movimiento de una Roomba, casi metáfora del hiposujeto, ir chocando, de un lado a otro, a la deriva y a ras de suelo, sin llegar a elevarse. Cierto es que ellos mismos sostienen que la subjetividad tiene historia y está encarnada, con lo que no es tan fácil como decir «‘Hey, ¡vamos a ser un hipo!’» (p. 120), aunque a veces sintamos algo similar a lo que ocurre con La rebelión de las masas de Ortega, que uno cuando lo lee se eleva (trasciende) por encima de la masa; en este caso, sería lo contrario (o lo mismo, pero al revés): al aproximarnos al texto de Morton y Boyer subscenderíamos, nos quedaríamos automáticamente, si se me permite el chascarrillo, chiquitos. Probablemente esta sensación resulte inevitable.
Entre el loop, el diálogo digital, el espiritismo y la personalidad múltiple, las cosas dichas a medias, como un juego de espejos auditivos, construyen un dispositivo explosivo. Uno que tú también estás en condiciones de activar: invitan a que cada cinco años dos voluntarios (o más, muchos más), como si fuera un videojuego, jueguen el libro de nuevo, lo escriban otra vez. ¿Qué tal? ¿Estás preparado para subscender? ¿Para desmantelar el apocalipsis?