En España, más de la mitad de la población adulta depende, directamente, del sector público.
Pensiones, ayudas al desempleo, sueldos de funcionarios y subsidios representan el sustento de 19,3 millones de ciudadanos, lo que equivale a casi uno de cada dos españoles mayores de dieciocho años.
En mi infancia y primera juventud no había esta asistencia del Estado. Solamente los funcionarios, militares o civiles, tras rigurosas oposiciones, pasaban a depender del Estado, de por vida.
El individuo era enteramente responsable de sí mismo y de hacer frente a las adversidades que pudiera encontrar a lo largo de su vida, incluso las de enfermedad, paro o vejez.
Su desvalimiento era tan enorme que solo podía sobrellevarlo con ayuda de la familia próxima. Y con la de los familiares, amigos de familiares y familiares de amigos: El enchufe. Este entramado, era el bastión donde el individuo se protegía de su orfandad ante la vida. Y se guardaba el recuerdo de que así había sido por los siglos de los siglos.
El siglo XX ha sido el de la lucha del individuo por conseguir que la sociedad acuda en su ayuda, cuando se halla en situaciones de desamparo. Y de que esto se convierta en un derecho.
Y hasta ha habido un movimiento político, el Comunismo, que ha ensayado en Rusia, China, Cuba… fórmulas de gobierno, que pretendían solucionar este problema haciéndose cargo de todas las necesidades materiales del individuo, a cambio de cercenar totalmente su iniciativa y su anhelo de “realizarse”, de crear riqueza y acumularla.
En todas partes fracasó, hundiendo la economía del país. Algunos, Rusia, China…. volvieron a prosperar, cuando se liberó ese afán, atávico, del individuo. Cuba sigue en la miseria recordando, al que quiera verlo, que sin esa parcela de libertad, el ser humano es capaz de vivir y morir en la miseria sin salir a roturar los campos. Claro como el agua.
Pero a consecuencia de tantas luchas, el mundo en que vivimos es, ya, una inmensa Socialdemocracia. Nadie niega, ya, en ninguna parte, el derecho del individuo a ser asistido en situación de desamparo. La dificultad reside en las diferencias de criterio respecto a su aplicación, lo que es causa de la encarnizada y continua lucha política, en que vivimos.
Las que se han dado en denominar “Las Izquierdas” tienden a dejarse llevar, otra vez, hacia la máxima cobertura de las necesidades del individuo, en aptitudes, de palabra u obra, con las que, algunos, justifican su patrimonio moral. Tienden a considerar que la riqueza es un bien silvestre, que no necesita siembra ni cultivo y que está ahí para repartirse, más o menos, justicieramente.
Y “Las Derechas” tienen que jugar el antipático papel de vigilar que, el exceso en la aplicación de esos “derechos”, no agoste la iniciativa y preparación de los creadores de riqueza, bien para su disfrute, bien como vehículo necesario para la materialización de su creatividad, bien para remediar, obligatoriamente, las carencias de tantos.
Y de defender, a los que arriesgan para materializar sus sueños, contra la maledicencia de los que confunden esa motivación con la simple avaricia.
Es un equilibrio inestable, en cada nación, Y la lucha en todas, entre los partidos políticos, por conseguir, que la manta de la cama, en la que dormimos juntos, nos tape a todos. Y que diferencia a unas naciones de otras, por la proporción asistencia-iniciativa.
Es un régimen que tiene sus efectos secundarios. Uno de ellos, quizá el más triste de todos, el de la erosión de esa roca, que parecía inexpugnable, la familia, que se debilita a medida que el individuo se siente más protegido por el Estado. Y otro el histórico avance de la liberación de la mujer de pasiva defensora de la retaguardia familiar.
Pero amigos. ¡Qué dure!