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Novela

Malcolm Lowry: La mordida

domingo 23 de junio de 2024, 18:44h
Malcolm Lowry: La mordida

Edición crítica e introducción de Patrick A. McCarthy Traducción de María Vinós. Random House. Barcelona, 2024. 592 páginas. 22,90 €. Libro electrónico: 19,99 €. Inédita hasta ahora en español, esta novela, aunque fragmentaria e inconclusa -publicada en excelente edición crítica-, nos sumerge en el mundo del atormentado autor de “Bajo el volcán” y en sus descensos a los infiernos empapados en alcohol. “La mordida” se basa en el viaje de Lowry a México en 1945-1946, que terminó con el arresto del escritor y su esposa, tras una pesadilla de burocracia y corrupción con las autoridades del país

Por Soledad Garaizábal

Hablar de Malcolm Lowry (Cheshire, Reino Unido 1909 –1957) significa hablar de México y de excesiva ingesta de alcohol. Si han leído Bajo el volcán (1947) o han visto la película que con el mismo título dirigió en 1984 John Huston, tal vez puedan recordar el ambiente y la sensación. En un México que celebra el Día de Muertos de 1938, el protagonista mantiene siempre tan alto nivel de alcohol en sangre que cada minuto se transforma en agónico carrusel suicida. Todo se tambalea y se entorpece, copa a copa se precipita al “Desastre” final, allí en Cuernavaca, donde el inglés borracho anda totalmente perdido buscando la redención vía tequila.

El protagonista puede llamarse Geoffrey Firmin o Sigbjørn Wilderness, como en esta otra novela, pero es siempre Malcolm Lowry el que se esconde tras el personaje, víctima y verdugo de sí mismo, hasta las últimas consecuencias, totalmente alcoholizado, (“entonces yo, Malcolm, fui a hablar con otro hombre en un escritorio en el centro, que parecía otra especie de subjefe, pero no era un buen tipo”), Malcolm Lowry dispuesto a perder la vida por una buena novela.

Ahora, Ramdom House publica La mordida, una magnífica oportunidad para conocer mejor al autor y para acercarse por primera vez en castellano al inmenso proyecto de esta obra maestra fragmentaria e inconclusa, a la que Lowry nunca pudo poner punto final.

Cuando murió ahogado en su propio vómito alcohólico y barbitúrico sin haber cumplido los cincuenta años, la novela todavía no estaba acabada. De hecho, llevaba más de cinco años en un cajón. Había sido un ambicioso proyecto; una catarata de delirio genial que se desparramaba en ocho cuadernos, cuatro manuscritos y abundante material de apoyo, recortes de prensa e ideas recurrentes. La trama se centra en el infernal laberinto burocrático que los Lowry sufrieron durante su viaje a México en el 45.

El artefacto metaliterario que ahora se publica es una esmerada edición crítica realizada por Patrick A. McCarthy y se complementa con notas aclaratorias de la traducción, una extensa introducción en la que McCarthy explica su modo de abordar el reto de la edición, y una extensa colección de notas textuales y anexos que atestiguan la inmensa cultura de Lowry, la procedencia y las sucesivas variaciones de los pasajes y las múltiples referencias simbólicas que envuelven cada frase. En ese punto, Lowry recuerda a Joyce.

En México hay que pedir auxilio a nuestra señora de las causas peligrosas y desesperadas. La mordida es un producto originalísimo en el que hay una base de novela y en el que se incluyen capítulos de diario personal, descripciones de paisajes y trayectos de viajes en destartalados autobuses o trenes, infinidad de notas al margen y pasajes extraídos de los cuadernos de la pareja, ambos escritores. Simbolismo, expresionismo, delirios, apuntes sobre una crónica del desastre, escritura automática, referencias a autores como Conrad, Dostoievski, William Blake, Flaubert, Henry James, Goethe, Yeats, Shakespeare.

También constantes apuntes sobre cómo abordar partes de la narración en el futuro, en otra próxima reelaboración. En el prólogo, McCarthy nos explica que Lowry, “a menudo sentía que estaba viviendo dentro de un mundo creado por su propia novela. O peor aún. Que había perdido el control de su vida, que estaba siendo escrita por su daimon”.

