www.elimparcial.es
ic_facebookic_twitteric_google

Charlatanes de ayer y de hoy

José María Herrera
sábado 13 de diciembre de 2008, 02:13h
Desde que escribo en este periódico, más o menos el tiempo que llevo interesado por la actualidad, se han descubierto los genes de la fidelidad, la depresión post-parto, el sex-appeal y la adicción a la cocaína. Si no fuera porque en el mismo plazo instituciones de postín han denunciado los efectos intoxicadores de la charlatanería médica, industria que, al amparo de estos u otros descubrimientos, se ha lanzado a la búsqueda de nuevas patologías a fin de abrir “nuevos nichos de mercado”, podríamos afirmar que se trata de hallazgos formidables. Desgraciadamente, queda la sospecha. Al parecer, la misma falta de escrúpulos que ha llevado al sistema financiero a la crisis mundial, amenaza la otrora intachable investigación científica, algo que no debería causar ninguna sorpresa, pues ha sucedido antes en otros ámbitos, el de la educación o el arte por ejemplo, bien que aquí las denuncias suelan acallarse a golpe de exorcismos.

El problema, desde luego, no es nuevo. Charlatanes los hubo siempre. Que ahora no se les encuentre en plazas y barracas, comerciando con ungüentos milagrosos encima de un carromato, no significa que no existan. El charlatán sabe adaptarse a los tiempos, parasita las creencias de la sociedad y usa sus prejuicios para camuflarse. Por eso cuesta tanto detectarlo. Gentes que sonreirían si alguien quisiera endosarles la pócima mágica de ayer, adquieren el equivalente científicamente testado de hoy, e igual ocurre con las patrañas más increíbles, mistificaciones históricas, morales o de cualquier clase, ante las cuales solemos reaccionar como el cateto al que se la pegan con unas estampitas.

La civilización occidental lucha desde que sustituyó a Dios por la nada vacía por conciliar la falta de sentido del universo con la necesidad de sentido del ser humano. Es una noble tarea porque sin cierto orden, aunque sea manifiestamente arbitrario, es difícil la conciencia del deber y, por tanto, la sociedad. Los ilustrados supusieron que ese deber no necesita sostenerse en nada divino para funcionar, pero la cosa ya no es tan evidente, sobre todo porque ellos confiaban en el poder de la razón, hoy de capa caída. Ni siquiera el mercado, hasta ayer arquetipo de la autorregulación racional, se basta a sí mismo. En este contexto –nihilismo le llaman los filósofos- no es extraño que estemos asistiendo a una resurrección del fatalismo, forma de pensar que siempre favoreció la superstición y la charlatanería, su parásito natural.

Los charlatanes actuales son perfectamente conscientes de que el hombre de hoy necesita por encima de todo librarse del bulto de la responsabilidad, sentirse no causa de lo que le pasa, sino efecto. Cada nuevo hallazgo en este sentido resulta paradójicamente una liberación. Hay que estar a la altura de los tiempos y los tiempos corroboran que no hay que hacerse demasiadas ilusiones: todo es producto de la ciega necesidad. En vez de padecer con esto, muchos prefieren aceptarlo, por eso sueñan con un mundo en el que la idiotez y la genialidad, la acción heroica y el acto execrable, puedan medirse con el mismo rasero, el rasero de la inexorabilidad. La libertad, como ustedes saben, no hace ninguna falta en el paraíso.

La contribución de la genética en este proceso es evidente con sólo volver a leer la lista del principio. Tampoco es pequeña la aportación del evolucionismo, una teoría que presume de haber devuelto al hombre a su condición animal, algo indispensable si de lo que se trata es de convertirlo en un animal manso, objetivo de toda educación y condición necesaria para una civilización mundial, ideal de los estadistas del momento. Menos claro, aunque también notable, es el papel que juega la psicología, disciplina que ejerce una influencia poderosa en nuestras sociedades, tal vez porque no hay Estado sin sacerdotes y el Estado aconfesional necesita sacerdotes laicos, profesionales que alivien las catastróficas consecuencias de la subalimentación espiritual derivada del hecho de que no hayamos quedado sin alma.

El fenómeno es sumamente complejo, tan complejo que quizá ni siquiera sea un fenómeno, sino un delirio del autor de esta página, incapaz de entender el derrotero de la historia. En todo caso, el desconcierto que sin duda producirá al lector la deslavazada reflexión anterior quizás le sirva para ponerse en el pellejo de los dos marroquíes que, según un periódico malagueño, acudieron la semana pasada a un centro de acogida en busca de un plato de comida y, tras ser informados por el encargado de que no podía servirles nada porque el cupo de almuerzos había sido ya agotado, recibieron a cambio un tique para visitar el gabinete psicológico de la institución.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (4)    No(0)

+
0 comentarios