América española
jueves 09 de julio de 2009, 19:00h
Después de un paseo por la zona colonial, cuyas calles rumorosas recorro pausadamente, aprovisionarme de algún recuerdo para los amigos y visitar la casa de don Diego Colón, he tomado asiento en la terraza de la plaza de España. No hay nada más agradable que hacer en Santo Domingo, si se excluye el dialogo, tan cortés como amical, con el taxista que me ha traído por todo el malecón, frente al Caribe. No estoy cansado; solo me dejo adormecer placenteramente en la mañana tan hermosa.
¿De dónde procede nuestro americanismo, que alguna vez lo he sentido de modo bien intenso, y que me vincula tan estrechamente a esta tierra? Quizás se trata de un venero de patriotismo compartido ordinariamente oculto que de repente puede saltar y me sorprende emocionalmente. Me ha ocurrido por ejemplo oyendo al profesor Carlos Restrepo Piedrahita reclamar el nombre de Santa Fe de Granada para Bogotá, junto a Manuel Aragón, cuando alguna vez nos visitaba en la Universidad Autónoma de Madrid. O cuando en Cartagena de Indias en San Felipe de Barajas me he topado con la estatua dedicada a la memoria de don Blas de Lezo que defendió la ciudad ante el asedio de los ingleses. Sin darme cuenta encadeno esta imagen con el recuerdo del gran lienzo del marino vasco en la Tenencia de Alcaldía de Pasajes de San Pedro, justo dos pisos más arriba de donde trabajaba en el Juzgado del bello pueblo guipuzcoano mi padre por los años sesenta.
Acabo de dar un curso, estupendamente organizado por la Universidad de Castilla La Mancha, a una selección de jueces de la magistratura dominicana sobre derechos fundamentales y su protección constitucional. Me ha sorprendido la seriedad del empeño de mis cualificados alumnos, algunos de ellos de brillantez desusada, comenzando por el dominio perfecto de la palabra, por adaptar lo que les transmitía a su realidad dominicana. He tratado de inculcarles el valor de la independencia judicial, la importancia de la exigencia de la legalidad democrática en el Estado de derecho y advertirles del valor y coraje que pueden necesitarse, como función jurisdiccional, para asumir el control del poder público, que potencialmente aparece como el infractor mas frecuente del derecho. He gastado todas mis energías en prevenirles frente a los cantos de sirena del nuevo constitucionalismo, que apuesta por la rapidez de las transformaciones de las estructuras políticas y la introducción de canales improvisados como la democracia radiofónica o mecanismos de participación plebiscitaria, según se expande en pagos no lejanos.
Los magistrados dominicanos han mostrado, además de una delicadeza de trato que sólo en estas tierras se practica, un seguimiento sorprendente de nuestro sistema constitucional que conocen en la teoría y sobre todo en la práctica, se trate de la regulación del derecho de reunión, el sistema penitenciario o la garantía de los derechos procesales constitucionales, a pesar de la escasez de medios propia de un país como es República Dominicana y seguramente sin demasiada ayuda de nuestros servicios de cooperación.
Para mi satisfacción, he comprobado, en suma, la exactitud de la afirmación de Juan Ramón Jiménez, escribiendo cerca, en Puerto Rico, de que “el amor a España aquí es inestinguible”, y comparto la razón de Jaume Vicens Vives apreciando nuestra huella en América “hoy cuando se revisan y derrumban tantos valores”. Por eso este recuadro no se titula Latinoamérica.
Catedrático
Juan José Solozabal es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid.
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