Excesos de izquierdistas y nacionalistas
viernes 05 de diciembre de 2008, 01:39h
Si viviese Cervantes, probablemente sería de izquierdas. O al menos, ya se encargarían en Ferraz de fabricarle alguna similitud ideológica. Haciendo un breve acopio de las “lindezas” que destacados políticos de izquierda dispensan a sus oponentes del PP, cabe preguntarse si sus Señorías han convertido el insulto procaz en un nuevo modo de hacer política. Esperanza Aguirre es una de las dianas más habituales. De ella, la ministra de Infraestructuras, Magdalena Alvarez, siempre cordial, dijo que le gustaría verla “colgada de una catenaria” o “en las vías del tren”. Toda una lección de cortesía parlamentaria. Más recientemente, el preclaro jurista José Blanco acusaba a la presidenta de la Comunidad de Madrid de “salir a la carrera de Bombay, dejando al resto de los miembros de su delegación allí tirados”. Lástima que tan sólido argumento fuese rebatido por todos los que allí estaban con Esperanza Aguirre, pero claro, semejante desmentido no podía rectificar una acusación oportunista, por injuriosa que fuera.
Lo último ha venido de un hombre que ha hecho de su actividad como alcalde de Getafe una apología del buen gusto y la distinción. Así, Pedro Castro se preguntaba “cómo puede haber tanto “tonto de los cojones” que “siga votando a la derecha”. Tal afirmación la hacía ante las cámaras de televisión, plenamente consciente de lo que decía. Ayer se disculpaba…a su manera, acusando al PP de “crispar”. Por no hablar de los socios nacionalistas del PSOE. Ya son habituales los exabruptos de Joan Tardá en la tribuna del Congreso de los Diputados, llamando “asesinos” a miembros del PP. O las declaraciones de la concejala coruñesa del BNG, Margarita Vázquez, quien afirmaba que hablarle en castellano a una mujer gallega es “violencia de género”.
Lo peor es que nada de esto entra en la categoría de “lapsus”. Tampoco son frases a micrófono mal cerrado, o conversaciones privadas escuchadas por casualidad. No. Todo esto ha sido dicho en público, sin rubor alguno. Es de justicia reconocer la realidad de que en muchos países de nuestra lengua, empezando por España, hay una doble vara de medir: uno puede preguntarse, conociendo de antemano la respuesta, la campaña que montarían nuestros colegas de la izquierda si algo parecido a lo reseñado circulara en el sentido político opuesto. La derecha española está llena de complejos, y precisamente por ello da la impresión de que, en ocasiones, le sonroja defenderse. Los límites de la libertad de expresión no sólo han de marcarlos los tribunales, sino la educación y el sentido común. Que, por lo visto hasta ahora, también están en crisis.