Teocracia vs. Libertad en Irán (y en Europa)
Juan José Laborda
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1718lamartingmailcom/12/12/18
martes 23 de junio de 2009, 20:06h
La Revolución Islámica, a diferencia de otros ideales revolucionarios anteriores, carece del atributo de la universalidad. El comunismo, por ejemplo, se dirigía a toda la humanidad. La yihad islámica, está limitada a los creyentes, pues el Corán, literalmente, habla de “yihad”, un “esfuerzo en el camino” para hacer reinar los derechos de Dios. Los que se resisten a la revolución no son reaccionarios, a los que se puede cambiar, incluso usando la coerción, sino que son infieles, aquéllos que ya no podrán nunca aceptar que los derechos de Dios son absolutos, y por eso, deben ser exterminados por blasfemos.
De las distintas religiones monoteístas, las que los mahometanos llaman “religiones del Libro o de Biblia”, el Islam es la que interpreta más estrictamente el pasaje en el que Dios exige a Abraham el sacrificio, el holocausto, de su hijo Isaac. El monoteísmo se revela como un poder inmenso, que pone a prueba al creyente con lo más humano, la vida de su único hijo. Según esa concepción, que llamaríamos “holística”, y desde la perspectiva estatal, “totalitaria”, la dialéctica existente en la cultura clásica (y politeísta), no cabe en las religiones que proceden de Abraham. El dilema de Sófocles, la lucha de Antígona por enterrar a su hermano, violando así las leyes del Estado dispuestas por Creonte, nos pone en la pista de las diferencias entre el cristianismo, y el islamismo: el Estado, las leyes civiles, tienen su ámbito autónomo respecto a las leyes divinas, que como en el caso de Antígona, son leyes que surgen de lo más profundo de la naturaleza humana: enterrar al hermano muerto, es un imperativo de la naturaleza de la hermana, a pesar de que Polinice, que así se llama, sea un delincuente político, lo que hoy consideraríamos “un terrorista”, que ha encontrado la muerte atacando a la Ciudad, y a su otro hermano, Eteocles, que la ha defendido.
El cristianismo se extenderá por unas civilizaciones donde las leyes y las instituciones civiles, preexistían a la conversión religiosa. El pasaje evangélico en el que Jesús pide “dar a Dios, lo que es de Dios, y al César, lo que es del César”, abre las puertas a la libertad de conciencia, a la disidencia con las ortodoxias, a la tolerancia con éticas diferentes. En mi opinión, el Dios de Abraham queda limitado en su capacidad absoluta, por las leyes que Cristo anunció que eran legítimas, aunque no fueran dictadas por la divinidad.
En Irán nos encontramos con esa difícil y prolongada lucha por dotar a las leyes civiles de una autonomía de los imperativos religiosos. De todo el mundo islámico, Irán es la sociedad más laica, menos religiosa, de todas las regidas por el Corán. Como me refirió un abogado en Teherán, la izquierda y los grupos liberales, cometieron el error de secundar a Jomeini en 1979, participando en el secuestro de la embajada norteamericana. Los clérigos se adueñaron entonces de la Revolución, y los partidarios de un modelo estatal más civil, fueron laminados por un poder religioso, que satanizó cualquier cosa que procediese de Occidente, la libertad de conciencia, entre otras. Y eso, a pesar de que en Irán, el Estado, ha dejado su impronta en la sociedad, mucho más que en los restantes países islámicos.
Lo que ha ocurrido en estas últimas elecciones, probablemente, ha sido una mezcla explosiva de dos temores. El de los laicos, horrorizados ante la perspectiva de otro mandato de Mahmud Ahmadineyad, y el de los religiosos, ante la fuerza creciente de esos laicos, cada vez más numerosos, que sienten que el fanatismo les empobrece. Además, la coartada de la ingerencia norteamericana, ya no es eficaz con la nueva política de Washington.
Parece obvio que el supuesto fraude electoral, no será reconocido por el poder establecido, salvo que las manifestaciones de los partidarios de Musavi, derriben al Estado teocrático, lo que no parece realista. ¿Hasta dónde llegará una posible negociación entre los dos sectores de la sociedad iraní? Es pronto para hacer pronósticos. Las democracias occidentales, no pueden ignorar, desde luego, en esta coyuntura decisiva, a los millones de iraníes que comparten nuestros derechos fundamentales, acerca de la libertad de conciencia, y la autonomía de las leyes civiles. El llamado derecho a la ingerencia humanitaria, se justifica ampliamente en este caso. Pero no deja de ser contradictorio con lo que acaba de ser aprobado por los líderes gubernamentales de la UE. Se ha aceptado que Irlanda mantenga excepcionalmente sus leyes confesionales, para favorecer en ese país, la repetición del referéndum sobre el Tratado de Lisboa. ¡Un inaceptable retroceso sobre la idea de una Europa de ciudadanos aprobada en el Tratado de Maastricht de 1992, retroceso integrista, del que no se ha dicho nada en estas últimas elecciones europeas!
Consejero de Estado-Historiador.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.
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