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Celebración de la filosofía

jueves 20 de noviembre de 2008, 21:59h
Pensé titular esta columna “En defensa de la filosofía”, dado que la escribo para sumarme y dar publicidad a las reivindicaciones de la “Plataforma en defensa de la filosofía y la educación pública”, y así empujar un poco en la misma dirección en que lo hacen los compañeros que la organizaron hace ya algún tiempo.

Se supone que hoy, viernes 21 de noviembre, es el “Día internacional de la filosofía” y a eso va el que proponga a mi incierto lector su celebración. Pero comencemos por observar que se trata de una experiencia agridulce, incluso melancólica. Pues si se le dedica un “día internacional” es porque ha ingresado en la dudosa categoría de las especies protegidas, las enfermedades penosas o incurables o las causas pérdidas. Y, si bien se mira, la filosofía ha tenido algo de todo eso desde siempre. Incluso en sus épocas más luminosas, ha acompañado a la filosofía una sombra de sospecha que algunos identificaron, creo que acertadamente, con el punto de soberbia que anima su quehacer: comprender, explicar, incluso dominar el mundo desde la razón. Aunque eso era antes. Desde que perdió su posición predominante en el universo del saber, la filosofía se ha vuelto, al menos en apariencia, un poco más humilde. Aceptó ordenar la casa y vigilar el jardín de las ciencias, a pesar de la escasa remuneración que recibía por ello; o dijo contentarse con hacer preguntas, recociendo de antemano que no era lo suyo responderlas.

Los colegas de la “plataforma” —inevitable palabra con aroma a transición política— piden de las autoridades educativas dos cosas probablemente decisivas para la salud de la filosofía en la enseñanza pre-universitaria: del gobierno central, que las asignaturas de primero de bachiller y de cuarto de la ESO recuperen sus antiguos nombres: Filosofía y Ética, respectivamente, olvidándose de tanta “ciudadanía” tautológica. Y del gobierno autonómico de la Comunidad de Madrid, que la asignatura que actualmente se llama “Educación ético-cívica” y que se imparte, una hora en 2º y otra hora en 4º de la ESO, se reúnan, como antes en dos horas en 4º. Las peticiones contienen sendas críticas razonables a los dos partidos mayoritarios que, por decirlo con una expresión castiza, se han estado dando patadas en el trasero de la filosofía. El PSOE, inventando un problema donde no lo había, ha ideologizado unos contenidos filosófico-políticos que ya se impartían y que nadie en su sano juicio discute que se enseñen: nuestro ordenamiento constitucional, los principios elementales de la convivencia de acuerdo con las teorías éticas, la discusión de los problemas más acuciantes de las sociedades en que vivimos, etc. El PP respondió apoyando un debate sobre la libertad de los padres a decidir sobre los contenidos que reciben sus hijos en el aula, que, además de chocar frontalmente con la libertad de cátedra, introduce en el debate un argumento que, llevado a su extremo, impediría la enseñanza de cualquier materia que sobrepasara la estricta objetividad de las ciencias formales y de las ciencias naturales. En este marco habría que situar la decisión, absurda en la teoría y en la práctica, de trocear una asignatura casi anoréxica, dos horas semanales, en una hora (para 2º) y una hora (para 4º) separadas, encima, por un año de carencia.

Para terminar con una palabra de celebración se me ocurre que la sociedad europea debería agradecer –entre otras cosas porque le va la vida en ello— que tiene el pasado filosófico incrustado en sus entrañas, especialmente, en sus formas actuales de vida, que dependen aún de una modernidad que se levantó sobre dos logros asombrosos, la ciencia físico-matemática, madre de la actual tecno-ciencia y la concepción democrática de la política que declaró la libertad e igualdad en dignidad de todos los seres humanos. Ambos son inexplicables sin su poco vistoso origen en el milenario pasado filosófico. Lo que enseñó Platón hace muchos siglos, a apartar la mirada de lo sensible inmediato para hacer que el “alma” busque en su interior las figuras auténticas, de las que todas las demás son copias y simulacros, sigue siendo hoy tan necesario como cuando lo escribió por primera vez. Celebremos que nuestros escolares puedan escuchar todavía esa poderosa verdad.

Y una apostilla “teológico-política”. Atender la demanda de mejora de la filosofía es una cosa, hasta cierto punto, tan sencilla que podían los partidos mayoritarios ensayar un principio de acuerdo, poniendo en marcha el pacto por la educación que este país necesita tanto como respirar o superar la crisis económica.

José Lasaga

Doctor en Filosofía

José Lasaga Medina es Catedrático de Filosofía.

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