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Consumismo en tiempos de coyuntura económica desfavorable

José María Zavala
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jmzavalagmxnet/8/8/12
lunes 04 de mayo de 2009, 17:41h
Estoy harto de oír esa maldita palabra, a todas horas, en todas partes, a todo el mundo: “crisis”. Dios me libre de ser un negacionista, a estas alturas, de lo que ni la contabilidad más creativa podría maquillar. El paro y los problemas con la hipoteca son los dos aspectos más trágicos de esta situación, y cuentan con no pocas víctimas.

Pero seamos francos, el pánico que despiertan las cifras macroeconómicas, el signo negativo en las tasas de crecimiento, representan, en el fondo, una caída del exceso de consumo. Por un lado, asistimos a las consecuencias nefastas que nos ha traído el abuso del crédito, esa falsa democratización económica. Por otro, deberíamos reflexionar sobre las pautas de consumo en las que se basan nuestras economías.

La circulación de bienes se ejerce de forma totalmente irresponsable. En primer lugar, nos acostumbramos a que se pueda comprar de todo, y además, a que comprar sea siempre la opción predilecta. Mucho me temo que los programas de televisión nos han convencido de que para optar por el “hazlo tú mismo” hay que comprar demasiadas herramientas, así que no avanzamos mucho. Caemos, además, en los trucos de obsolescencia objetiva y subjetiva (lo que compramos dura poco, y aunque dure, tenemos la falsa necesidad de renovarlo con frecuencia). Parece como si todo viniese y fuese a parar de unos agujeros mágicos a otros. No nos pensamos en todo lo que hay detrás y delante del momento en el que, con admiración, contemplamos nuestra última adquisición. Trasteros y basureros son víctimas superpobladas de este tipo de pecados. «Ahora que estamos en c*****...», dicen continuamente en la caja tonta, aquella que desearíamos cambiar por una de pantalla plana. Y como en el hiper, por un euro más nos llevamos dos, cogemos otra para la caseta del perro. Apenas pudiendo creerlo, veo que los fabricantes de productos de marca se apresuran a difundir anuncios sugiriendo a los consumidores que no les sean infieles. ¿Tendrán miedo de que la gente descubra el poder sustitutivo de las marcas blancas, y de que piensen que las firmas con renombre salen más caras porque se dedican a manipular la valoración subjetiva de sus productos mediante la publicidad?

Y es que los industriales del mundo se niegan con uñas y dientes a aceptar esa caída. De esta forma, el ciudadano mira confuso su bolsillo, mientras los planes de marketing de emergencia le susurran voces al oído. Desde el falso tres por dos (¿acaso alguien piensa que a los supermercados les regalan los proveedores la tercera unidad?), hasta la financiación sin intereses de una nueva bañera con hidromasaje. ¿Pero no estábamos en c*****? Los bares llenos me hacen pensar que no. Simplemente, y sabiendo que me repito: unos tienen problemas y otros no.

Y yendo más allá, quienes de verdad viven en un entorno económico difícil, son precisamente quienes fabrican nuestros preciados objetos de consumo. Al salir del centro comercial, compitiendo en un difícil mercado por el contenido de nuestra billetera, nos asaltará un joven subempleado animándonos a apadrinar a las víctimas de la miseria, o a salvar los bosques amenazados, es decir, a compensar con limosnas el daño ya hecho. Quizás sería más útil que hablasen con los que entran, no con los que salen.

Cuando los medios hablan de c*****, sólo se resalta la dimensión financiera («horror, ha bajado la bolsa»), cuya solución, incrementar el consumo, agrava exponencialmente otras dimensiones fundamentales: la energética, la ecológica y la social. Por eso, ni los alegatos a favor de una producción controlada ni los esfuerzos por gestionar los desechos de forma responsable son tan útiles al mundo como lo sería darse cuenta de algo que ya sabemos: el hecho de que compramos demasiado.

José María Zavala

Sociólogo

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