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La Historia: razón biográfica

lunes 19 de enero de 2009, 23:54h
Dilthey entendía que la biografía exponía “el hecho histórico fundamental de una manera pura, completa, en su realidad”. Sin duda. Primero, las Vidas Paralelas de Plutarco y las Vidas de los Césares, de Suetonio; como mucho después, las Vidas de los más eminentes pintores, escultores y arquitectos italianos de Vasari (o entre nosotros, Generaciones y semblanzas, de Fernán Pérez de Guzmán), o luego, ya a fines del XVIII, la Vida de Samuel Johnson de Boswell y en el XIX, la Vida de Jesús de Renan o las biografías de Cromwell y Federico el Grande de Carlyle, hicieron de la biografía una forma sustancial del saber histórico, en tanto, precisamente, que expresión de esa realidad radical que, en palabras de Dilthey y Ortega, es la vida. Como escribían en 1990 los historiadores alemanes Engelberg y Schleier, la biografía ilustra periodos y épocas históricas (y aún, ciertas peculiaridades regionales y nacionales); permite identificar “tipos” humanos esenciales; fundamenta generalizaciones de carácter sociológico (por ejemplo, sobre las mentalidades, o sobre las razones del status o el prestigio públicos, o sobre la movilidad social), y hace entender el papel y la relación del individuo y la personalidad individual con la historia y la política.

Marañón escribió biografías (de Enrique IV, Amiel, Feijóo, el conde-duque de Olivares, Tiberio, Luis Vives, Antonio Pérez y Cajal) que fueron ante todo estudios del alma humana (de la pasión de mandar, de la sexualidad anómala, del resentimiento, de la timidez,…), porque entendía que el conocimiento en profundidad de esa alma humana era requisito esencial para el análisis histórico. Le impulsó, pues, una doble motivación: la curiosidad por la vida real, y la necesidad –necesidad perentoria, añadamos—de entender la vida humana, de entender al hombre. “Yo busco siempre al hombre aún en el grande hombre—escribió en 1940--, que suele ser tan poco humano; lo busco por que creo que es siempre lo esencial”.

La legitimidad de la aproximación biográfica a la historia es así palmaria, imponente. Aun condicionada por factores geográficos, climáticos o económicos, y aunque se traduzca a menudo en hechos sociales colectivos si no anónimos, la acción histórica requiere siempre algún nivel, aun mínimo, de organización articulada a través de decisiones y actos individuales. Como muestra la biografía, la historia es siempre imprevisible: es, como dijo Croce, la hazaña de la libertad. La razón histórica se nos manifiesta de forma cada vez más evidente como una razón azarosa, caótica, quién sabe si inencontrable y en todo caso, fragmentada y perplejizante.

Como se sabe, Ortega y Gasset trazó unas breves, pero espléndidas, semblanzas de Mirabeau, Goethe, Vives, Velázquez y Goya, que han aguantado dignamente, hay que añadir, los avances de la investigación y la erudición. Tras ellas alentaban, que es lo que aquí nos importa, las tesis fundamentales de la filosofía orteguiana: la vida como realidad radical y la teoría de la razón histórica (el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia); esto es, el hombre como ser biográfico – y azar, circunstancia y vocación como componentes de toda vida humana--; y razón histórica, en último término, como razón biográfica. Sartre escribió igualmente, y ello es también harto significativo, biografías y ensayos biográficos –algunos de ellos de dimensiones colosales—sobre Baudelaire, Mallarmé, Genet, Tintoretto y Flaubert: intentos, en este caso, de psicoanálisis existencial, de interpretar el hombre y la vida humana como “libertad en situación”, de explicar la creatividad literaria y artística, tema de las biografías sartrianas, en razón de los contextos sociológicos y psicológicos que enmarcan la vida individual, en los casos por él estudiados vidas marcadas y definidas por el malditismo, la transgresión o la marginalidad, o en todo caso por alguna forma de anormalidad o insatisfacción.

Ortega, Sartre, no se equivocaban. La biografía es, obviamente, un análisis de la experiencia humana, de la vida histórica. Desconocer la biografía supone, pues, desconocer, si no falsear, la complejidad y las muchas contradicciones de la propia historia. La personalidad, el factor personal, son factores de explicación necesarios a toda la historia política. Lo son, por definición, en regímenes de poder personal: nacional-socialismo alemán, fascismo italiano y franquismo español, por ejemplo, se entienden muy bien a la luz de las diferentes personalidades de sus líderes, Hitler (un poseído, un arrebatado, un pangermanista fanático, un antisemita visceral), Mussolini (un hombre de temperamento turbulento y agresivo; un histrión de gestos rufianescos y ridículos) y Franco, un militar inexpresivo, frío, mediocre, que desconfiaba de la política y sólo creía en las ideas de orden, unidad y disciplina. Pero personalidad y estilos personales importan igualmente en sistemas políticos y regímenes democráticos: el tipo y la capacidad del liderazgo; la autoridad moral del político, su credibilidad personal, su competencia, su carisma; quién tiene el poder, cómo y para qué lo ejerce son, en efecto, factores principales para el ejercicio del poder y la calidad del gobierno democrático.

Juan Pablo Fusi

Historiador

JUAN PABLO FUSI es catedrático de Historia Contemporánea y preside la Comisión Académica de la Fundación José Ortega y Gasset

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