Su daimon es una divinidad que maneja su destino. El pacto entre creador y personaje es un pacto a muerte. La obra tiene mucho de bajada a los infiernos de Dante y de pesadilla procesal kafkiana, aunque por momentos se transforma en el grito de Münch. Todo está macerado en alcohol y sometido al grado Excélsior del perfeccionismo y la autoexigencia estética. “El hermoso diálogo entraba a la habitación por encima del hombro de Primrose, pero la mano de Sigbjørn, que buscaba un lápiz, solo encontró el vaso. Una claúsula atrapada saltó del vaso, pero Sigbjørn no pudo agarrarla. Lo único que tragó fue el habanero.

— ¿Qué dijo ese hombre?

Primrose intenta explicar.

— ¿Qué especto tenía?

Primrose intenta explicar.

— No, lo olvidé de inmediato. ¿Me lo puedes repetir?

— Pero ¿de qué sirve? Lo olvidarás, a menos que lo apuntes.

-Pero ¿no lo estaba escribiendo? —pregunta Sigbjørn, todo él sacudiéndose, y encuentra la botella de habanero.

— Sigbjørn, escúchame. Estamos viviendo esto. No lo estás escribiendo.

— Pero, por Dios, ¿qué sentido posible hay en vivirlo si no lo escribí?

— Nunca volverás a escribir —dijo Primrose cruelmente — si continúas de la forma en que lo estás haciendo.

— Pero ¿de qué me sirve vivirlo, si ni siquiera puedo escribir la razón por la que no puedo escribir?”.

Los Lowry son en la ficción Sigbjørn y Margie /Primrose Wilderness, incapaces de escapar de un absurdo entramado burocrático, nada que una mordida de apenas 50 pesos a tiempo no pudiera haber evitado. Parece ser que hay una multa pendiente. En un sentido más amplio, el pago de esta deuda representa su incapacidad de escapar del pasado y el deseo de redimir la culpa mediante la transformación de sus experiencias en obra de arte. La pareja de alcohólicos se verá obligada a personarse una y otra vez en infinitas dependencias policiales y sórdidos despachos de Migración, Turismo, Gobernación o Consulado, de viajar de una ciudad a otra para obtener permisos o solicitar documentos, de someterse a absurdos interrogatorios, completamente borrachos entre mexicanos corruptos, intentando hacerse entender en lengua ajena.

A veces, cuando tiene que firmar un documento, el inglés está aquejado por la paralysis agitans o el tremor alcohólico; “En escena terrible. Describir la incapacidad absoluta de Sigbjørn por lograr que la pluma se mueva, ni siquiera puede trazar nada que se parezca vagamente a una M”.

La inclinación autodestructiva de Lowry empezó muy pronto. Educado en Cambridge y nacido en una familia más que acomodada, tuvo la suerte de poder viajar y recibir una buena educación. Se consagró al alcohol y a la literatura, adicciones de las que ya no pudo escapar. Lowry pertenece a la misma generación que creadores que Burroughs, Bowles, Ginsberg, Kerouac, Scott Fitzgerald o Hemingway, artistas que han buscado experimentar, que han usado alcohol o drogas para abrir nuevos caminos a la creación. Como ellos, siguió la estela de Verlaine y sus poetas malditos, de los escritores viajeros perdidos en exóticos mundos, y encontró en México la inspiración que hizo brotar sus mejores páginas.

A pesar del incendio que destruyó parte de su producción literaria, y con Ultramarina (1933) y Bajo el volcán como únicas novelas publicadas, Lowry dejó bastantes manuscritos y obras inacabadas. El resto de sus publicaciones son póstumas y están todas retocadas por su viuda, que consiguió dar forma definitiva a la colección de historias cortas, Escúchanos, oh Señor, desde el cielo tu morada (1961), y a las novelas Oscuro como la tumba donde yace mi amigo (1968) y Ferry de octubre a Gabriola (1970). Además, el poeta Earle Birney consiguió editar sus Poemas selectos (1962) y se ha podido recuperar Lunar Caustic (1968).

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